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'EL EDÉN'

El adiós es un alivio

Un cierto regocijo: la desaparición del programa El edén. Daba un poco de vergüenza ajena. La idea, en un principio, era la de recuperar el mundo casi perdido de las variedades -las varietés, se decía por aquí, a la francesa, pero con acento castizo-, que fueron en otro tiempo muy atendidas.Las recuperaciones siempre asustan, y ésta de Televisión Española lo confirmó. Otras televisiones extranjeras tienen sus variedades, pero se cuidan mucho de que sean, en primer lugar, creaciones de televisión (Berlusconi es un impulsor del género, con riqueza, esplendor y el toque de gusto italiano).

Aquí se hace el tal como éramos -en general, es el tratamiento que se le da al teatro en ese medio-, sin mediar la adaptación a la peculiaridad de la televisión y el nuevo espectador: no casa, no funciona.

Las variedades se murieron hace tiempo, y Barcelona -donde se producía este Edén- las conserva como una reliquia europea: en los pequeños escenarios cumplen muy bien.

Durante la guerra civil, en la España republicana y en el Madrid asediado, la CNT, de la que dependían los espectáculos, hizo que los cines dieran un fin de fiesta -otra expresión perdida- al terminar la película, para colocar a los artistas de variedades, que ya no tenían trabajo.

Dos ya viejas películas cantaron la elegía de las variedades agotadas y del final de su mundo. Una, italiana, con toda la nostalgia de que era capaz Visconti, y otra, española, de Juan Antonio Bardem. Hubo también una obra de teatro británica, The entertainer, de Osborne, donde el musichall que se hundía era un símbolo del viejo imperio.

Los artistas de esa tradición se van colando como pueden en cabarés, en circos; unos van a los fines de fiesta que aún quedan en Europa. Algunos menos afortunados amenizan las filas de espera en los teatros de Londres.

El ambiente

Los teatrillos que aún conservan las variedades -y en Barcelona mantienen el sabor del pasado- tienen algo que no puede tener la pantalla de televisión: el ambiente.La densidad del humo y del aire, el olor de las bailarinas, una pequeña procacidad cuidadosamente insertada de cuando en cuando, la intervención del público y su determinada calidad.

Todo eso no lo da la televisión, porque su reino es de otro mundo. El violinista cómico, el imitador de estrellas, los payasos mudos, los malabaristas, el perrito sabio y todo lo demás no encajan si no se les reviste con algo.

El edén no ha podido hacer funcionar la nostalgia, ni la modernidad, ni siquiera la posmodernidad, tan contentadiza. El adiós es un alivio.

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