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Tribuna:TEMAS DE NUESTRA ÉPOCA
Tribuna
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El baloncesto confía el siglo XXII

Luis Gómez

El baloncesto ha vivido en el mundo un crecimiento espectacular desde la década de los sesenta, pero su peculiaridad, frente a otras disciplinas de equipo y con un balón de por medio, radica en la flexibilidad de sus reglamentos y en la alta tecnificación que han conseguido los entrenadores, sobre todo en Estados Unidos. El baloncesto está considerado como un deporte para gigantes y el espectador no puede compararse con sus estrellas; no ha originado movimientos de masas ni exaltación de nacionalismos, pero su clientela se amplía y en ella aparece cada vez con más fuerza, la mujer. Sus dirigentes internacionales lucubran sin pudor alguno sobre su aspecto para dentro de un siglo. El baloncesto nació por encargo y parece dispuesto para satisfacer cualquier demanda futura. Luis Gómez, redactor de la sección de Deportes de EL PAÍS, explica sus expectativas.

Robert Busnel, francés, actual presidente de la Federación Internacional de Baloncesto (FIBA), entidad que hace 20 días decidió suprimir de su anagrama la palabra amateur, escribió sin pudor su pensamiento sobre lo que consideraba iba a ser el baloncesto del futuro, aprovechando, en 1982, el cincuentenario de la fundación de dicho organismo. Busnel describió árbitros que eran sustituidos por computadoras, canastas más elevadas, instrucciones de los técnicos a los jugadores por medio de transmisión electrónica directa, terreno de juego más amplio, tiempo de posesión de balón increíblemente breve en comparación con los actuales 24 segundos de la Liga profesional norteamericana (NBA). Nadie pensó que estaba loco ni se echó las manos a la cabeza.Boris Stankovitz, yugoslavo, secretario general de dicha organización, apuesta diariamente por un baloncesto profesionalizado en el que tengan entrada los mejores de la NBA y nadie ha procurado su cese inmediato. David Stern, comisionado de la NBA, no ha ocultado recientemente la posibilidad de llevar partidos a Tokio o a Milán. Nada parece vedado al baloncesto, un juego que nació artificialmente, por encargo, y cuya constitución -sus reglas de juego- es la más variable del mundo del deporte. Nadie puede describir cómo será el baloncesto de los primeros años del siglo, XXI ni cuál será su perfil en el siglo XXII, pero no asusta el salto en el vacío. Estará preparado, según sus dirigentes, para ofrecer al consumidor lo que necesite. Sólo parece que seguirá imperando una percepción sensorial: hay que meter una pelota aparentemente grande en un aro aparentemente más pequeño.

A pesar de que se ha intentado desplazar sus orígenes a algunos juegos practicados por los aztecas, los mayas, los persas, e incluso humildes agricultores de los pueblos germanos allá por el año 1500, lo cierto es que el profesor de educación física James Naismith, canadiense, adscrito al seminario de psicología del YMCA de Springfield (Massachusetts), recibió el encargo del director del colegio, Luther Halsey Gulick, de inventar un deporte de conjunto que permitiera utilizar los gimnasios en invierno. Naismith tardó 15 días en hacerlo y hasta redactó 13 reglas. Quedaban pocas fechas para que terminara el año 1891.

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Esta creación tan artificial quizá fuera suficiente para que nadie concediera a esta práctica deportiva una consideración trascendental. El propio inventor evitó que su juego recibiera el nombre de Naismith ball y con ello hizo bastante. Desde muy temprano, su práctica se acogió libremente, tanto que no estuvo supeditado durante muchos años a organismos o personas que guardasen las tablas de la ley de sus iniciales 13 reglas. Ninguna variación posterior ha contribuido a perjudicar su disfrute por practicantes y espectadores. Ninguna regla se contempla como imperecedera. Incluso alguna de sus reformas permitieron que este deporte diera entrada a los hombres altos, a los que inicialmente estuvo vedada su práctica por ser considerados poco adecuados para sus características.

Esta flexibilidad, este liberalismo, permitió al baloncesto aprovechar al máximo el entusiasmo, la imaginación, el trabajo de muchos técnicos y deportistas en comparación con las limitaciones que se iban imponiendo a otras disciplinas. Frente al respeto inmaculado por las reglas, ante la guerra sin cuartel entre el amateurismo y el profesionalismo, el baloncesto siempre contó con una vía de escape, con la ventaja de poder vivir de ambos frentes, de que las experiencias de unos y otros se fueran transmitiendo a las siguientes generaciones sin que la hipocresía del resto de deportes coartara su progreso.

