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Del embarcadero al 'superpuerto'

"Un día, el 19 de febrero de 1851, al lado del convento de Atocha, apareció un monstruo que vomitaba humo, sembraba fuego, bramaba cien veces más que el león del Retiro ( ... ); aquel día, que fue el de la inauguración del ferrocarril a Aranjuez, comenzó la decadencia de las galeras y las diligencias". Así era, en versión del cronista Ángel Fernández de los Ríos, el modesto embarcadero de Atocha. La mole metálica de la estación, obra del arquitecto Alberto del Palacio, llegó 41 años después.Desde entonces, Atocha ha resistido mal que bien el paso del tiempo: atrás quedaron viejos proyectos que presagiaban para ella idéntico final que el de su vecino, el paso elevado. Pero la estación se ha quedado pequeña. La monumental estructura de hierro se ha convertido en un hervidero intransitable. Su entorno ha cambiado, y ella no podía ser menos.

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Atocha, punto de encuentro

Las obras en Atocha, con un presupuesto de unos 17.000 millones de pesetas, comenzaron hace dos años y no acabarán antes de 1991. Los trenes de largo recorrido pararán entonces en 15 andenes situados fuera del monumental vestíbulo de la estación, que quedará reservado para locales comerciales y de carácter cultural. Por encima de los nuevos andenes, situados a la altura de la calle de Alfonso XII, habrá un aparcamiento y paradas de autobuses. Bajo tierra irá la futura estación de cercanías, cuya finalización está prevista para este mismo año. A los trenes procedentes de Parla, Fuenlabrada, Canto Blanco y El Escorial se unirán también los del ferrocarril de Móstoles a través de un túnel subterráneo de cinco kilómetros. La estación de metro de Atocha será desplazada para que se pueda acceder a ella desde la estación. Cuando acaben las obras, Atocha será una suerte de laberinto de transportes. A la vieja estación sólo le faltará por contemplar los aviones. Y los barcos.

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