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La defensa madridista gano la Liga de baloncesto

Luis Gómez

Se le cortó a Aíto la salsa y no hubo nada que llevarse a la boca en el pabellón. La salsa la ponen los norteamericanos y la del Real Madrid es más selecta. Es más cara también. No hubo partido ni, por tanto, final. La defensa madridista se bastó para erigirse en único plato del día y, por extensión, en el mejor plato que se ha podido disfrutar en esta Liga de baloncesto. Está algo fuerte esa defensa, pica un poco, pero se ha digerido con sumo placer en algunos momentos de esta temporada, cuando va acompañada de un rápido contraataque o de unos fluidos sistemas de ataque. La de ayer estaba bien. Demasiado fuerte, quizá, para el Joventut.Apoyado por un público dominguero, de modelito en colores pastel para ir a la Ciudad Deportiva, banderita española con toque facha y cánticos sustraídos de los de otras hinchadas, el Real Madrid se apostó en la cancha muy concentrado. Dispuesto, si cabe, a endurecer su sistema defensivo un tanto más. Estaba fuerte y aguerrido. Se encontró ante un equipo débil y asustado, al que robó cuatro balones en las primeras acciones y que llegó al primer tiempo muerto salvado por la campana.

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Había estado groggy, pero al Real Madrid le fallaron varios contraataques seguidos. De lo contrario, el partido no hubiera tenido casi ni cinco minutos de existencia. En esos instantes, la final de la Liga dejaba de existir porque se habían ahondado ciertas diferencias. Fundamentalmente, las relativas a los nortemaericanos, que son parte muy importante. Son la salsa del baloncesto que nos invade en estos últimos años.

Schultz, que había dado una falsa impresión en los encuentros ante el Barcelona y en el partido jugado en Madrid, no es más que un norteamericano limitado, cumplidor, barato. Ha dado todo lo que podía dar, ha lucido incluso. Pero, cuando ayer se le arrimaba Robinson con gesto de rabia o cuando el pasado domingo se le pegaba Romay a sus carnes, no podía por menos que asustarse. Él no está para medirse de igual a igual con esta gente. No merece este trato. Así, sus ganchos heterodoxos, pero exactos y fluidos; su habilidad para zafarse de algunos marcajes... se convirtieron en impotencia, en incapacidad para afrontar una lucha. Cuando el Real Madrid forzó la defensa individual en los primeros minutos, Schultz tembló, Kazanowsky se empequeñeció y Jiménez se encontró solo.

En realidad, ayer no hubo final. Desapareció en cuanto los extranjeros del Joventut se encontraron medidos por el mismo rasero que los del Real Madrid. Robinson asustó a Schultz en dos gruñidos, Kazanowsky estaba ya sentado y Jackson acertaba plenamente en sus seis primeros lanzamientos. Ya no hubo final, sino un partido entre un equipo poderoso y otro modesto. Tácticas aparte.

Porque la defensa madridista fue mejor, con las funciones especiales de Jackson, que en Badalona. Y la 1-3-1 del Joventut apenas molestó, incluso con la variación de colocar a los jugadores en 1-2-2 para recibir al contrario. La afición madridista celebraba el título en la primera parte, cuando el marcador se aproximaba a los 25 puntos, que alcanzó justo en el descanso (52-27). Cruel e injusta moneda para el Joventut, que se vio relegado, a una incansable lucha por rebajar tamaño escarnio.

Y, al final, algunos aficionados al baloncesto, que no esas nenas que suspiran por Fernando Martín y que se dicen hinchas del Madrí o esos desorientados que insisten en hacer comulgar a una España que casi ya no existe con un equipo, se encontraron con que, en realidad, todo había sido un espejismo. La final, con sus abultados tanteos, sus desequilibrios, no ha dejado otra impresión que la misma de hace unos meses. Mientras el Joventut juegue con norteamericanos de a 30.000 dólares la pieza frente a elementos de casi a 100.000, esa desventaja de 3 a 1 apenas podrán romperla la calidad de sus elementos nacionales. Si algo ha demostrado esta Liga es que los Jofresa, Villacampa, Jiménez y compañía ya están maduros, tienen calidad suficiente para hacer grandes cosas, pero necesitan una buena salsa que les dé picante. Se trata, en fin, de hacer un buen plato y en España la salsa la ponen los norteamericanos. Y la salsa del Joventut no pica.

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