El estilo deliberado
Entre los múltiples méritos del ciclo que TVE ofrece actualmente sobre la filmografía de Marlon Brando está el de demoler una serie de tópicos que existen sobre este actor y su trabajo y, al mismo tiempo, revelar unas constantes que dan una idea más total de su estilo y de su personalidad.Gracias al tradicional sistema hollywoodiano del type-casting y a la inercia del gran público, dispuesto a reclamar la repetición de lo que una vez le ha emocionado o gustado, los actores de cine siempre han corrido el peligro de quedarse fijados en un molde, en un mismo tipo de personaje.
Como evidencia el ciclo televisivo, Marlon Brando se ha pasado su vida de actor luchando contra ese sistema reductor y aunque no ha podido evitar caer repetidamente en sus trampas, en total ha salido victorioso de la pelea. La imagen de Brando quedó grabada a fuego en la fantasía colectiva como el despiadado y violent o Stanle y Kowalski de Un tranvía llamado Deseo. Identificado con su personaje, al actor se le atribuyeron sus características de brutalidad, amenaza física e inteligencia escasa. Ya entonces, sin embargo, hubiera, bastado relacionar la película de Kazan con la precedente de Zinnemann, Hombres, para comprender que entre el personaje de Kowalski y el del parapléjico Bud había unas diferencias tan radicales que sólo podían deberse al considerable trabajo interpretativo invertido en ambos papeles.
Siempre se ha insistido en la naturalidad de las interpretaciones de Brando y, en general, se ha querido sugerir con ello no tanto que su talento posee la gracia de la facilidad, sino que en la pantalla el actor no es más que él mismo, transparente bajo este o aquel disfraz. Nada más lejos de la realidad.
Hacer arte
Una de las cosas interesantes que revela el ciclo es lo que podría llamarse el estilo deliberado de las interpretaciones del actor americano -desde la primera hasta la última- Ese estilo deliberado, basado en la construcción metódica del personaje desde dentro y desde fuera -el famoso aspecto físico de su manera interpretativa- se acompaña de un obstinado empeño en mantener una absoluta reserva personal.En su día, esta contradictoria y explosiva mezcla de entrega y reserva se interpretó como vanidad y afán de provocación, cuando Brando no intentaba hacer más que lo que todo actor o artista inteligente intenta: conseguir crear algo que implique al máximo su persona, pero al mismo tiempo la deje al margen. Es decir, hacer arte.
El personaje de Terry Malloy en La ley del silencio, que fue celebrada como una de las más naturales de Brando, es un buen ejemplo del estilo brandoniano en su primer apogeo. Para la elaboración minuciosa del personaje del boxeador fracasado y de conciencia adormecida que tiene las dificultades de Hamlet para decidirse a actuar, Brando adoptó externamente los movimientos indolentes, las cicatrices y la emblemática zamarra de cuadros del ex boxeador.
Pero también adoptó la pesadez de sus reacciones, la lentitud de su despertar a sentimientos más sutiles. Las profundidades del personaje esconden por completo la personalidad del que le da voz y cuerpo, y sería tan inútil intentar identificar en él a Brando como lo es intentarlo en el caso de Kowalski. De Brando uno y otro tienen una estructura fisica, un volumen, pero ya en su manera de hablar y en sus movimientos son diferentes.
Dentro del cine americano con su glorificación de la belleza y la presencia de los actores la extraña inseguridad fisica de Brando siempre fue algo insólito. Con el tiempo el actor convertiría ese elemento, muy velado hasta el comienzo de los años sesenta, en un verdadero rasgo estilístico, compaginando la creciente desconfianza ante el propio físico con una manera decididamente física de actuar.
Esa tensión, unida a una considerable desconfianza ante la palabra, constituye la clave del estilo brandoniano, esa electrizante síntesis de reflexión y agresión, de reserva y entrega, de movimientos en suspenso y agilidad, de silencios interminables y palabras articuladas al máximo. La duda metódica como estilo interpretativo, en una palabra; todo lo contrario de lo natural y espontáneo.
Ese estilo fundado en la contradicción y la tensión, reflejo de quién sabe qué dificultades de ser, tuvo efectos paralizantes en algunos momentos de la filmografía del actor, especialmente en los años sesenta, pero hay ejemplos como Piel de serpiente, El rostro impenetrable y Rebelión a bordo que demuestran que era un camino válido para llegar a las cumbres de El padrino o El último tango.
La dificultad de encajar en el mundo y en su orden forma también el núcleo de la compleja interpretación que da Brando del oficial Fletcher Christian en Rebelión a bordo.
La desolación lacónica pero infinita de Fletcher-Brando, moribundo en su isla paradisiaca, es una premonición de la lacónica desesperanza de Paul, el americano desarraigado de El último tango, que, herido de muerte por una estúpida casualidad, contempla por última vez París y la vida.
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