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Tribuna
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Admirar

Yo no admiré a mi padre; y no admiro a mi madre, ni a mis hermanos, ni a miembro alguno de mi familia; ni a los reyes, ni a los jefes de gobierno; ni a los dioses de verdad ni a los descafeinados, ni a sus madres, vírgenes o no. Me dedico toda mi capacidad de admiración; nunca jamás me ha sobrado ni una brizna, salvo cuando he deseado admirarme más. Yo soy un artista en el sentido más grosero del vocablo.De prestarle atención a un diccionario de la lengua, avalado por la Real Academia Española, "admirar" es algo así como una maravilla embarazada que de hacerle la cesárea, para desguazarla sin pérdida de un segundo, arrojaría todo el mondongo, maravilloso es cierto que se transcribe a continuación: "causar sorpresa la vista o consideración de alguna cosa extraordinaria o inesperada. Ver, contemplar o considerar con sorpresa, o con sorpresa y placer, alguna cosa admirable. Tener en singular estimación a una persona o cosa que de algún modo sobresale en su línea".

Pues bien: que el diccionario se las apañe. Yo soy el diccionario de mi vida. ¿Alguna prueba irrefutable?: la primera gran vocación de mi vida fue la de llegar a guardia civil, porque me engolosinaba el espanto que causaban entre la chiquillería cada vez que rondaban mi pueblo.

Yo también sacudía las alpargatas y me escondía en el pajar mas cercano, pero mientras, los chavales se enterraban bajo la paja, yo husmeaba a través de alguna rendija aquel porte, aquellos mosquetones, aquellos tricornios, aquel mando tétrico-espantapájaros; después quise ser futbolista; y un poco más tarde torero; y luego me dio por las ciencias económicas, y por las políticas; y algo me ocurrió con el teatro, y con el cine. Y más. Pero yo continúo autoadmirándome. Me chala el derroche.

En el último minuto, a fuerza de leer Marca todos los días, comprendí que podía pagar bastantes facturas haciendo periodismo. Y para qué seguir. ¿Y admirar? Perdón, por favor.

Y perdón, también, por la omisión de los nombres propios. Están de vacaciones; esto es, admirando.

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