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Aburrimiento y diversión

La vida cotidiana, en general, es monótona, gris, se repiten los días iguales unos a otros, los inviernos suceden a los veranos. Son jornadas tranquilas en las que nada pasa y nunca acaece lo que esperamos, deseamos o tememos. Esta quietud a que habíamos aspirado desde la inquietud lacerante nos trae el bostezo sempiterno. En esta situación el aburrimiento es desesperación de la dicha. También puede originarse cuando nos negamos a vivir y sólo se siente el peso del vacío inerte, la modorra del no ser, el canto siempre exacto de las horas y minutos. Sin duda la vida rural aburre más por el ritmo idéntico de su acontecer. Pero también la gran ciudad, como señala Walter Benjamin, puede aburrir atrozmente. El estado del tiempo influye en el ánimo de los ciudadanos, pues "nada aburre más al hombre común que el cosmos", que está ahí permanente fijo, inconmovible, eterno. Una mañana de niebla puede apagar el ímpetu osado de un joven optimista; un inglés se suicida porque al abrir la ventana de su habitación vio llover intensamente; la contaminación abruma hasta recluirnos en casa o salir a la calle tan tapados que no vemos el entorno. Emile Tardie, en su obra L'ennui, explica cómo los actos humanos, en su mayoría, tienen por finalidad luchar contra el tedio que nos invade. Quizá por esta razón se inventa el paraguas y la sombrilla: uno resguarda de las inclemencias del tiempo y la otra cobija las fantasías amorosas. La monotonía de los días proviene del mal tiempo que impide salir a la calle y nos refugia en casa, donde hacemos siempre lo mismo: leer, jugar, soñar y hasta disputar. Por el contrario, en los días que brilla el sol se abandonan los sueños y nos entregamos al regocijo de vivir sus horas cambiantes.La expectativa prolongada causa acongojado aburrimiento porque puede ser preludio de felices o tristes acontecimientos. Esperar la llegada del autobús o a un amigo aburre lánguidamente. También el trabajo automatizado, por su uniformidad, aburre hasta el sopor e inclina a los sueños eróticos, dice Sartre. Frecuentar los salones del gran mundo le resulta a Proust aburridísimo, pues la alta sociedad le hacía sentir la realidad de una imperfección incurable. En los rostros aparecen las huellas del tedio; las conversaciones son secas, triviales, y se asiente como un deber al que deben someterse; se baila hasta la fatiga porque es de buen tono. Tal es la descripción de un cronista social sobre la reunión en uno de los grandes salones de París.

Para combatir el aburrimiento, comprendemos que Azorín muchas tardes soliera sentarse a contemplar el ir y venir de los vagones del metro. "La vida en el tren es un encantador poema en prosa", la epopeya de la vida moderna móvil, variada, intensa. También es símbolo del Tiempo renovador, del permanente cambio frente a la monotonía del tedio cotidiano. La diversión nace, pues, de perder el tiempo viéndolo pasar, sucederse. Y si no podemos viajar, está ahí la imaginación para salvarnos del aburrimiento. El romántico, sediento de vivir múltiples vidas que no puede realizar, debido al tedio ontológico de toda existencia, enciende su fantasía hasta el delirio para satisfacer su deseo de novedades. Mientras Heidegger piensa que el aburrimiento nos sume en la indiferencia, Marx afirma que es un anhelo de contenidos reales y de experiencias vivas.

Augusto Blanqui, en su obra La eternidad de los astros, es el primero en intuir que el universo, al repetirse sin fin, crea la monotonía y el inmovilismo del aburrimiento. Pero es Nietzsche, con su teoría del eterno retorno, de lo mismo e igual, quien crea la filosofía del aburrimiento. Piensa que el mundo se mueve sin finalidad ni sentido, pero vuelve siempre a ser. Esta tentativa para hacer posible la felicidad con la permanencia del placer desemboca en el hastío que causa la repetición del goce. El aburrimiento es el retorno a la forma fundamental de la conciencia prehistórica, mítica, una vuelta al seno materno, al estado primitivo del ser.

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Aceptando un mundo que siempre es semejante a sí mismo, Goethe descubre que la vida está fundada en la repetición regular de los hechos exteriores, y se divierte regocijándose en este océano del tedio. En efecto, hay que buscar la diversión que libere del aburrimiento opresor. Perseguir lo nuevo siempre, la aventura imprevisible, es la esencia del entretenimiento humano. Y la vida misma, como es proceso en continuo movimiento de hacerse, ahuyenta el aburrimiento por la posibilidad rica y múltiple que ofrecen los seres y las cosas. Divertirse es, pues, sentirse sorprendido ante lo inesperado, lo nuevo, lo diverso. La tragedia del aburrimiento consiste en que vida y muerte se llegan a parecer tanto que no pueden diferenciarse. Para evitar la caída en el pozo de la monotonía desesperante no hay otra salida que vivir intensamente. Sí, le divertissement de Pascal, el estado estético de Kierkegaard, la vida inauténtica de Heidegger, son diversiones positivas que, aun confundiéndose a veces con el tumulto exterior, van abriendo el camino para llegar a la vida consciente personal. Bergson es el filósofo de la verdadera diversión por su concepto de la durée, ese gran río de la vida que impulsa a crear siempre formas nuevas. Nada es igual a sí mismo, todo es cambio, mudanza. El universo es una delirante diversión que no podemos inmovilizar con las categorías rígidas de la inteligencia, y nos está sorprendiendo siempre, desconcertando con nuevos acontecimientos. Nuestra vida afectiva es "una creation continuelle, un jaillissement ininterrompu de nouveauté". Al aceptarlo así, y librándonos del determinismo que nos sujeta, podremos sentirnos libres para gozar los múltiples yoes que viviremos en las distintas etapas de nuestra vida. "Existir, para un ser consciente, consiste en cambiar, cambiar para madurar, madurarse para crearse indefinidamente a sí mismo", concluye Bergson.

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