Pureza

Salta a la palestra el segundo título del ciclo Lubitsch, que a más de uno puede sorprender, porque es singular: su único filme dramático sonoro, Remordimiento.Como podrá comprobar el espectador atento a estos fabulosos lunes lubitschianos, en las comedias del cineasta corrían subterráneas unas humildes aguas que habrían de hacer de su cine arte humanista en grado superlativo; no hay humorada, frivolidad o chiste en el cine de Lubitsch que no lleve pareja una elevada dosis de filosofía. El aserto que afirma que no hay género más serio que la comedia se cumple fielmente en el autor de Remordimiento, que por una vez prescinde de la carcajada y se hace más Stroheim que el propio Stroheim -véase aquí cómo retrata a los seres tullidos, con qué arrebato planta la cámara bajo un muñón- en esta historia brutal de hombres que se matan entre sí, en la I Guerra Mundial, para después, tras el disparo o la bayoneta que atraviesa el cuerpo del prójimo, cuestionarse la razón de la sangre derramada.

Pero Lubitsch, en comedia o en drama, era un francotirador infalible. Su pureza cinematográfica es incuestionable en esta obra extraordinaria, limpia y sin rodeos: el alegato dura una hora y cuarto, tiempo lacónico que no le impide suministrar un discurso compacto, lúcido y feroz.