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Asignatura histórica

Uno de los temas históricos más conocidos de los españoles contemporáneos es el de la Guerra de Secesión en Estados Unidos. Un ciudadano de cualquier edad lo está recibiendo como lección desde su infancia, y casi excluye cualquier otro, aunque sea más próximo y más reciente. También es cierto que se trata de uno de los géneros cinematográficos de más prestigio intelectual mundial (véase el excelente libro Más allá del Oeste, de Ángel Fernández-Santos); un bastidor para el bordado de los creadores. Wildside, que termina hoy, aumenta esta cultura. Su violencia es exquisita y sus cadáveres, perfumados. El realismo se convierte en magia, apoyado en la erudición de cada espectador; los tópicos se afinan, se estilizan. Aquí está el general sureño vagabundo, de triste y lenta esquizofrenia, con su bandada sin piedad; y los cinco magníficos, pulcros, elegantes en sus estudiados figurines, con sus cuchillos voladores y atinados, su puntería de ensueño, su telepatía de equipo -forman la Cámara de Comercio de Wildside- con la que se comunican el hombre negro y el hombre fuerte, el padre y el hijo y el latino, y les hace unánimes en la batalla. Y el periódico de pueblo, con su muchacha rubia y lírica; y una cierta gastronomía, y una contrafigura que nunca gana -el malo, el imprescindible malo entre ridículo y amenazante-; y la justicia que siempre vence. Apenas se ve sangre: es un poco sucia. Aquí hay limpieza en todo, hasta en la violencia. Brilla el oro, pero pasa a las manos del pueblo -para la paz, para la reconstrucción, para la belleza y los niños- aunque queme las de la codicia y la avaricia.La violencia confortable ayuda a la digestión. Pero no es sólo una serie digestiva, como lo han sido sus predecesoras -Fama, trasunto neoyorquino del Cuore de Edmundo de Amicis en el siglo pasado, que aún se lee en las escuelas de pobres a manera de consolación; o las de ángeles fingidos, o las de coches maravillosos: todos con su lección de virtud y bondad, y la enseñanza de que el crimen siempre se paga-, sino que en su estilización tiene una rara belleza; en los alardes, jactancias y bravuras hay una distinción irónica, una huella del escepticismo y la burla de sus propios creadores. Unas imágenes nítidas, y una narración que, si es mediocre en cuanto al guión, es brillante en la cinematografla y las sorpresas. Los montajes que a veces abrevian batallas o sucesos son tan inteligibles como rapidísimos. Y, como está hecha para la televisión con sabiduría, afina sus grandes planos para la pantalla cuadrada y pequeña, para la visión distante, para la identificación de los personajes. No tiene ninguna de las grandezas del género, porque es menor, pero las recuerda; rehúye lo burdo, y no acentúa la sensación de caricatura.

Continuemos, pues, recibiendo esta antigua lección del Oeste y de la guerra -posguerra, en este caso- de Secesión. Es una asignatura en la que el gran imperio nos muestra cómo nació: cómo su conquista del Oeste creó un carácter histórico y una especie de ansiedad o de avidez que se fue extendiendo y extendiendo, pasando de peleas menores a batallas, de batallas a grandes y repetidas guerras, y a intervenciones. Todo empezó con el Colt del 45, y con el sombrero Stetson, que también en el primer capítulo de esta serie han recibido su homenaje. Nos movemos con facilidad en esta contemplación y en esta recepción: nos lo sabemos todo. Lo nuestro, en cambio, hastía: es una historia de mal gusto. No es de importación.

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