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Reportaje:

Desconcierto y resignación entre los viajeros por los paros de media hora en el Metro

Un 90% de los trabajadores del Metro madrileño, según el comité de empresa, secundó ayer los dos paros de media hora convocados, a mediodía y por la tarde, por la representación laboral para respaldar la negociación del convenio y un plan de reestructuración alternativo al de la empresa. Según ésta, secundó los paros un 42% del personal. La incidencia del primero, entre las 12.50 y las 13.20 horas, se hizo de notar particularmente en el nudo de la Puerta del Sol.

Al profesor del colegio Fibracolor, de Tardera (Barcelona), le preocupaba llegar tarde a la paella. "Es que el cocinero del hotel lo ha dicho claro: 'Vengan ustedes puntuales. Que si no, la paella no vale nada". El docente y una veintena de discentes estaban, a la una de la tarde de ayer, sentados en el suelo del vestíbulo principal de la esta ción de metro de Sol, frente a las taquillas, que permanecían cerra das desde hacía 10 minutos, con su personal al pie del cañón.Cuando por la mañana el profesor y los alumnos del colegio barcelonés dejaron el hotel, de viaje de fin de curso, ignoraban que entre las 12.50 y la 13.20 los trabajadores del metro madrileño suspenderían todas sus actividades, en respuesta a una convocatoria del comité de empresa.

En la misma situación que los escolares se encontraban Antonio, Susana y Nano, vecinos de Usera uniformados con melenas largas y descuidadas, ropas vaqueras, camisetas negras con imagenes de espanto y muchas chapas. Sólo que los tres amigos habían logrado franquear las taquillas antes del comienzo del paro y se habían quedado varados en los laberínticos pasillos del suburbano de Sol.

La huelga perjudicaba a Antonio, Susana y Nano en sus bolsillos. Ellos no tenían prisa por ir a alguna parte. Estaban en el metro para pedir dinero a los usuarios, para, duro a duro, financiarse las cervezas de la tarde, y desde hacía un rato nadie entraba en Tas catacumbas. Antonio reflexionó acerca del conflicto laboral y dijo: "El metro tenía que ser gratuito".

A Bernardina Rufo el paro no le cogió por sorpresa, que no en vano regenta desde hace 17 años un quiosco de Prensa en uno de los pasillos de Sol. Bernardina agarró una novela rosa y dedicó la media hora de anormalidad a seguir las desdichas sentimentales de la deseada e inocente protagonista.

Quienes corrieron peor suerte fueron unos 100 pasajeros de la línea 3, Moncloa-Legazpi, que a las 12.50 en punto vieron como su convoy se detenía en Sol y ya no arrancaba. Algunos fueron a pedir explicaciones al conductor, y éste, un hombre de pelo blanco y estómago prominente bajo una camisa celeste, les dijo que el semáforo se había puesto en rojo.

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Los viajeros provistos de periódicos tuvieron entonces ocasión de leer hasta la cartelera de cines. Pero, como suele ocurrir, la mayoría no llevaba encima ni un folleto de propaganda, y hacían tertulias al lado de las puertas abiertas. Tres soldados del Regimiento de Transmisiones de Prado del Rey, recostados al fondo de un vagón sobre sus petates, estaban particularmente inquietos. Habían salido de permiso de fin de semana y pretendían llegar a Legazpi, de donde a las 2 de la tarde partía un autobús para Sevilla. "No teníamos ni idea del paro", dijo uno. Los quintos temían no llegar a tiempo a la capital andaluza para tomar los últimos transportes para sus pueblos. Ese era también el caso de Agustín Pérez, fontanero en paro detenido a su pesar en el andén de Sol. Iba a Legazpi, para tomar allí un autobús a Valdemoro, de donde es vecino. El hombre había ido a Madrid en busca.de trabajo y regresaba como se temía: con las manos vacías. "Si mandara yo, pocas huelgas iba a haber, y todo el mundo cobraría lo suyo", rezongaba. A la 1.20 volvió la normalidad. Un ciego que vendía iguales al lado de un cartel de Rafaela Aparicio, escuchó de nuevo el rumor de muchos pasos y comenzó a vocear: "Sale hoy. Sale hoy".

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