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Tribuna
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Jóvenes

Se ha agotado el reino de los jóvenes. Nadie parece acordarse de ellos, excepción hecha de los anuncios de Coca-Cola. De forma casi general, su estilo o sus ideas han sido gradualmente acotados en . un recinto curioso pero sin influencia. La metáfora que de ellos se hace es una bolsa musical donde acaso se amontonan su realidad y sus disfraces. Éste viene a ser, más o menos, el concepto cultural en el que se les resume. Se les hace tarde la edad a la espera del primer empleo, se nublan bajo la dependencia económica de la familia, se les extravía la creación en el afán de ganar un sueldo. Si alcanzan un lugar preeminente es, por lo común, como los negros o las hermanas gemelas que cantan, en los ambientes del espectáculo. Son, en el mejor de los casos, un ornato.Toda la mitología ideológica y moral de hace 20 años se ha derruido hasta caer en una inversión del valor de los jóvenes. Se duda ya de sus capacidades y aun de su competencia para afrontar una responsabilidad. Ni siquiera el Atleti de Madrid cuando piensa en la necesidad de un guardameta renuncia a remover entre la rancia especie de veteranos como Fillol. La desconfianza es grande. Se supone que los jóvenes no sólo carecen de solidez; se está en el convencimiento de que ahora saben poco o no saben nada. Es ésta una cosecha que se estima degradada, efecto de unos años de crisis en los que. la misma dureza del suelo habría generado frutos entecos. Esta generación tiene la consideración de un paso en barbecho y muy pocos la solicitan, la propician, la escuchan. Está sentenciada como un producto biológico anticipadamente maldito, finalmente de relleno. Sobre ellos, la enaltecida promoción de los sesenta establece su poder y opera como un espeso tapón que se recrea en su propia memoria. Todo parece ya inventado y reinventado, creído y descreído bajo este imperio.

Nos odiarán, por tanto, no cabe duda, estos desempleados, estos mansos subcotizados que se saturan el cerebro por los dos auriculares para no oírnos. Y cuando nos oyen, ni siquiera, como antes, se amotinan. Sólo, como un atado y sabio animal, bostezan.

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