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Religión a la medida

No está uno en contra de la religión; al contrario. Lo que a uno le disgustan son las religiones universalistas, las que se limitan -y coaccionan- a dar una determinada imagen del mundo y a garantizar una cohesión social. Este tipo de religión no concede margen para la experiencia libre, que es el meollo de lo propiamente religioso. Por análogas razones está uno en contra de la escolaridad estándar y uniformizada, la que termina sofocando la curiosidad congénita del alumno. Está uno en contra de las religiones que sustituyen la experiencia por el ilusionismo, o, si lo prefieren, por el ilusionismo / convencionalismo. Está uno en contra de la religiosidad diagnosticada por Durkheim, una mera modalidad de lo social.Es hora de asumir un hecho. Las grandes religiones históricas han cumplido ya su misión -aunque, naturalmente, puedan seguir funcionando para solaz de algunos- Su misión fue la de servir de matriz cultural para una futura secularización. Ahora ya la cohesión social se mantiene por sí misma, y tan superfluo resulta hacer teología de la ley del aborto como teología de la liberación suramericana. Depurada así de sus aspectos alienantes (léase a Peter Berger), la religión puede concentrarse en lo genuinamente religioso: la liberación interior, la descodificación de la conciencia. Y ello no es asunto de iglesias o asambleas; ello es asunto de cada cual, que para eso es cada cual. Y cada cual, en la conciencia descodificada, es también todo lo demás. Porque esa solidaridad / no-dualidad pertenece a la genuina experiencia religiosa, la que por ser mía trasciende mi ego. Experiencia religiosa que es, a la vez, universal y concreta, diferente. Como diferentes son, entre sí, las verdaderas obras de arte.

Rudolf Otto (apertura a lo numinoso) y Mircea Eliade (relación simbólica con lo trascendente a través de sus hierofanías) ya se aproximaron más al meollo de lo religioso. Pero, claro está, el mejor modelo viene de Oriente. La experiencia religiosa radical, en el límite, sólo puede ser experiencia mística, o sea, experiencia sin forma mental interpuesta, realización de lo innombrable que es ya dhyana, contemplación sin reglas preestablecidas. La experiencia religiosa es entonces cualquier experiencia real, cualquier experiencia en líbertad.

La experiencia en libertad exime a la religión de la teología, de la psicología, de la sociología y, en general, de todo lastre racionalizador. Enrique Tierno Galván definió una vez al hombre agnóstico como aquel que vive su finitud satisfactoriamente. Yo me atrevería a definir al hombre religioso como aquel que disuelve la antinomia finitud / infinitud. O sea que, bien mirado, todo para en lo mismo. El hombre religioso, el de la religión a la medida, comienza por ser agnóstico. Respetuoso con lo que no puede pensarse ni decirse. A la manera de Wingenstein, pongo por caso.

Religión a la medida es, pues, experiencia en libertad, respuesta improbable y pertinente frente a estímulos aleatorios, praxis no programada, más allá del "sistema solidario de creencias". Las creencias las tenemos ya secularizadas, inmersas en un clima pluralista de debate permanente, y con algunas adquisiciones definitivas. (Por ejemplo, nadie discute que sea mejor ayudar a un prójimo que darle un puntapié, pero los problemas comienzan cuando se trata de elaborar los conceptos de ayuda y de puntapié). Lo que aquí nos concierne no es la salvaguardia de un sistema de valores, sino la recuperación de la espontaneidad originaria. Lo que en otras tradiciones llaman Tao.

Naturalmente, la objeción está prevista: ¿a santo de qué, entonces, llamarle a esto religión? Y, naturalmente también, la respuesta es obvia: pues no le llamemos religión. Lo único que trato de exponer es que la función social de la religión la realiza ya la sociedad por sí misma, y que lo que antaño íbamos a buscar en las religiones institucionales podemos encontrarlo en la liberación de la experiencia. Algo así como la libre circulación de los estímulos a través del sistema nervioso, sin las deformaciones procedentes de las ideologías

mecanismos de defensa.

Uno respeta a quienes, en nombre de la religión, y en países pre-modernos, defienden la justicia social y cosas por el estilo. Pero en nuestro ámbito y en nuestra cota (sociedad posindustrial, etcétera) la faena es otra. Aquí se trata del acceso al presente, no al futuro. Se trata de desvelar lo que somos ya, y que con tanta discusión teológica / ideológica habíamos perdido de vista. Se trata de que, precisamente desde un subsuelo místico, puedan convivir los diferentes marcos teóricos. Se trata de descodificar la conciencia y dejar que la realidad se realice a sí misma, más allá de las representaciones, más allá del espacio-tiempo, superadas esas dos abstracciones / aberraciones que todavía llamamos sujeto y objeto.

Religión a la medida y a la desmedida. Religión como experiencia pura y no-dual. Religión que arranca del silencio, pero que incluye también el humor y la paradoja (este artículo, sin ir más lejos). Religión para tenerse en pie sin pie. Religión en un suelo cultural exquisitamente relativizado. Religión en el pluralismo. Religión como minimal art. Religión sin sentimiento de culpa ni utopía social. Religión, re-ligación, des-ligación, como prefieran.

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