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Crítica:EL CINE EN LA PEQUEÑA PANTALLA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Contemplar la maestría

My Fair Lady se ha proyectado mucho tiempo en las pantallas y ha sido emitida varias veces por la televisión. De ahí que quienes hoy enciendan a su hora el televisor será más para volver a ver el filme que para descubrirlo. Hay una mala costumbre entre muchos aficionados al cine: la del ya la he visto. ¿Creen que basta para conocer una buena película con verla una sola vez? El conocimiento, por poner un ejemplo próximo al cine, de una composición sinfónica requiere no una sino muchas audiciones. ¿Quién se niega, sin hacer el ridículo, a oir un oratorio de Juan Sebastián Bach argumentando que ya lo ha oído? Nadie. La norma es rigurosamente aplicable al cine: un buen filme no se agota en su primera contemplación sino que, por el contrario, ésta desencadena la necesidad de volver a contemplarlo.La primera vez que se ve, May Fair Lady deslumbra, deja tras de sí en la memoria del espectador un hermoso rastro de ceguera. En contemplaciones posteriores el mecanismo de recepción del espectador se hace menos pasivo, pues juega, dialoga con el filme, selecciona, distingue, penetra en sus innumerables vaivenes y, ya sin la ceguera del deslumbramiento, extrae de él jugos inesperados de rincones escondidos en la densa trama de estímulos visuales y sonoros que lo van poco a poco componiendo.

Así se desencadena una forma de disfrute más rica que la del descubrimiento inicial de una obra de arte: el redescubrimiento de los mecanismos secretos que hacen de su elaboración una inimitable forma de riqueza.

Por ejemplo, merece la pena detenerse en cómo ocurre la primera escena de My Fair Lady, entre las columnas del viejo Covent Garden londinense. Es una larga, divertida y portentosa secuencia que, vista por primera vez, es devorada por ojos y oídos como con sed se devora el agua, sin distinción de instantes, en un solo trago agradecido. Pero vista por segunda, tercera o enésima vez, esa escena se puebla de momentos y cada uno se agradece con tanta intensidad como el gran trago inicial.Giros de ritmo

Es esencial en el disfrute del buen cine estar armado, mientras se contempla, de los entresijos de la noción e intuición de ritmo, de cadencia, de las suaves leyes no escritas que hacen de los sucesos una sucesión. En esta transparente escena hay no menos de cuatro violentos giros de ritmo, que en una primera visión no se perciben.

No hay tiempo aquí para detallarlos, pero recuérdese uno en especial: el momento en que Elisa Doolittle-Audrey Hepbum rompe con un solo gesto el juego interpretativo en que está embarcada, cuando se aleja del porche Henry Higgins-Rex Harrison, con el que acaba de discutir. Un solo cambio del punto de vista, que brinca de un plano general corto a un plano general largo con la cámara alejada, mientras la actriz da una patada a su cestito de flores, intentando provocar a Higgins con su actitud insolente.

En dos segundos de cine, sin la menor quiebra de la continuidad de la escena, entramos así en el umbral de otra escena, una escena musical que salta de la anterior, no musical, y que ha sido preparada y disparada por ese giro al mismo tiempo seco, violento y transparente.

¿Cómo tan brusco cambio se puede hacer de manera tan suave? ¿Cómo una ruptura se hace esencial para la continuidad del filme? De improviso en éste se percibe la presencia de algo hasta ahora invisible: la imaginación que ha ideado ese quiebro de forma y la mano que lo ha materializado a través de un aparentemente sencillo -pero en realidad mágico, alquímico- cambio en el emplazamiento de la cámara. Se ve materialmente allí la escondida mano del director, un maestro absoluto, un genio del cine que se llamó George Cukor.

Otro ejemplo: todo el tiempo del filme -alrededor de media hora- que engloba desde el número musical de Rex Harrison Soy un hombre amable al de las carreras de Ascot, pasando por la escena de Harrison con Alfred Doolitle-Stanley Holloway, posterior a un número musical de éste y, en contrapunto con las clases de Elisa y dos escenas musicales más en el interior de la casa -una onírica de Hepburn y otra colectiva de la servidumbre de Harrison-, discurre como un camino en tierra llana. Si se observa con detenimiento este tiempo, en él ocurren incontables subidas y bajadas en un entramado de inesperada complejidad, cuya contemplación activa añade una enorme de riqueza a la contemplación pasiva.

En el laberinto de la maestría se abren nuevas rutas a la mirada y ésta se contagia de la inteligencia de un filme atestado de ella. Aprendemos a ver cine y descubrimos que éste afina nuestra sensibilidad, desarrolla nuestra percepción y capacidad de disfrute, ante el despliegue de la gloria de una imaginación humana en marcha.

My Fair Lady se emite hoy a las 21.15 en TVE-1.

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