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Noward Kendall, nuevo entrenador del Athlétic, llegó ayer a Bilbao

Santiago Segurola

El nuevo entrenador del Athlétic, el británico Howard Kendall, llegó ayer a Bilbao, seis días después de que el club hiciera pública su contratación como sustituto de José Angel Iríbar, que pasará a ocupar el puesto técnico de mayor relevancia inmediatamente detrás del suyo, según dijo el presidente del club, Pedro Aurtenetxe. Kendall, que ha labrado su enorme prestigio como entrenador del Everton, conducirá al equipo rojiblanco durante las dos próximas temporadas. Tanto el presidente del Athlétic como el gerente, Fernando Ochoa, se muestran reacios a revelar el montante del contrato, que, según la Prensa inglesa, asciende a 200.000 libras (unos 41 millones de pesetas) por cada campaña.

Kendall, que coincidió en el aeropuerto vizcaíno con su colega John Benjamin Toshack, que dirige a la Real Sociedad, finalista de la Copa del Rey pasado mañana, en Zaragoza, frente al Atlético de Madrid, ha negado repetidas veces que su fichaje por el Athlétic obedezca a la sustanciosa oferta que le hiciera la entidad bilbaína.Esta afirmación ha herido el orgullo de los corrillos futbolísticos británicos, que aducían como único motivo de su partida la poderosa atracción del oro continental. Kendall ha afirmado que, por supuesto, el contrato del Athlétic es muy superior al que le ofrecía el Everton, pero que su decisión se debía al deseo de entrenar fuera de las islas, donde se había ganado una espléndida reputación, pero sin que pudiera proyectarse hacia el exterior en función de la sanción que pesa sobre los equipos ingleses, que no pueden participar en los torneos europeos desde la tragedia de Heysel, en 1985, provocada por seguidores del Liverpool en los prolegómenos de la final de la Copa de Europa que su equipo iba a disputar con la Juventus y en la que 39 personas, 33 de ellas italianas, perdieron la vida.

Revancha

Bajo esta maraña de especulaciones financieras y profesionales, late también una frustración y quizá un inconsciente deseo de revancha. Hace cuatro años, antes de iniciarse la gloriosa irrupción del Everton, el técnico británico tenía que leer en la puerta de su garaje o en las tapias de Liverpool pintadas que rezaban: "Kendall, out" ("Kendall, fuera") o "Kendall must go" ("Kendall debe marcharse").En Goodison Park, la hinchada pedía a gritos su dimisión. El equipo navegaba por las profundidades de la tabla. Las perspectivas económicas y deportivas eran tenebrosas. En la semifinal de la Milk Cup, frente al Watford, un gol en el último minuto de Adrian Heath salvó la cabeza de Kendall. Dos meses después, el Everton ganó la final de Copa. Un año más tarde, los blues de Mersey ganaron la Liga y la Recopa. Kendall describió esta trayectoria como un descenso a los infiernos y un retorno a la vida. Todavía hoy no ha olvidado aquellos momentos que, sin duda, debieron de ser terriblemente amargos.

Su tarea, según ha confesado, consistirá en "introducir buenos hábitos en el equipo, organizar a los jugadores. Si no lo aceptan, se pueden encontrar jugando en cualquiera de los equipos reservas del club". Esta afirmación concuerda con su fama de hombre duro, si es menester, y trabajador a conciencia.

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