TABLERO DE AJEDREZ

Así, en este marco de libertad, la relación entre un espacio -un terreno de juego-, una barrera natural -la canasta- y, dos conjuntos de jugadores -cuyo número incluso ha sido variable a lo largo del tiempo- ha supuesto que muchos entrenadores lo fueran estudiando como si se tratara de un tablero de ajedrez donde era posible introducir una ficha nueva que mejorara la dificultad o la espectacularidad del juego. Los avances en los sistemas defensivos originaron nuevas reglas para impedir que el juego quedara estabilizado; igual desarrollo registraron los avances en el ataque o él mejoramiento de los deportistas en sus capacidades para lanzar la pelota al aro o entrar a canasta. Los continuos cambios fueron. introduciendo una selección natural y una selección técnica. Nació el deporte de gigantes, de aparentes superdotados, pero se equivoca quien piense que sólo los seres humanos especialmente dotados por la naturaleza con una elevada estatura tendrán cabida exclusiva en él. En realidad, el baloncesto ha desarrollado una capacidad técnica tan elevada que hace posible crear superhombres de diverso cuño.

Técnicamente, el baloncesto es un deporte avanzado. Los jugadores, durante los años de su formación, han de aprender con numerosos ejercicios toda una serie de movimientos, porque todas las acciones necesitan de una técnica, de unos llamados lundamentos, a excepción quizá de la carrera sin balón o el salto, para lo que valen unas cualidades naturales. El baloncesto también es uno de los deportes donde el jugador está sometido a una serie de reglas estadísticas que terminan cumpliéndose: hay jugadores que conservan sus porcentajes año tras año casi de una forma invariable, como si se tratara de máquinas con un índice de productividad fijo. Para otros, esos dígitos tienen una relación directa con su cotización: tanto hacen, tanto valen. En las universidades norteamericanas se ha llegado al caso en que las secuencias de la actuación de un jugador en varios partidos han sido convenientemente agrupadas en una grabación para que el técnico, junto con sus asistentes, determinara por qué ha fallado el tiro en exceso en las últimas semanas. La conclusión -que no estiraba el brazo de lanzamiento lo suficiente- permitió solucionar sus defectos con carácter inmediato.

Tácticamente, y a excepción en algunos casos de la NBA, donde se ha dejado paso a un juego más individualista con predominio de la estrella, el baloncesto se parece a un tablero de ajedrez, donde los movimientos defensivos y ofensivos pueden simular figuras geométricas -las defensas en zona, por ejemplo- o una sucesión de barreras naturales -bloqueos- para permitir que un atacante circule lo más libre posible. El punto final se alcanza cuando el jugador está dispuesto, y con el balón controlado, en un sitio ideal de disParo. Que falle el tiro en esas circunstancias no es más que el margen de error o de riesgo que permite que estemos ante un juego.

GIGANTES

Y es esta técnica la que ha permitido que parezca un juego para superdotados, para gigantes humanos, medida que tiene diferentes calidades. En poco tiempo, se ha podido ver cómo un miembro de una tribu, el africano Manute Bol, un espigadísimo hombre de 2,29 metros de estatura, se convertía en un profesional capaz de jugar en la NBA. De cazar leones con lanza, como reza su leyenda, pasó a ser máximo taponador en la NBA en poco más de tres años. Paralelamente, Spud Webb, con 1,70 metros de altura, demostraba en una campaña extraordinaria que el avance técnico y físico de este deporte no lo hace exclusivo de los gigantes. El caso más cercano es el del base Tyron Bogues, que hizo furor en España por sus 1,60 metros, dirigiendo los destinos de la selección norteamericana, y con una altura que bajaba de la media nacional en un país con complejo de baja estatura. Charles Barkley, hoy una de las estrellas de los Philadelphia 76ers, resistió a fuerza de voluntad las burlas de sus compañeros de colegio; Barkley era el típico gordito y aparentemente aún lo sigue siendo, pero es una estrella destacada en el reducto de los profesionales.

Cuando el español Fernando Martín era observado por ejeadores en el campus de New Jersey, se alababa de él no sus cualidades técnicas, que le bastan para ser uno de los mejores de Europa en su puesto, sino sus cualidades físicas. ".Es un posible jugador NBA", decían algunos comentarios. Los técnicos veían en él materia prima. Y es que la técnica permite convertir a un hombre en una pieza. Hay que especializar. Es cada vez más, un deporte de especialistas, signo evidente de que predomina la técnica sobre el individuo.

Los soviétivos, inferiores técnicamente, asustaron al baloncesto de la FIBA introduciendo en la cancha a un monstruo de 2,20 metros llamado Vladimir Tatchenko, que hizo palidecer a muchos comentaristas pensando que el baloncesto había alcanzado su techo con la introducción de gigantes o de hombires deformados en los que valía más su cuialidad física que otra cosa. Muchos se sinitieron intimidados por este Jugador y creyeron alcanzado el fin de este deporte. Pero, hoy en día, Tatchenko, que sigue midiendo lo mismo, apenas sirve para algo; ningún jugador se asusta ante él, los técnicos saben cómo eludir su potencialidad natural y el público pide su presencia en la cancha más como un aditamento circense que técnico.

