Clamor del desierto
¡Qué penosamente va levantándose el verano con tanto griterío! Tal vez a ti se te antoje que está vacío, que para nada son las hermosuras que a pesar de todo te siguen tendiendo año, tras año los cielos y la tierra; y acaso pienses que está. vacío tu verano porque no te da el amor que prometía, que no te quiere el que querías, o, lo que es peor, que te ha querido y ahora vais los dos en consecuencia por, los caminos del verano, escondiendo entre los dos lo falso y lo pobre que el amor se os ha vuelto, apretándoos las manos enlazadas tanto más ansiosamente, por las calles y las rutas trepidantes de vacío.Pero no: ni siquiera para tu tristeza de amor te dejan sitio el ruido y la bambolla: tienen que ensordecerte, para que a fuerza de estrépito no oigas nada, riada entiendas.
Ahí suenan, por un lado, los estertores del campeonato mundial de foot-ball y demás deportes auxiliares: a costo milmillonario, se han empeñado los amos en ofrecerte cada día en la pequeña pantalla de tu apartamento una partida de balón entre cada dos de los equipos que: se disputan el título supremo: a través de satélites elevados al cielo por los Estados y la banca -prodigioso esfuerzo de la ciencia para transmitirles a los astros vecinos por las ondas del éter la buena nueva de que los hombres han metido un gol-, te van a meter por los ojos una imagen (muy borrosa y torpe, por cierto, pero ¿qué quieres encima tú, desagradecido, con tanta alta tecnología de por medio?; y además, a ti ¿qué más te da?, si es con los ojos de la fe, no con los de la cara, como has de verlo), una imagen de la cansina contienda en que unos cuantos mozos de pierna cotizable tratan de arrastrar la bola los unos hacia la meta de los otros bajo la solana pegajosa de Guadalajara de Nueva España (y, ¿ves cómo el dinero puede más que el sol?: el foot-ball ¿no era un deporte de invierno?, pero ya ¡qué más da! en México y en estío, que para eso el que manda manda), es decir, que de foot-ball propiamente no vas a ver, a través de tantas tecnologías y satélites, apenas nada: un encuentro entre el Villacañas, CF, y el Deportivo Lanosa en una buena tarde te iban a dar más arte y emoción que todos los del Mundial juntos.
Esto es: que el único pretexto palpable que podía quedar para justificar este negocio descomunal del deporte para masas, a saber, que es que a uno, de veras, le gustaba el foot-ball, pues hasta eso puede desaparecer, en casos como el presente, dejando el montaje y el negocio del todo vacío de pretexto, y, sin embargo, como si nada: siguen los satélites cumpliendo su misión espacial en tomo al globo, siguen los clamores de los televisores del patio de vecinos machacándote el silencio de los atardeceres de verano, en que tantas cosas no pasadas podían haber pasado, tantas palabras no dichas podían haberse dicho, si te los hubieran dejado quietos y aburridos.
Y nadie se maravilla, por ejemplo, de esta estafa milmillonaria del deporte; nadie siquiera se pone a echar las cuentas, a saber cuántos son los miles de millones que importa el montaje de este tinglado del vacío, y a preguntarse consecuentemente cuál es el interés que a los Estados y capitales les va en ello, que tan decididamente y sin mesura lo promocionan (con qué parte de ello se curaría toda el hambre de África -que dicen las organizaciones caritativas: como si no supiera el dinero adónde tiene que ir), para llenar con el estruendo de la estafa deportiva los desiertos cielos del verano. Porque, si no es al foot-ball a lo que se juega, a ver a qué se está aquí jugando.
"Pero, hombre", te dirá uno cualquiera de las masas televisivas a quien hagas ver lo vacío (pero real) del negocio mundial de los deportes, "y eso ¿qué importa?: aquí de lo que se trata no es ya de lo bien o lo mal que se juegue al foot-ball, sino de ver quién gana" (esa declaración al mienos puedes arrancársela: que, desaparecido el pretexto de la competición, es la competición misma en el vacío la que viene a ser sustancia de la cosa), "y eso es lo que mantiene la emoción: a ver si la selección de España, que es la nuestra, hace un buen papel en los marcadores (¡números, diablos, sí, eso es lo que cuenta!), no que el juego de unos y otros contendientes sea lo cansino y sin gracia que tú quieras, sino que los resultados le den la victoria a España" (que es que hasta los que no se acuerdan de España el resto de sus vidas, en esta ocasión, gracias al foot-ball, ¡oh, maravilla!, se vuelven españoles todos y patriotas de repente), "a ver si esta vez España, ra-ra-ra, campeón, campeón, campeón".
Ah, sí: España. Ahí está el otro foco de esos clamores del vacío de tu verano: unas elecciones para algo tocante al Gobierno y realización de eso a lo que se llama España.
Por ahí andarán los prohombres de Dios desgañitándose en proclamar una vez más por ondas y megafonías... ¿qué?; pues ya sabes: "La estabilización del paro", "las víctimas del terrorismo", "el equilibrio del gasto público", "la instrumentación de mejoras en la administración de la sanidad"... ¿Podría uno cualquiera de los números de la masa (anda, sal a la calle y haz la prueba) recordar una sbla de las frases, repetir una sola idea de los discursos que, sin embargo, tienen que oír dos o tres veces, cada día, entre campeonato y concurso de preguntas culturales, y folletón por entregas televisivas? No, ni una palabra: todo lo que dicen los prohombres se da ya por supuesto, por oído desde siempre. Y, sin embargo, tienen los hombres que repetirlo y adornarlo con entonaciones convincentes, comi si de veras estuvieran diciendo algo; y tienen las masas que oírlo, aunque sólo sea como rugido de su desierto del verano.
