Rebelión en el paraíso melanesio
Los conflictos de Fiyi y Nueva Caledonia revelan una nueva conciencia nativa en el Pacífico sur
"Miren lo que sucede en las islas Fiyi. Las dos comunidades no discutieron entre ellas sobre la organización del Estado, y ahora, 17 años después de la independencia, tienen que sentarse a debatir. Aquí, en Nueva Caledonia, no queremos que pase lo mismo. Canacos y caldoches debemos discutir ahora sobre el futuro y sobre la independencia". Éste es el análisis que hacía el presidente del Gobierno provisional de Kanaky (nombre melanesio de Nueva Caledonia), hace apenas tres semanas, con motivo del referéndum sobre la independencia del archipiélago, que dio la victoria a los partidarios de la continuación dentro de la República Francesa.
Los canacos, que boicotearon el referéndum, no admiten que los inmigrantes llegados a Nueva Caledonia decidan sobre el destino del archipiélago y reivindicar el derecho exclusivo del puebIo canaco a la autodeterminación aunque conceden el derecho a participar en una consulta a los neocaledonianos asentados desde hace una generación.En las islas Fiyi -un archipiélago mucho menor, pero más habitado (300 islas, 12.000 kilómetros cuadrados y 714.000 habitantes), a 1.200 kilómetros de Nueva Caledonia-, el golpe de Estado del 25 de septiembre reactivó un problema de orígenes muy similares. Los fiyianos indígenas, melanesios como los canacos, son minoritarios respecte a los habitantes de origen indio que inmigraron incitados por los británicos para trabajar en las plantaciones de caña de azúcar.
Fiyianos y canacos reivindican, en situaciones muy distintas, la exclusividad de la soberanía sobre sus islas. El coronel Sitiveni Rabuka, autor del golpe de Estado -su segundo golpe en cuatro meses-, cortó la precaria vida política de un Gobierno provisional de coalición que debía conseguir el consenso para una Constitución que reconociera los derechos de los melanesios. O, en palabras más crudas, que diera la mayoría a la minoría por imperativo constitucional. Los argumentos de los melanesios para la reivindicación de esta peculiar forma de democracia desarman a los polemistas occidentales y permiten pensar que detrás de la pequeña crisis de la pequeña Nueva Caledonia, o del minúsculo golpe de Estado en el minúsculo país fiyiano, dirigido por un coronel vestido con faldas indígenas, emerge un problema de mayores dimensiones.
El continente melanesio
Las últimas colonizaciones, las facilidades de las comunicaciones aéreas, el desplazamiento de intereses estratégicos hasta este desierto oceánico del Pacífico sur y el lento despertar cultural de las pequeñas comunidades indígenas han dado lugar a la aparición de un continente desmenuzado en los centenares de islas, donde los aborígenes comparten orígenes étnicos, organización tribal y vinculaciones mitológicas a la tierra y a los antepasados. Este continente desparramado en el océano, conocido como Melanesia, abarca Nueva Caledonia, Vanuatu (antes Nuevas Hébridas), Papuasia-Nueva Guinea, Fiyi, Salomón y Bismarck, y tiene ya un estatuto específico en el Foro del Pacífico, donde tres Estados independientes (Papuasia, Salomón y Vanuatu) se agrupan para defender sus intereses y reivindicar la identidad melanesia.Los canacos independentistas del Frente de Liberación Nacional Kanaky y Socialista (FLNKS) no esconden que su objetivo, tras la independencia, es la creación de una confederación melanesia. El preámbulo de su proyecto constitucional ilumina perfectamente lo que sucede a 1.200 kilómetros, en Fiyi: "Orgullosos de nuestro pasado y de nuestros ancestros (...), profundamente enraizados en nuestras tradiciones (...), afirmamos solemnemente que nuestra Costumbre, expresión de nuestros valores culturales fundamentales, constituye la base de nuestra vida social. Afirmamos igualmente que el clan, elemento orgánico de la sociedad canaca, es el poseedor tradicional de la tierra, según las reglas de la costumbre en el respeto de los intereses de la colectividad nacional".
La Coutume (Costumbre) es el nombre con que se designa la ley no escrita por la que los clanes organizan su vida y la sociedad, incluida la relación con los vecinos. La pretensión canaca y melanesia en general es la de organizar la vida política en función de la Costumbre y asignar un papel clave a los consejos formados por los grandes jefes de las tribus. Éste es el caso, ya en buena medida, de Papuasia-Nueva Guinea y de Vanuatu. Lo será en una Kanaky independiente, si llega el caso. Y lo intentará el coronel Rabuka en Fiyi, si consigue doblegar a la comunidad india (49% de la población), a la que, por el momento, intenta convencer con el peso de las amas.
Amenaza para los vecinos
Como los caldoches en Nueva Caledonia, los indios contaban hasta ahora en Fiyi con el poder económico y con la garantía de la pertenencia a la Conunonwealth. Pero el fundamentalismo melanesio y militar de Rabuka ha terminado ya con la adhesión a la reina de Inglaterra y puede acabar con la prosperidad de los antiguos colonizados indios.La efervescencia melanesia preocupa en Nueva Zelanda y en Australia no tan sólo por el peligro de desestabilización de la zona (Fiyi es el primer régimen militar de la región), sino por la presencia en sus territorios de minorías indígenas conflictivas, muy pequeña en el caso australiano, pero más importante en el otro archipiélago.
El radicalismo melanesio, empeñado en hacer marcha atrás en la historia colonial, puede producir el efecto del dominó sobre otras zonas del Pacífico (la Polinesia francesa, por ejemplo), pero además cuestiona muy directamente la presencia militar y las pruebas nucleares francesas y suscita las solidaridades más peregrinas. Por ejemplo, la del líder libio, Muarnmar el Gaddafi. Sólo la dispersión, el enanismo de las islas y la escasa población implicada en la efervescencia melanesia amortiguan los volcanes que encierran estas tierras y las cicatrices del pasado colonial.
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