De la razón libertina
El movimiento natural de las cosas, todo lo que vive, se agita y palpita en ellas es racional y ordenado. En Periphilosophias, Asitóteles acusaba de ateísmo a los que negaban la armonía del cosmos. El mundo mismo era dirigido por una inteligencia ordenadora y todo estaba calculado desde el principio al fin de la vida. Así, las pasiones, como toda la existencia, permanecían sometidas al imperio de una razón cosmológica. Pero ésta es una racionalidad ajena, extraña, casi celestial, propia de la música de las esferas. La llegada del cristianismo, al definir el pecado, racionaliza el cuerpo, que considera materia culpable, corrupta, y las pasiones eran pura carnalidad infecciosa. Sin embargo, Abelardo y Eloísa (no podemos separar uno del otro, pues si él es la lógica de la razón, ella es la pasión de la razón), supieron transustanciar la carne temblorosa y efímera que les unía en elevada comunicación espiritual, es decir, en escolástica. Con el gusto por las distinciones sutiles, su ejercicio dialéctico del sí y del no, enredándose en disputas ociosas, "la escolástica es el origen del análisis filosófico, fuente fecunda de nuestros progresos" (Condorcet). La Razón no ha dejado de iluminar, ni aun en épocas de las sombras medievales. Claro que esta racionalidad se enredó en los vericuetos de sus propias cosas, perdiendo el contacto con la verdad de una realidad en movimiento.Fue necesario esperar a que la razón pura, físico-matemática, descubriese los cuerpos, los defina y categorice, así como a las pasiones corporales que Spinoza y Descartes clasificaban como si fuesen mecanismos. Las pasiones se separan de la Razón. En su física, Descartes concibe la materia como una fuerza autocreadora, siendo el movimiento mecánico su acto vital. "Separó completamente su física de su metafísica" (Marx). Los racionalistas, al no vivir interiormente las pasiones, no las pensaron y se limitaron a dominarlas y sojuzgarlas, pero conociéndolas bien. Este dualismo cartesiano no impidió que la razón iluminase de certidumbre la música barroca, afectiva, de Bach, de Haendel, creando el discurso matemático o melodía musical de las pasiones y sentires. Correspondencia entre armonía racional y fluencia tempestuosa de los sentimientos que sólo se realizó cabalmente en la música.
Como no bastaba categorizar, definir y comprender las pasiones, era necesario vivirlas con osadía y plena libertad, aun con peligro de perder la razón en esa aventura. Es el riesgo que corrió Diderot al decirnos: "Llego a París. Iba a vestir la toga e instalarme entre los doctores de la Sorbona. En mi camino encontré una mujer bella como un ángel; quiero hacer el amor con ella y lo hago; tuve cuatro hijos; y héme aquí obligado a abandonar las matemáticas que yo amaba, Homero y Virgilio que siempre llevaba en mi bolsillo..." Y prosigue describiendo su vida ya libre de ataduras. Hasta que se encuentra con un libertino que piensa, argumenta y razona su vida como un filósofo lúcido. El personaje de su obra El sobrino de Rameau es el creador de la razón libertina. ¿Cómo opera esta razón? Instaura con su discurso lógico la pura subversión y la defensa del libertinaje, "destruyendo el mundo de la cultura establecida" (Hegel). El sobrino de Rameau busca vivir bien, darse todos los gustos, satisfacer cuantos deseos le asaltan y gozar sus pasiones plena, frenéticamente. Esta impulsividad es perfectamente lógica, porque "el hombre trata por interés individual de vivir el placer y evitar el dolor" (Helvetius). Aceptar que el hombre es un ser corporal, pulsivo, dotado de sentidos abiertos a todo y obrar en consecuencia, frente a las religiones que exigen de su cuerpo sacrificios que lo desnaturalizan, constituye la base de la razón libertina. ¿Y qué puede hacer un filósofo ante una demostración de amoralidad y libertinaje? A veces censura los actos del libertino, pero, en realidad, Diderot o la racionalidad es, a la vez, el desenfrenado, el buscador de placeres, el libertino. La paradoja consiste en que el sobrino de Rameau tiene sus razones, sin la Razón, y el filósofo Diderot tiene siempre la Razón de su parte, pero sin razones que la justifiquen. Así aparecen unidos en su antagonismo la sensualidad libertina, verdadera realidad sensible y material del hombre, con la racionalidad virtuosa, ética, de la armonía natural. "Dos tipos de conciencia que son la misma" (Hegel). En esta obra magistral vemos que el libertino tiene conciencia de sus razones, es un pensador, y el filósofo Diderot es también un gozador, un libertino consciente. En suma, el pensamiento encuentra su realidad en el libertino, un ser ajeno, radicalmente opuesto, y la Razón se descubre a sí misma en las pasiones libertinas, es decir, las que se viven sin freno ni medida.
De esta lucha, de este conflicto interior de la Razón surge una nueva realidad, porque la finalidad de la razón libertina es disolverse en sus sarcasmos e ironías corrosivas, para llegar a la razón dialéctica moderna que busca la racionalización no sólo del mundo fisico, sino también de los sentimientos y las pasiones.
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