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Exposición

Habíamos quedado en que la gran idea de este país era 1992. Ahora bien, el presidente de la Comisión del V Centenario denuncia que no existen ideas para 1992. Hay comisiones, comisariados, delegados, comités y subcomités que se ramifican lujuriosamente, aunque nadie sabe para qué sirve esa formidable tropa de funcionarios que se reproducen como los conejos. Acaso no haya ideas fuertes, pero ya existe burocracia pesada. Dicen que carecemos de proyectos para la Expo 92, en cambio hay que admitir que la semilla administrativa ha logrado fructificar la más terrorífica cosecha de reuniones de que se tiene memoria. Y ya se sabe que las reuniones son indispensables cuando no se quiere hacer nada.Es injusto afirmar que no existen ideas para el magno tinglado de Sevilla. Recuerdo algunas francamente brillantes. Empezaron cargándose por soleares a Ricardo Bofill, que pretendía transformar esto en la California de Europa. Premiaron luego los dos proyectos más reñidos del concurso, el de Ambasz y el de Fernández Ordóñez; y no satisfechos con el fallo estrepitoso, se las arreglaron con triquiñuelas jurídicas para expulsar de la Cartuja cualquier huella del argentino. Por último, hay que admitir que no era nada sencillo montar esa espléndida trifulca navajera a cinco bandas entre el comisario Olivencia, el comisionado Yáñez, el alcalde Valle, el presidente autonómico y el Club 92. Soy incapaz de imaginar en qué consistirá la Expo 92, pero será muy difícil idear un acontecimiento más espectacular y pintoresco que el de ahora mismo. Con esas monumentales construcciones burocráticas surgidas de la nada, esos trágicos celos y conspiraciones entre sedes de la misma sigla, los impresionantes jardines de lujuria funcionarial, cataratas de papeleo, ríos de chupatintas, hermosos lagos administrativos, intrincados laberintos jurídicos, masas de comisarios, delegados y subdelegados reproduciéndose sin cesar en las reuniones interminables e intransitivas. No le demos más vueltas: eso es la Exposición.

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