La prueba de jabalina roza el ridículo
Antes de iniciarse los Juegos, alguien bromeó, durante una visita al Coliseo de Los Ángeles, que la jabalina podía salirse del estadio. Era, claro, una gracia. En ese estadio es posible realizar lanzamientos de más de 100 metros. En realidad, lo que resulta ridículo es efectuar lanzamientos de 86,76, que es la distancia que ha concedido la medalla de oro al finlandés Arto Haerkoenen. El concurso final de lanzamiento de jabalina resultó de una pobreza considerable. En comparación con el reciente récord mundial del alemán oriental Hohn (104,80 metros), casi regional.En la calificación ocurrió lo mismo, aunque el ex plusmarquista mundial norteamericano Tom Petranoff hizo la mejor marca sin pasar de los 86 metros (que apenas superó en la final el campeón Harkonen), y aún mantenía esperanzas de seguir la fiesta norteamericana tras la campeona de los 100 metros, Evelyn Ashford, y el de los 400 vallas, Edwin Moses.
Sin embargo, todo esto es imposible en el Coliseo. Ni siquiera se puede pasar de los 90 metros. Mucho menos acercarse al anterior récord mundial de Petranoff, establecido en 99,72. Tampoco él había vuelto a conseguirlo. Todo salió mal. ¿Qué razones impidieron no sólo un triunfo norteamericano, sino que las marcas fueran especialmente tan flojas? ¿Cómo la técnica norteamericana no pudo solucionar esto, ni entrenar a sus lanzadores, al menos, para superar estas condiciones adversas?
Los Ángeles está al nivel del mar y el aire pesa más; la penetración de las jabalinas, por ello, es peor. Pero el aire de Los Ángeles es aún más pesado con la niebla tóxica y la humedad. Y en el Coliseo no sopla apenas viento, algo fundamental para acompañar con una ráfaga oportuna una jabalina bien lanzada.
Y también sucede algo curioso. Varios participantes utilizaron gafas para lanzar. A la hora del concurso, por la tarde, el sol les da de frente a los atletas. California está al Oeste, por donde se pone el sol. Los organizadores, que han llenado los estadios y las pantallas con ganadores iuesei, y que han hecho el gran negocio, norteamericano pese a las ausencias (del plusmarquista Hohn, por ejemplo), no han sabido poner el sol en un lugar que no molestara a los deportistas. Ellos, que parecen haberlo preparado todo con suma meticulosidad para consechar triunfo tras triunfo, se han visto derrotados por la naturaleza. Pero, claro, como esa no se lleva medallas, no hay problema.
De todos modos, es difícil encontrar justificación a semejante ridículo. Arto Haerkoenen, con 86,76 metros, no hubiera ganado ni el bronce en los Juegos de 1968, en México, donde el húngaro Cergely KuIcsár necesitó 87,06 metros para subir al podio. No digamos ya el oro.
El soviético Janis Lusis necesitó un lanzamiento de 90,10 metros para alcanzar el metal más valioso en los Juegos mexicanos. El alemán occidental Klaus Wolferman, otro de 90,48, en Múnich-72. Miklos Németh, de Hungría, consiguió 94,58 metros en Montreal-76 y se llevó el oro. Hace cuatro años, en Moscú, el soviético Dainis Kula tiró la jabalina hasta los 91,20.
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