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El estilo de Zubiri

Dijo Buffon, y han repetido muchos, que el estilo es el hombre. Siguiendo a Zubiri, habría que decir: el hombre es un animal a cuya realidad pertenece ser persona; de lo cual es testimonio inmediato la peculiar configuración de las notas expresivas en que la condición humana de cada persona se manifiesta. El estilo no es el hombre, pero sí es aquello en que cada hombre nos hace ver cómo es. Todo hombre, en efecto, tiene su estilo propio, porque a su modo y en su medida es creador. Lo son algunos de modo egregio, como Platón, Miguel Ángel y Kant; otros lo son de modo gregario, como la inmensa mayoría de los mortales, porque apenas hay algo en ellos, un gesto o una muletilla, que les sea real y verdaderamente propio.Egregiamente tuvo su estilo personal Xavier Zubiri. Lo tuvo como filósofo y como maestro; lo tuvo, asimismo, como escritor. Sólo a este costado de su humana peculiaridad voy a referirme. Lo haré señalando y glosando sumariamente las varias notas que, a mi juicio, caracterizan el estilo literario zubiriano.

Es la primera la concisión, el resultado de expresar con el menor número posible de palabras lo que se quiere decir. Pocos locuentes tan capaces como Zubiri para expresar concisamente su propio pensamiento y el pensamiento ajeno. Mientras viva recordaré la lección que en uno de su s cursos consagró a la doctrina de Heidegger en Sein und Zeit, y la pasmosa reducción de ella a la frase castellana "estar tratando de ser". Estar: la concepción de la realidad humana como Dasein, como ser-ahí. Tratando de: la actividad y la pretensión del conjunto de las estructuras ontológicas en cuya virtud llega el hombre a la verdadera meta del pensamiento filosófico. Ser: el término de que son horizonte esas estructuras del Dasein. Trascendiendo radicalmente el pensamiento de Heidegger, con su idea de la relación entre realidad y ser, Zubiri lo ha dejado históricamente tras de sí con ese soberano ejercicio de concisión. Otro ejemplo, tomado al azar. La positividad del objeto, el ser éste positum, se nos dice en Inteligencia y razón, "tiene tres momentos: el estar presente, el estar sólo presente y el estar sólo presente en y por su presentarse mismo". Cien textos análogos podrían aducirse.

Siendo, sin embargo, concisa, la expresión verbal puede no ser precisa. Con deliberación en unos casos, sin ella en otros, la expresión concisa puede decir algo de un modo analógico, e incluso equívoco. "Crea el alma sus riberas", dice un verso de Antonio Machado. ¿Concisamente? Sin duda. ¿Precisamente? No, porque tal frase puede ser cauce de distintos significados, y precisamente en ello tiene una de sus claves su eficacia poética. En el caso del filósofo, a la concisión debe unirse la precisión, el decir lo que se dice no sólo con el menor número posible de palabras, también con la rigurosa exactitud de la univocidad; esto es, logrando que lo que se dice diga exactamente lo que se quiere decir y sólo eso que se quiere decir. O, por lo menos, acercándose a esa altísima meta del habla todo lo que humanamente sea posible.

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La precisión expresiva ha de ser a un tiempo léxica y sintáctica; el escritor debe elegir las palabras, sustantivos, adjetivos, verbos o adverbios, que más adecuadamente digan su pensamiento -o inventarlas, si no existen- y acertar con el giro sintáctico que, al servicio de su personal intención, más correcta y certeramente exprese la conexión entre ellas. De los dos modos fue sumamente preciso el lenguaje filosófico de Zubiri. Cuatro de los dii maiores de la precisión filosófica, Aristóteles, Kant, Husserl y Heidegger, en él tuvieron digno sucesor. Léase cualquiera de sus páginas, y se tendrá ante los ojos prueba evidente de lo que afirmo.

Es tópico contraponer, a este respecto, la precisión expresiva de la definición y la imprecisión semántica de la metáfora. La definición diría precisamente lo que la cosa es en sí misma; la metáfora expresaría lo que es la cosa poniéndola en imprecisa conexión signíficativa con otras cosas. Si afirmo que la circunferencia es el lugar geométrico de los puntos equidistantes de otro situado en el mismo plano, digo lo que la circunferencia es en sí misma. Si escribo "son tus labios un rubí", digo lo que los labios son -mejor: lo que parecen ser- refiriéndolos a algo distinto de ellos. En líneas generales, así es. ¿Puede afirmarse, sin embargo, que sea excluyente la diferencia entre la definición y la metáfora?

