Un paseo por los parques
Basta abrir los ojos para descubrir los distintos tipos de floración
Un buen complemento a la afición del cultivo en la tierra de cada cual es abrir los ojos a lo que otros han plantado en sus respectivos jardines. Y en este entretenido juego de descubrimiento e identificación, los más accesibles son los jardInes municipales, los parques públicos normalmente al alcance de unos pocos pasos.La vista es la que trabaja y, naturalmente, hay numerosas espe cies vegetales que pueden descu brirse: yo me limitaré a las más comunes y aparentes, aunque no estén todas las que son.
En el mes de marzo, y tras la floración blanca de los almen dros, pueden descubrirse prunos (Prunus ceracifera) y forsitias (Forsythia) en los rincones más insospechados: es seguro que no pasarán inadvertidos estén donde estén, porque las flores rosadas de los unos y las amarillas de las otras se encargan de ello. Menos aparentes, por ser matas bajas y casi siempre ocultas entre otros arbustos de mayor porte, las mahonias dan también flores amarillas en este mes; igual que los jazmines (Jasminum nudiflorum), que pueden verse trepando o apoyándose en muros y paredes.
En abril hay profusión de floraciones. Desde los tulipanes que pueden verse en no pocas isletas ajardinadas hasta las lilas (Syringa), que hay que buscar en las zonas más umbrías de los j ardines, ya que es allí donde mejor prosperan. Más espectacular es la floración blanca, que cubre toda la mata, de las espíreas (Spiraea); los castaños de Indias también emiten su flor en esta época, y con un poco de suerte puede encontrarse alguno de flor roja (Aesculus x carnea) entre sus compañeros más habituales de flor blanca (Aesculus hippocastanum). Hacia mediados y finales del mes, respectivamente, pueden buscarse dos plantas siempre nombradas, pero poco conocidas: la glicinia (Wisteria), con flores en racimos de color malva y cuya floración es sumamente breve, apenas unos días, y el árbol del amor (Cercis siliquastrum), de floración rosada y de hojas redondeadas de color verde claro.
La flor de mayo es por excelencia la rosa. Hacia mediados de mes ya puede vérsela en rosaledas, parterres y casi, casi, en cualquier rincón. Se presenta en numerosas formas, pero las dos más corrientes son los rosales de vara (o pie) baja y los trepadores, aunque también son habituales los de vara alta y algunos miniaturas en rosaledas más especializadas. Quizá lo difícil sea encontrar alguna variedad con aroma, pero esa búsqueda merece la pena. Sí son aromáticas, y mucho, las florecillas blancas del pitosporo de la China (Pittosporum tobira), un arbusto perennifolio de hojas muy lustrosas, y también es perfumada hasta resultar mareante la floración de los árboles del paraíso (Eleagnus angustifolia), especie de corteza lustrosa y parda cuando la planta es joven. Catalpas y falsas acacias (Robinia pseudoacacia) dan en este mes sus floraciones blancas: las primeras, en grupos erectos que destacan de la copa achaparrada del árbol, y las segundas en forma de racimos olorosos y comestibles (pan y quesillo).
Y como final previo a las vacaciones, pueden encontrarse en flor las espectaculares magnolias: lo difícil es apreciar el aroma de las flores que suelen encontrarse a considerable altura. Sin aroma, pero sumamente espectaculares por las variaciones de color que ofrecen, según la acidez del suelo, son las hortensias. Y más modestas, pero resistiendo en isletas de tráfico y poniendo color en los ojos de los automovilistas, florecen por todas partes caléndulas y bocas de dragón, dos plantas herbáceas tan socorridas que muchas veces se nos olvida incluirlas en nuestras propias plantaciones.
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