¿Para qué? ¿Para quién?, preguntas ingenuo de ti, tal vez. Pues para lo mismo para quien
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Clamor del desierto
Viene de la página 13se promociona el campeonato mundial de foot-ball. Mira, si no, cómo la banca subvenciona la propaganda electoral de los varios partidos que andan al juego ese. Y que la subvenciona, según me cuentan, en proporción a las previsiones de tanto de votación que cada partido vaya a conseguir. ¿Quieres una declaración más descarada de que todo lo que se haga en la campaña electoral está ya hecho de antemano, que, por tanto, todo lo que se diga está ya dicho? La banca (la banca, digo, no los banqueros) sabe lo que hace: ella vive del crédito, de la fe, del vacío del futuro, y es por tanto lógico que ella, y con ella el Estado, que cada vez son más los mismos, pague y promueva campeonatos de deportes y campañas electorales, nacionales, autonómicas o lo que sea, con tal de que sea un hacer de no hacer nada.
Y ¿qué les importa a ellos que el foot-ball esté vacío de foot-ball, que la política esté, vacía de política, que ni en uno ni en otro campo se haga más que el ruido vano de aparentar que se hace algo?; por el contrario, es de ese vacío de tiempo, de ese desierto de tu verano, de lo que ellos viven.
Te dirán los prohombres de los partidos y los directivos del capital (pero el Estado y el capital en persona se ríen por detrás de ellos) que se hace deporte para no hacer guerra, que se hacen votaciones para que no haya dictadura, sino democracia, y así, con esos fantasmas de otros tiempos o de otros sitios ("por lo menos no hay guerra, como en Nicaragua, o en Líbano, o en el 43", "por lo menos no te fusilan los dictadores, como en Irán, o en Suráfrica, o en el 74") tratan de conseguir que las masas de este sitio y este tiempo se conformen con la estafa fenomenal de la política y el deporte, y ni siquiera ya la sientan.
Pero esto que estoy escribiendo no se dirige a las masas, a cuyos números, por otra parte, no cabe pensar que se les ocurra posar los ojos en esta página al menos de este benemérito diario, sino que se dirige a ti, desconocido, que a veces por ventura recaes en estas letras impresas con la tinta de las negras lágrimas que no se han llorado en mi duelo todavía: a esas grandes minorías incontables que deben de andar por ahí, gracias a lo no del todo perfecto del aparato del dominio.
Pero para ti, para vosotros (que no sois ni plural ni sigulares), todo esto que cuento del desierto del verano es algo ya sabido y ya sufrido cada día; vosotros ya sabíais la estafa del deporte y la política sin que tuviera que contároslo. Para qué os lo cuento entonces? ¿Para que se lo contéis por ahí a los otros, a los números de la masa, que no lo saben ni pueden por su propia condición saberlo?, ¿a los que por eso puede la banca decirles descaradamente: "Hemos estudiado su futuro y lo hemos resuelto" (su muerte de usted, quieren decir, pero disimulando) y las agencias de viajes: "Tenemos ya las fotos de sus próximas vacaciones", sin peligro de que nadie aúlle ni se sobresalte? ¿Vas tú ahora a las masas a contarles lo que les hacen, cómo las están haciendo?
Pues no sé; no tanto; no tan simple. Digamos más bien que lo escribo para que acaso te pares tú un poco a formular con claridad tu sentimento: a medir y contar la maravilla de que esa estafa milmillonaria pueda imponerse y seguir manteniéndose sobre el mundo; a preguntarte entonces cómo esa mecánica funciona y cómo se ha desarrollado, cuáles son los trucos y las trampas que hacen pasar como naturaleza semejante monstruosidad; que recuerdes cómo sólo por el procedimiento de llenarlo de ruido y bulla se fabrica el vacío de tu verano; que reconozcas cómo ese vacío es el aliento mismo del Estado y el capital, que sólo de la fe vacía pueden vivir y del futuro; que te digas tú cómo es que esta paz es la guerra, y las míseras guerras de los márgenes sólo trucos para que la idea de guerra perviva y gracias a ella esto se llame paz, del mismo modo que las hambres de África y las miserias de los suburbios del desarrollo no son nada independientes de éste (¿cómo sin Tercer Mundo podría haber segundo ni primero?), sino la cara complementaria del desarrollo, o sea, de esta miseria que es tu vida, del desierto de tu verano lleno del estupendo hueco, de la política y el deporte.
Y que, según vas analizando con precisión y curiosidad los mecanismos del aparato, no te, quedes ahí pensando: "Sí, pero ¿qué vamos a hacerle? Así es el tiempo que nos ha tocado. ¡Quién se levanta contra esto!", como si tú también creyeras que esta estafa descomunal es naturaleza, que la humanidad avanza fatalmente por los caminos que ellos dicen que fatalmente avanza, como sus estadísticas demuestran.
Pues no, desconocido: nada está hecho del todo; no hay ningún camino futuro más que en la fe y la propaganda del capital y del Estado.
Esto es una guerra, y en esta guerra cabe siempre luchar con la razón nunca del todo presa y domesticada, que da razón al sentimiento, nunca del todo muerto, que te meten por las narices esos bandos de rosas cimarronas que siguen abriéndose bajo la bulla del vacío.
Hay una guerra de veras; hay una política de veras; hay mucho que hacer que no está hecho, y, si tu vida está perdida, ¿en qué mejor vas a emplearla que en esa guerra?
Recuérdalo (para eso te lo escribo, y valga para lo que sirva) cuando quieras irte a perder por las rutas desiertas, llenas de vídeos y de autos, de las vacaciones de verano que te venden.
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