Juan Ramón Jiménez dijo una vez cuál era su máxima ambición como poeta: "Que mi palabra sea / la cosa misma / creada por mi alma nuevamente". ¿Utopía? Desde luego. Pero es sabido que a la realización de las utopías auténticas, aquellas que en sí mismas no son absurdas, podemos acercarnos más o menos. Pues bien: al logro de la meta utópica que expresan esos versos de Juan Ramón puede uno acercarse por dos vías distintas, sí, pero polarmente complementarias: la definición esencial y la metáfora. Porque en ese "crear el alma nuevamente", faena en la que coinciden el poeta y el filósofo, aquél lo hace mediante imprecisiones metafóricas que llevan en su seno elementos expresivos definitorios, en cuanto que se refieren a una sola cosa -"rubí" en el ejemplo aducido-, y este otro mediante precisiones definitorias que incluyen elementos expresivos metafóricos. Elemento expresivo de carácter metafórico es en esa definición de la circunferencia el término "punto". Así siempre.

Muy consciente de esto fue Zubiri, allende su escasa afición a la expresión metafórica. Con Ortega -"maravilloso ensayo" llama al que lleva por título Las dos grandes metáforas- advierte Zubiri que la historia del pensamiento filosófico puede ser reducida a dos metáforas, la concepción del saber como huella sobre una lámina de cera y como contenido de un recipiente, y a continuación postula la apelación a una tercera metáfora, la de la luz: "Tal vez haya llegado la hora", escribía en 1931, "en que una tercera metáfora, también antigua, imponga, no sabemos por cuánto tiempo, su feliz tiranía. No se trata de considerar la existencia humana como un trozo del universo, ni como una envolvente virtual de él, sino de pensar que la existencia humana no tiene más misión intelectual que la de alumbrar el ser del universo. No consistiría el hombre en ser un trozo del universo, ni en ser su envolvente, sino simplemente en ser la auténtica, la verdadera luz de las cosas... Lo que en esta tercera metáfora se constituye en la luz no son las cosas, sino su ser; no lo que es, sino el que sea". Aristóteles fue el primero en considerar el conocímiento intelectual como "iluminación". Resucitando esta vieja metáfora, Ortega, Heidegger y Zubiri, cada uno a su modo -véase en Sobre la esencia el modo zubiriano-, darán sus respectivas respuestas. No es este lugar el adecuado para exponerlas. Yo sólo quería mostrar cómo Zubiri valora filosóficamente la eficacia expresiva de la metáfora y cómo sabe apelar a ella. Porque sólo moviéndose entre la definición y la metáfora, más próxima a aquélla la del filósofo, más inclinada hacia ésta la del poeta, puede el alma humana .crear por sí misma nuevamente" lo que las cosas son.

Es necesaria una nueva precísión. Hay que señalar que, según

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la intención de su creador, la metáfora puede ser extensiva o pepetrante. Es extensiva cuando la conexión entre las dos o más cosas a que hace referencia no trasciende lo que en ellas es apariencia; es penetrante cuando con esa conexión se trata de hacer patente lo que en las cosas nombradas es fondo, y por tanto auténtica realidad. Cuando Góngora ve el deslizarse de la barca sobre la superficie del mar, a impulso de los remos, como "cristal pisando azul con pies veloces", sólo en la apariencia de la barca y el mar se está moviendo su mente. Cuando Zubiri ve el conocimiento de las cosas según la metáfora de la iluminación, de lo que trata es de penetrar en la realidad de lo que las cosas son. Apenas parece necesario decir que este modo de entender y utilizar la metáfora es el habitual entre los filósofos. Mas también los poetas -piénsese en Holderlin y en Rilke, a la luz de lo que en sus versos vio Heidegger- pueden penetrar hacia el fondo de la realidad por el camino de la metáfora.

Decía yo antes que la voluntad de precisión hace en ocasiones necesaria la invención de una palabra nueva; obvio aserto que nos pone ante la tercera de las notas del estilo literario de Zubiri, su modo personal de recurrir al neologismo y de utilizarlo.

Pensar originalmente -crear con la inteligencia y la palabraexige recurrir al neologismo. Aristóteles acuñó el término "entelequia" para decir con un solo vocablo algo que antes no había sido dicho. Clausius y otros introdujeron la voz "entropía" para designar de un modo general lo que Sadi Carnot había dicho acerca de lapuissance motrice du feu. Muy sugestiva sería la empresa de reducir a una bien ordenada serie de neologismos la historia del pensamiento humano. Pero tal historia no podría ser escrita sin indicar previamente que los neologismos pueden ser léxicos, cuando lo que se inventa es una palabra nueva, y semánticos, cuando la novedad consiste en la adición de un significado inédito a los que poseían palabras o locuciones ya antes usadas; y sin advertir, por añadidura, que en la invención del neologismo puede recurrirse a la tradición culta, por tanto al griego y al latín, o a las posibilidades de la lengua en que uno se expresa. Origen culto y remoto tuvo, por ejemplo, la palabra "lepidóptero", y origen popular e inmediato la palabra "vivencia", felicísirna creación de Ortega.

