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Salvador Távora

Uno de los padres del grupo La Cuadra presenta ahora 'Piel de toro', un montaje en el que utiliza el color y el pasodoble "con mucho rigor"

Era en los primeros esbozos de la década de los setenta cuando un grupo de andaluces, por la marginación de determinados colectivos, sociales se decidió a convertir en teatro una parte de la vida cotidiana. El grupo teatral La Cuadra, de Sevilla, transmitía un hondo dramatismo a su público, pero también al de Madrid o Barcelona. Como telón de fondo, Salvador Távora, un hombre de expresivas marcas en el rostro.

Távora era mecánico y electricista de Hytasa, la conocida fábrica textil sevillana, y tenía muy cerca el matadero. Esa proximidad con el purgatorio de la fiesta nacional hizo que a los 19 años se lanzara al ruedo. Fueron 10 años de diestro brutalmente cercenados por la muerte de Salvador Guardiola, su jefe de cuadrilla, en la plaza de Palma de Mallorca. "En el toreo o eres figura o no puedes vivir de él".Sus propuestas escénicas -recuérdese 'Quejío', 'Los palos','Andalucía amarga'- tienen el componente andaluz del cante y del baile, y una secuela trágica que tiene su origen en la visión que del mundo y de la vida tiene su director. Era teatro en blanco y negro muy lorquiano.

Ahora, 20 años después de cortarse la coleta y 14 más allá de crearse el grupo La Cuadra, con cinco montajes precedentes, Salvador Távora da a luz una propuesta teatral aparentemente taurina, circular, llena de elementos y sonidos. Un esfuerzo de muchos años. Al mundo del flamenco llegó de la mano del médico de Hytasa, Laureano Pérez Montoya, que era el apoderado de Macarena del Río, y con ella se enroló en su espectáculo de variedades y flamenco "y así comencé a conocer la deformación del flamenco desde dentro", y después con Juanita Reina y Gracia Montes, "y conocí la expresión folclórica desde dentro y comencé a preguntarme por qué los cantes iban por un lado y la realidad andaluza por otro".

La Cuadra de Sevilla no tiene una historia rebuscada, se aleja del teatro estereotipado, construye su hilo dramático a base de retazos de la vida cotidiana: "Son experiencias personales convertidas en códigos teatrales. Mi medio social no tiene nada que ver con los sectores en los que tiene fama el teatro, es decir, los pequeñoburgueses. Nos despegamos de ellos, de la llamada cultura teatral". Por tanto, aquello que rodea al actor nada tiene que ver, según Távora con el montaje de decorados, bambalinas, escenarios. Son simplemente elementos: "Es una experiencia eficaz porque intentamos hacer arte con elementos de subsistencia. Me importan más los elementos que los decorados, porque aquéllos forman parte del lenguaje. Es algo parecido a lo que hacíamos en Herramientas, donde ensayábamos la comunicación a través de elementos del trabajo que son familiares, o en Andalucía amarga, donde sacábamos a escena una excavadora".

Piel de toro está plagada de sonidos, de pasodobles, y es que "los ruidos y los sonidos, ordenados poéticamente, suenan como las notas de un violín". "Siempre tuve mucho miedo al color, porque hay que tratarlo con mucho rigor". "Se produce en la obra una ordenación del color que emana de la fiesta. El desafio, el nuestro y el del espectador, está en descubrir la tragedia bajo el color; que el color tenga su propio hecho dramático pero que no oculte la tragedia del toro". "Por otro lado", explica Távora, "el espectáculo muestra el pasodoble, que la gente asocia con algo festivo cuando en realidad la sensibilidad de su autor está enfocada hacia el momento taurino y hacia la muerte. Tratamos de quitar al pasodoble del lugar frívolo en que el españolismo mal entendido lo ha colocado".

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