_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Manifiesto pesimista

Fernando Savater

El año que viene se cumplirá el bicentenario del nacimiento de Schopenhauer, el filósofo romántico con más futuro, y comienzan a prodigarse los indicios de su creciente actualidad: recientemente, una mención de Gianni Váttimo, en un artículo sobre ética, despertó cierta polémica. En tanto llega el momento de ocuparnos más a lo hondo de Schopenhauer, rescatemos ya una de sus contribuciones mayores a la cordura occidental: el pesimismo. Es su faceta más impopular y, por tanto, la que puede sernos más útil, sobre todo en lo que respecta a la aplicación práctica de la especulación teórica. Disposición eminentemente regulativa de la acción, el pesimismo ha sido calumniado como una coartada del inmovilismo; único inconformismo que se atreve a aceptar sus consecuencias, se le ha supuesto coaligado con la beatitud conservadora. Lukacs tiene en buena medida la culpa, con su perversa imagen del huésped de un lujoso hotel de alta montaña que echa de cuando en cuando escalofriadas miradas al abismo para estimular gratamente los jugos digestivos. En cambio, Horkheimer (cuantas más objeciones se alzan contra la escuela de Francfort, más apropiado resulta retomar su trama, aunque sin falsos miramientos) escribía ya en el año 33: "El materialismo comporta una componente pesimista", y subrayaba la importancia de Schopenhauer para forjar el ánimo del pensamiento crítico.Una de las supersticiones más indómitas de nuestra época -transcripción herética de la fe cristiana y su teodicea- sostiene que para intentar la transformación política del orden que padecemos es preciso creer, aunque no sea más que como ideal utópico, en la posibilidad de alguna forma de paraíso social sobre la tierra. Quienes carecen de tan fantástica convicción estarían obligados al conservadurismo en el mejor de los casos y a la más negra reacción en el peor, tal como probaría la actitud cívica del propio Schopenhauer. Dado que las ocasiones históricas recién vividas son favorables a cualquier cosa salvo a dicho dogma laico, los ex progresistas viven refugiados en la queja ineficaz contra el Poder o en enfurruñada modorra, mientras otros más avispados, y posmodernos constatan hegelianamente que el paraíso añorado -aunque de una discreta tercera categoría- es precisamente la sociedad democrática en que vivimos. Unos suponen que esta vida es invivible por culpa del mal establecido, pero carecen ya de una esperanza alternativa que proponer o la que proponen -en el más militante de los casos- apesta a naftalina ideológica y gulag revanchista; otros se convierten en rabiosos adalides del vídeo tridimensional y el melting pot neoyorquino, mientras defienden el orden neoliberal. con la energía de quien ha encontrado al fin la teta materna largo tiempo hurtada. Y es que sólo hay una cosa peor que un optimista y es un ex optimista desconcertado. La oportunidad del pesimismo se hace patente precisamente aquí.

El pesimismo consiste en advertir la doble fractura inevitable que caracteriza nuestra condición: la que opone el ideal a su realización práctica y la que distancia el cumplimiento de cualquier proyecto de la satisfacción que esperábamos obtener de él. La torpeza de los hombres, su malignidad o su ambición tienen la culpa de mucho daños, pero no de esas dos fracturas que nos constituyen: el error del optimismo consiste en achacarles tal responsabilidad El optimismo cree que el orden del mundo es malo por culpa de algunos hombres; el reacciona río profesa que el orden es bueno porque la mayoría de lo hombres son malos; el pesimista sostiene que tanto el orden del mundo como la condición humana son igualmente detestables, pero a favor del primero hay que decir que con gran esfuerzo puede enmendarse u poco. Lo que Horkheimer, inspirado por Schopenhauer y por cierto ramalazo judeo-apocalíptico propio, llamaba al final de su vida "el mal radical", es la constatación de que la vida humana -tanto individual como colectiva- vacila sin cesar al borde de la catástrofe y que siempre ha sido así. El inmovilista olvida que la quietud no previene contra la catástrofe; el optimista, que la lucha mejor intencionada no certifica que se logrará evitar. Cualquier intervención en la marcha de las cosas que no asuma estas realidades debe inspirar compasión o pánico.