Multitud de neologismos léxicos hay -tenía que haberlosen el lenguaje filosófico de Zubiri, bien por vía de invención (sentiscencia, personeidad, suprastante...), bien por vía de actualización, de resurrección de lo desusado (constructo, ficto, disyunto ... ); pero no es inferior el número de los neologismos semánticos (prosapia, genitivo, religación, riqueza, solidez, duración ... ) y el de las locuciones elevadas a la condición de expresiones filosóficas desde su empleo más cotidiano y familiar: "de suyo" como expresión de lo que constituye el más íntimo nervio de lo real; "hacer un poder" como fórmula de lo que el acontecer histórico es en su esencia. Cuando se publique el vocabulario técnico de Zubiri conoceremos en toda su amplitud y en toda su diversidad el caudal de sus neologismos. Por el momento, limitémonos a ver en él al pensador que de modo más copioso ha descubierto y utilizado las posibilidades de nuestro idioma para ser, con todo el rigor exigible, lenguaje filosófico.

A las tres notas hasta ahora descritas, en el estilo de Zubiri deben ser añadidas otras dos, relativas, más que a los recursos, a los efectos. Las denominaré como si fuesen dos indicaciones viarias: a la belleza por la cristalinidad, una, y al patefismo por la inteligencia, la otra.

No sólo las rosas son bellas, también lo son los cristales. No sólo se obtiene belleza describiendo la realidad mediante la hábil ordenación de muchos de sus elementos sugestivos, también despojándola de todo lo que en ella no sea esencial, reduciéndola intelectivamente a lo que en ella es o pueda ser esquema cristalino. Frente a Gabriel Miró, Benito de Espinosa. "Placer puro" llamó Platón, santo patrono filosófico de la pintura abstracta, al que se obtiene viendo así las cosas del mundo: "De lo que yo hablo", nos dice en el Filebo, "es de líneas rectas y de líneas circulares, y de las superficies ylos sólidos que de ellas provienen, ya mediante giros, ya mediante reglas y escuadras... Tales formas son bellas, bellas en sí mismas, por naturaleza..., y fuente de placeres puros". En sus mejores momentos, esencial y cristalinamente bello es el estilo literario zubiriano. Lo que respecto de la expresión filosófica en alemán hicieron Husserl y Heidegger, eso ha hecho Zubiri respecto de la expresión filosófica en castellano.

Belleza por el camino de la cristalinidad y patetismo por la vía de la inteligencia. Hay, por supuesto, un patetismo de lo aparente, ese que, valgan tales ejemplos, suscitan ciertos relatos de Pío Baroja y ciertos filmes de Alfred Hitchcock; mas también hay, cuando se cumplen ciertas condiciones, un patetismo de lo real, de la hondura de lo real- De tal género es el que engendra el ejercicio de la inteligencia cuando conduce al fondo de la realidad y descubre el radical carácter de enigma que le es inherente. ¿Frío y apatético, como el que propugnaron los estoicos, el pensamiento de Zubiri? Ciego o miope será quien no vea en él un doble pathos: el de quien apasionadamente camina con su mente hacia el fondo de la realidad, pasión de caminante, y el de quien descubre la ineludible condición inagotable y enigmática de ese fondo, pasión de poseedor-poseído. Patético es el pensamiento de Heidegger cuando afirma que la pregunta es la forma suprema del saber, y patético el de Zubiri cuando en la entraña de la pregunta suprema -"¿qué es lo real?"- descubre algo que exigeveneración y entrega. Profundo patetismo había en el texto con que en 1942 se despedía de su primera navegación: "Si por un esfuerzo supremo logra el hombre replegarse sobre sí mismo, siente pasar por su abismático fondo, como umbrae silentes, las interrogantes últimas de la existencia. Resuenan en la oquedad de su persona las cuestiones acerca del ser, del mundo y de la verdad. Enclavados en esta especie de soledad sonora, nos hallamos situados allende todo cuanto hay...". Hondo patetismo habrá, 40 años más tarde, en las páginas donde expone su idea de la entrega a Dios, en tanto que fundamento último del poder de lo real y de la donación que la realidad es para el hombre.

Concisión, precisión, riqueza y diversidad del neologismo, cristalinidad, patetismo intelectual; tales son, a mi modo de ver, las notas esenciales del estilo literario zubiriano. Pero el estilo de un escritor no consiste en la yuxtaposición de unas cuantas notas expresivas, sino en la unidad de todas ellas, en su melódica y unitaria configuración; por tanto, en la peculiaridad de su emergencia desde el fondo de la persona a que como tales notas pertenecen; en definitiva, diría nuestro filósofo, en lo que de autor, actor y agente de sí mismo tiene cada hombre. El análisis del estilo literario de Zubiri nos ha llevado -tal debe ser el término de todo empeño historiográfico- a encontrarnos con el hombre, con la persona que Zubiri fue. Para los que fuimos sus amigos, una penosa y hermosa experiencia.

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