Pero, de forma inevitable, el baloncesto ha terminado por convertirse en un deporte donde la diferencia física entre el espectador y el deportista es enorme. El baloncesto no permite las reacciones que se han dado en el fútbol. El espectador no puede compararse con los practicantes porque es consciente de su inferioridad; no es un deporte fácil porque sus movimientos no son naturales a pesar de que se utilicen las manos, una extremidad que permite un control más perfecto que el pie. Tampoco ha originado grandes manifestaciones de masas, en parte por la capacidad limitada de un local cerrado y por la ausencia del aire libre, ni se le conocen connotaciones nacionalistas. El baloncesto ha ido creciendo paulatinamente en el número de sus adeptos y dicen los boletines de algunos organismos que su clientela está en los jóvenes -que admiran la superioridad física de los gigantes-, en clases socialmente más elevadas -que ven en él la existencia de un númerus clausus-, y, finalmente, en la mujer. Su desarrollo, tanto en Estados Unidos como por ejemplo en España, ha estado muy ligado a la televisión. Los primeros contratos televisivos de la Liga profesional norteamericana contribuyeron enormemente a su difusión. En realidad, es un deporte que se adapta perfectamente al ángulo de visión de una cámara y que sigue un ritmo más cinematográfico, con escasos espacios vacíos, un ritmo frenético entre defensa y ataque.

Todas estas circunstancias, su flexibilidad, su técnica, su clientela, se han reproducido también en el caso español, donde ha alcanzado recientemente el título de deporte de moda y parece ya asentado en la segunda posición dentro de los espectáculos deportivos que están al alcance del español.

En España, el baloncesto se introdujo a través del padre Millán, un religioso escolapio que conoció este deporte durante su estancia en Cuba. En 1922 fundaba el primer club español, el Laietá Basket Club. Esta circunstancia motivó que, durante largo tiempo, fuera considerado como un deporte de curas y de mariquitas, despectiva acepción moltivada por la prohibición de que los jugadores entrasen en contacto, en contraposición con el fútbol, tenido por deporte viril. No fue hasta principios de la década de los sesenta cuando este deporte alcanzó cierta popularidad, gracias a la gestión de dos personas, Raimundo Saporta y Pedro Ferrándiz, promotores de una era de victorias europeas del Real Madrid, una especie de traslación al baloncesto de lo que fue su década sagrada en el fútbol. El Real Madrid consiguió hasta seis copas europeas en poco tiempo y propició las primeras retransmisiones televisivas. Una leyenda de gestiones diplomáticas a través del baloncesto, apertura hacia la URSS y primeros contactos con el nuevo Estado de Israel contribuyeron a extender la opinión de que los intereses nacionales y los del Real Madrid marchaban, en esta disciplina, por caminos paralelos.

El baloncesto en España se ha ido extendiendo gracias al empeño individual de algunas personas que fundaban modestos clubes. Geográficamente se ha encontrado bipolarizado entre Cataluña y Madrid, que han llegado a colocar, durante muchos años, más de la mitad de los equipos de la Primera División. Sólo existían dos, polos de gran atracción, las acciones europeas del Real Madrid y las de la selección nacional.

UNA MODA

Pero hace tres años, y gracias a una buena generación de jugadores, aparte del impulso dado a su sección de baloncesto por el Barcelona, que quiso crear en este deporte un segundo frente donde competir con el Real Madrid, el baloncesto creció de farma súbita. Impulsado poir la televisión, por los éxitos de la selección española -que lo convertían en un deporte satisfactorio para el espectador-, por la importación numerosa de jugadores norteamericanos -que ofrecieron irnayor espectáculo-, sus niveles de audiencia se multiplicaron. Era ya una moda.

Y la moda del baloncesto en España tenía parecidas claves que en otros países. No iría exactamente una alternativa al fútbol, pero si desplegaba una promoción de símbolos y una escenografía que calaba en la población juvenil. También, como en Estados Unidos, las primeras estadísticas al uso sobre consumidores empezaban a denotar que la mujer se encontraba entre su clientela en un grado estimable. Y éste puede ser un argumento que expliqué por qué el baloncesto ha tenido más éxito popular en los países mediterráneos, donde la inaujer ha entrado más tarde a formar parite del espectáculo deportivo, en contraposición con los del norte de Europa. También el jugador, como símbolo de superioridad física, es utilizado con más frecuencia por las casas comerciales para realizar sus campañas publicitarias. Tanto en Italia como en Francia y España se ha producido, una circunstancia peculiar: la aparición de clubes de capital frente a clubes de pequeñas localidades, donde incluso este deporte ha llegado a sustituir, como espectáculo local, al propio, fútbol.

Las instituciones internacionales de este deporte citan que cuentan con 200 millones de practicantes, entre ellos un gran número en Estados Unidos y la URSS, pero desconocen su futuro inmediato, cómo seguirá creciendo su clientela. Sin embargo, nadie duda de su continuada progresión. El baloncesto está preparado para seguir dando el espectáculo que requieran los tiempos y no se conocen sus límites ni el aspecto que tendrá dentro de un siglo. Sólo queda la constancia de que seguirá cambiando, de que estará preparado para seguir ofreciendo espectáculo en el siglo XXII, por ejemplo.

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