Cioran señala agudamente que "con razón en todas las épocas han creído los hombres asistir a la desaparición de las últimas huellas del paraíso terrenal". Los opitimistas se empeñan en suponer que tal desvanecimiento alarmante es peculiar del infausto momento presente. La verdad, es que en cualquier ocasión ha podido advertirse por igual, no la extinción del paraíso, sino la imposibilidad de su fundación. En uno de sus Pensieri dejó ya establecido Leopardi que en todos los países los vicios y males universales de los hombres y de la sociedad son resaltados como particulares del lugar en la presente circunstancia; se señala determinada corrupción de las costumbres y la perversidad de ciertos individuos como causantes de lo que en cualquier sitio es común; concluye Leopardi que "Ios hombres son miserables por necesidad, pero están resueltos a creerse miserables por accidente". Hace pocas se manas me lamenté en un artículo de la disminución de afición a la lectura entre los jóvenes y merecí la airada respuesta de un punk bilbaíno que abominaba elocuentemente de los prestigios de la cultura dominante que nos lleva hacia la destrucción universal vía la bomba, y añoraba con fervor salvaje la verdadera vida. ¿Cómo explicarle que su queja, supuestamente desesperada y en realidad optimista hasta el delirio, la han repetido siglo tras siglo desde la egipcia Canción del desesperado, 2000 años anterior a Cristo, todos los Savonarolas que cada época cultural ha producido con regularidad metronómica? Y seguiremos oyéndola, mientras ingenuos sociólogos del día persistirán en interpretar tan nuevo e inquietante fenómeno...

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Se me dirá que, según este planteamiento, para el pesimista todas las situaciones históricas valen lo mismo. Lo cierto es precisamente lo contrario. Son los optimistas quienes se ven sistemáticamente decepcionados por todas las realizaciones concretas de los proyectes ideales. Cuando comprueban que, a fin de cuentas, por mucho que cambien las formas todo sigue siendo más o menos lo mismo, se sienten idénticamente indignados ante la más discreta democracia como ante la más atroz dictadura, ante una parcial reforma como ante el peor abuso. En cambio, el pesimista, convencido de antemano de que en el fondo nada demasiado bueno puede esperarse, calibrará con gratitud cualquier mejora, tanto más digna de estima cuanto que difícil e improbable. Convencido de que nada. se adquire gratuitamente, si el benefio conseguido es real no perderá el tiempo quejándose del precio, como hacen los otros. Para quienes están convencidos de que deberíamos vivir ya en la edad de oro, si no fuera por la conspiración universal del poder maligno, todo es desencante o falso entusiasmo por el statu quo; los, que saben que el invierno de nuestro descontento no conocerá nunca definitiva primavera agradecen con melancolía la conquista de un tibio abrigo.

Cualquier opción humanista por la felicidad ha de incorporar un componente pesimista, pues el pesimismo no es lúgubre carcoma, sino ese lúcido "sentido de la tierra" de que habló Zaratustra. Y también aceptación trágia de lo que somos y lo que podemos. Cuando oigo a algún entusiasta malograr su regular presente en nombre de cualquier óptimo futuro o sacrificar, al menos de boquilla, la generación actual a las venideras, me digo: "Vaya,otro que ni se ha dado cuenta de lo que supone tener cuerpo". Y, sin embargo, hay que ser lo suficientemente pesimista como para darse cuenta de que ni los más lúcidos renunciarán nunca del todo a su ramalazo delirante, a su residuo del frenético que estuvo a punto de desarrollarse. ¿Cómo hacerse ilusiones sobre nadie, cuando todo un Yeats coqueteó con el nacionalismo, un espíritu superior como Schopenhauer amaba a los perros y algunos de los escritores que más respeto me merecen de este país se han empeñado en entrar en la Real Academia?

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_