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Los 47 puntos de Petrovic no evitaron el triunfo del Real Madrid en la Copa Korac

Luis Gómez

ENVIADO ESPECIALPetrovic no pudo hacer humanamente más; anotó justamente la mitad de los tantos de su equipo y situó al Real Madrid en una circunstancia algo más que crítica. Cuando, a falta de casi 10 minutos, la diferencia en el partido era de 16 tantos, el Real Madrid -que ganó en el primer partido de la final por 13 puntos de diferencia- presentaba un cuadro algo más que preocupante. Sufría síndrome. Y, ¿cómo se manifestaba?. En su aspecto más radical: defensa sin objetivos, rebote inexistente, ataque desorganizado, eliminatoria en peligro, y jugadores desperdigados que apenas miraban la canasta contraria. Sin embargo, tres minutos después, los síntomas habían casi desaparecido. Todo fue como un acceso febril, como un amago de infarto. El resultado final fue producto de: la lógica, porque no es lo mismo un equipo orquestado que otro basado en un hombre-orquesta. Esta final Madrid versus Petrovic estaba demasiado desequilibrada.

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Lo extraño del baloncesto es como un equipo puede pasar de un estado de franco deterioro a su manifestación más ordenada. Bastó la obligada inclusión de Corbalán para que el Madrid, sin razón aparente, solucionara un partido de la forma más fácil pero en el momento más difícil. Para ello se apoyó apoyar en un gran partido de Alexis, y en unos minutos de puntualidad de Biriukov. Alexis fue el único argumento sólido de un equipo en el que ningún otro jugador le igualó.

El Madrid terminó poniéndose en orden, pues., cuando la ocasión reclamaba soluciones desesperadas. Fue una reacción limpia pero excesivamente fría para el espectador español. Sin acciones furibundas, ni accesos raciales, ni contragolpes a la española. De golpe, los jugadores entendieron que debían colocarse en orden, mover la jugada y esperar el momento. Bonita circunstancia para ponerse a esperar, un minuto después de que Petrovic saltara de alegría al provocar su enésima personal en lo que parecía enésimo triple y cuando la eliminatoria semejaba decidida.

Fue como si el Madrid quisiera hacer una inversión de papeles; una inversión no completa, puesto que Alexis siguió en su puesto. Romay se dedicó exclusivamente al rebote, justo lo contrario de lo que hacía antes; Biriukov anotó cinco lanzamientos casi seguidos, de ellos dos triples, justo cuando el Madrid se había pasado una larga temporada sin juego exterior. Y Corbalán empezó a dar dar un curso de dirección justo cuando, durante 15 minutos, la dirección apenas había existido. Así, más que inversión de papeles convendría decir que cada jugador se puso en su papel, y la fortuna para el Madrid fue que a todos les dio por hacerlo al mismo tiempo.

Pero aun así no es fácilmente explicable lo que sucedió Quizá todo pueda deberse a una razón fundamental: en el lado contrario reinaba Petrovic, y de qué manera, como nunca, pero reinaba él sólo. A pesar de lo de Romay, de que Branson estaba en el banquillo de que Biriukov y Llorente apestaban a expulsión y de que Alexis era un solitario base de sangre fría, en el bando contrario sólo Petrovic era capaz de hacer algo. De una forma más elocuente que otras veces, la estrella yugoslava fue dándose cuenta de que estaba solo. Él solo para ganarle al Madrid. Y, lo cierto, es que hizo todo lo humanamente imposible.

Por tanto, fue una falta radical de efectivos en el bando opuesto la que permitió al Madrid ordenarse. Porque bastaba con portarse como un equipo con todo lo que debe tener y no una orquesta desordenada que servía de carnaza a un equipo formado por un hombre orquesta y sus acompañantes. Por eso, cuando el Madrid trató de actuar con control y exactitud, Petrovic se diluyó en su trabajo a destajo. Dentro de unos meses, habrá que ver cuáles son sus ftinciones en el Madrid. Porque en la Cibona no se le puede pedir más.

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