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El Estudiantes sometió al Barça a un penoso trance final

Luis Gómez

LUIS GÓMEZ, Pocas veces una derrota llega a transformarse o a tener sabor de victoria. Así debe entenderse tras el espectáculo que ayer vivió el pabellón Antonio Magariños en el tiempo que va de diez minutos antes del final del partido a diez minutos después. En España no ha sucedido algo similar en las últimas temporadas. La Demencia creció, por generación espontánea, de 800 adolescentes a las más de 3.000 personas que llenaban el recinto. Demencia total debe llamarse semejante afición.

Un público arrollador, espectacular, que decidió participar en el encuentro, llevó, al gritó unánime de "¡este partido lo vamos a ganar!", a unos adolescentes en calzón corto a intentar superar la barrera del campeonato: ganar al Barcelona en plena inferioridad. Sólo un jugador como Epi mantuvo el tipo, pero el largo vuelo de un balón estuvo a punto de provocar el empate final. A pesar de la derrota, hubo apoteósis cuando el pabellón, la Demencia total, obligó en un aplauso atronador de cinco minutos, al son del estribillo "¡que salgan los toreros, oh, oh, oh!", a que los jugadores del Estudiantes suspendieran su ducha y salieran a saludar.

El período final alcanzó un grado de tal intensidad que dejó en preámbulo los 30 minutos primeros de juego. El Estudiantes mantuvo un dominio de hasta ocho puntos en la primera parte. El Barcelona, gracias al poder anotador de Epi, remontó en la reanudación con una ventaja de hasta 12 puntos. Russell se había marchado al banquillo con cuatro personales pitadas en acciones de ataque. Todo parecía resuelto, en función de que el Estudiantes, con esa ausencia y ante una oportuna zona 2-3 del Barcelona, podía ser afectado de parálisis ofensiva. Así fue durante unos instantes hasta que Montes decidió tomar, por fin, alguna responsabilidad en el tiro -su peor defecto- y anotó dos canastas consecutivas de tres puntos que obligaron a Aito a rectificar su decisión táctica. Entonces estalló el público, sintonizado con la Demencia.

Todo el pabellón comenzó a gritar al unísono y a participar en el juego dando a cada acción la medida adecuada. Unos jugadores en inferioridad de calidad -sentados Russell y Montesse transformaron en unos ambiciosos de victoria; un equipo de categoría cayó en pleno desconcierto, disminuido, sólo protegido por la sombra impresionante de un jugador como Epi, quien, aun así, tuvo sus instantes de vacilación ante la presión ambiental. Todo un pabellón coreaba una sóla frase, "¡este partido lo vamos a ganar!", e insistía, insistía, hasta que los jugadores se convencieron de ello y, en situación más que difícil, pasaron de diez puntos a uno (90-91, m. 37).

El público, contagiado por La Demencia, consiguió que, los mejores tiradores, los más exactos y precisos, fallaran hasta tiros libres -Epi, Sibilio y Smith- y que los no especialistas del Estudiantes, los imprecisos, confiaran en su suerte. El Barcelona vivió escenas de pánico, con todo el banquillo levantado intentando que los compañeros se serenaran. Una falta en ataque, a 29 segundos de final, le supuso la posesión de balón al conjunto azulgrana, pero lo perdió en cinco segundos, agobiado por el ambiente.

Quedaban 24 y el público pedía la victoria. El enfermo Vicente Gil, aquejado de un virus extraño, salió a la cancha con exclamaciones contra los colegiados, que habían expulsado a PP none. El Estudiantes buscaba el tiro de tres puntos en la jugada final. Lo intentó Lafuente, en una tercera actuación brillante, y rozó el objetivo, tras un vuelo largo, suave y lento del balón. Cinco minutos después de la derrota, los jugadores eran obligados, por esa voz conjuntada de más de 3.000 personas que se resistían a abandonar el pabellón, a salir de los vestuarios para saludar entre lágrimas y aplausos recíprocos. El Estudiantes perdió, pero alcanzó ayer su mayor éxito en sintonía con una afición. Pocas veces un público ha jugado tan bien en los minutos finales.

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