_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Poscarnaval

Ha sido un gran descanso el fin de los carnavales. Realmente un alivio. Ignoro si en el trascurso del pasado año, en el que no viví directamente la situación española, hubo tiempo de muñir esta zarabanda o tal fenómeno obedece a una súbita explosión de lo siniestro. Comprendo que en algunas localidades a las que les ha tocado esta tradición, no puedan hacer otra cosa, pero resulta muy extraño el afán que se ha puesto en incontables lugares por afear la vida. La cuaresma, ese lienzo que se abría para cubrir una larga temporada de dolencia, aparece ahora, sin embargo, como un territorio de civilización. La sociedad moderna ha de parecerse más a esta pulcra liturgia que a las astracanadas de las máscaras.Cuando a semejanza de la cuaresma, la vida española logre apaciguarse, es posible que los problemas no reincidan en el insufrible dramatismo actual. Vivimos tan juntos, el Estado y los ciudadanos, los gobernantes y los gobernados que a menudo (con la salud, los errores taquigráficos o románticos, la policía o la OTAN) se crea una atmósfera de tufo vecinal donde ya es imposible residir equilibradamente. La política, menos que un arte de la lucidez, es un pringue que empapuza las conciencias. Las pocas bromas, menos que un arte de análisis y distanciamiento, se convierten en albóndigas que aumentan la pesadez del guisado. No existe un humor profiláctico y purificador ni, por tanto, un aseado reparto de papeles. Los carnavales, su estruendo y risotadas, el enaltecimiento de la greña y la obesidad del color, son la metáfora de esta escena. Un ámbito, como el español, de otra parte tan soleado, no emplea la luz sino para hacer hogueras, fiestas de moros y cristianos y ya, encima, las barahundas carnavalescas. En todas hay una pulsión de destrucción. Como con el asunto del referendum, reproductor de esa letal manía de involucrar al pueblo y llenar la calle de desperdicios, no es ya posible rehuir la promiscuidad. A esto lo bendicen algunos como dionisiaco. Pero es, en verdad, satánico. La mayor parte de los enredos de esta nación no parecen sino obra de un absurdo carnaval del diablo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_