Un Copérnico del siglo XX

Probablemente tampoco hoy se ceñirá la justicia sobre Monsieur Verdoux, que pasará como un soplo por televisión, como pasa el tren rápido por la estación. Sin dejar estela. Sin azuzar conciencias. Es el extraño sino de una obra capital del arte moderno que nació adelantada a su época y sigue adelantada. Chaplin, el Chaplin de Monsieur Verdoux, como un Copérnico del siglo XX, aporta conocimientos a la humanidad sobre sí misma que ésta, enclaustrada en sus bajezas, en sus hipocresías, no quiere, o no puede todavía, recibir. Que se escriba algo así, como se ha escrito a veces a propósito de Monsieur Verdoux, no quiere decir que se ostente un púlpito preferente ni que uno esté iluminado por visiones sobrehumanas o intelectualsmos de privilegio; al contrario, la obra de Chaplin está tocada de una transparencia directa, llana, simple -no simplista, ojo-. Hace falta, sencillamente, escuchar el lamento de Chaplin. Que es el lamento de un hombre que aborrece su género -su género humano, no su género cinematográfico, que aquí es, como siempre, el de la comedia, sólo que planteado a través de una glacial lámina de desesperanza- Un hombre, Chaplin, que entierra su persona e de Charlot -ya enterrado, en realidad, como pudimos ver en El gran dictador-, se engomina el bigote y recrea vida y muertes de Landrú para criticar una sociedad que es una suciedad borracha de cinismo.Por lo que hace a El hombre de moda, se trata del único largometraje realizado hasta la fecha por Fernando Méndez-Leite, una amena comedia que bien puede verse como un tratado de sociología de nuestra vida de hoy, la pública y la privada, y en la que descuella la cinefilia indomable de su autor: ahí está Liberty Valance como muestra.