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Calma

Existe la idea, muy propagada, de que el verano es una estación sosa o inerte, poco apta para el acontecimiento grande y la noticia de conmoción. Año tras año, la realidad y la producción de noticias desmienten esta creencia, pero año tras año el postulado sale a flote y vuelve al diccionario de los saberes recibidos.Un buen número de tópicos suscitados en el siglo XIX ha mostrado luego su gran resistencia a la erosión. Tópicos en general inoxidables, compuestos por los mejores materiales de las colonias y modulados por gentes que miraban y veían la bruñida superficie del imperio. Muchos de ellos se iban en junio al balneario y conseguían que el mundo sesteara.

Guerras que se enconan con el calor, aviones que se precipitan como mosquitos aturdidos, operaciones financieras que dilatan o funden el mapa urbano de las capitales, el Dow Jones incandescente, muertes a manos de infames y muertes de grandes ídolos que se queman regularmente en agosto, aniversarios que recuerdan masacres, golpes de Estado o pavorosas explosiones como una prueba de que la hoguera histórica tiene su fuerte emplazamiento aquí.

El calor es insaciable y asesino. Toma por su cuenta la carroña y aún sigue extrayendo jugos deleznables, acrecentando la fermentación, provocando hacia una dirección sin límite el cambio que convierte todo lo dulce en ácido, la inocencia y la quietud en pestilencia. El seno del verano es un cobijo de alimañas; su aparente mansedumbre es la bomba; su espectacular musculatura, el mal del mundo.

La incubación y proliferación del cáncer se hace al amparo del calor, célula y calor, calor y célula sumándose en un romance del que no se oyen apenas los gemidos . Éste es el sonido del verano. Un sonido árido y un tacto de lona cruda. En la amplitud de la playa abierta no se descubre la amenaza porque todo cuanto sucede en el verano es invisible un segundo antes. Su matanza tiene la velocidad de la luz. Y la formidable capacidad de destrucción de la belleza.

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