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Juegos de la 23ª Olimpiada de la era moderna

España, incapaz de soportar la presion de Estados Unidos

ENVIADO ESPECIAL, Antes de los cuatro minutos de juego estaba claro que lo que no puede ser no puede ser y, además, es imposible. Sin embargo, a los diez los jugadores norteamericanos sólo parecían ya hombres. Luego, el Forum de Los Ángeles enmudecía porque España se ponia por delante en el marcador. Bobby Knight, el entrenador más conflictivo del mundo, se salía de sus casillas y comenzaba la rueda de sustituciones para tratar de detener a aquellos locos españoles, a quienes había comenzado a pasárseles el pánico y que iniciaban un juego serio, capaz de mantener a raya al adversario con dignididad. En la segunda parte, la fiera hostiga da dio el zarpazo definitivo y, tras perder España tres balones consecutivos, se estableció la diferencia en el marcador que llevó a Estados Unidos a un triunfo contundente.

Salió el equipo estadounidense a a cancha como un cohete de trayectorias endiabladas, a resolver el encuentro con rapidez para no dar opción a la sospecha. Los españoles empezaron asustados, imprecisos en el tiro, desconcertados y entregando mal el balón. No salían en contraataque y no defendían bien. Pero de la presión constante al hombre comenzaron a deshacerse a la hora de atacar. Y en defensa empezó Romay a asomar en los rebotes con olvido de quienes estaban enfrente. Romay recogió rebotes, pese a la oposición de Ewing, Tisdale y demás. Fue uno de los jugadores más serenos. Por contra, Fernando Martín comenzó a cargarse de personales. Díaz Miguel sentó a Martín y Epi para que se serenaran y los sacó de nuevo a la pista cuando consideró que estaban en mejor disposición anímica. A Martín le afectó el tapón que le pusieron al principio y Epi tardó mucho en coger el tino ante la canasta y se quede en 17 puntos. Al pivot madridista le señalaron demasiado pronto la cuarta personal y ya el peso de su papel tuvieron que repartírselo Romay y Jiménez.

Iturriaga logró meter diez puntos -en la segunda mitad, ninguno-, pero no bastó el esfuerzo colectivo e individual para parar a la maquina estadounidense. Jordan, que en este encuentro sí fue matenido en la pista durante la mar parte del tiempo, hasta que se lesionó, hizo diabluras y ello fue suficiente para que su equipo pudiera irse al descanso con ventaja en el marcador.

Lo sucedido en el segundo período fue otra película. El resultado quizá fue lo de menos. Lo importante para los españoles fue que demostraron que son capaces de afrontar con ciertas garantías de éxito los encuentros fundamentales para alcanzar una medalla.

Durísima defensa

Estados Unidos hizo una defensa durísima. Había que tener una gran fortaleza de ánimo para colocarse bajo su tablero. No tiene necesidad de que los árbitros le echen una mano porque tiene recursos sobrados para vencer. Pero se encontró apoyado por la pareja dirigente, que se inhibió constantemente de los palos que propinaron los estadounidenses. No sólo permitieron la dureza, sino que hicieron la vista gorda en la zona española, donde pudieron entrete nerse lo suficiente para pensar un jugada de ajedrez. El banquillo español reclamó constantemente esta irregularidad, pero los señores de gris no se dieron por aludidos. Ni en eso ni en los agarrones a Romay, al que sólo faltó que le pusieran las esposas.

Al fin se vio medio encuentro interesante, competido y con dos equipos situados en similar categoría. Hasta ahora todo habían sido paseos más o menos bucólicos. Fue bonito, aunque no favoreciera el resultado, ver cómo los norteamericanos tenían que usar sus mejores armas para decantar la victoria a su favor. En el segundo tiempo los españoles no soportaron la presión a que se les sometió y volvieron a cometer errores en la entrega. Unos instantes de indecisión, despiste y descuido bastaron para que uno de los dos mejores equipos del mundo pusiera las cosas en su sitio.

No era previsible el triunfo español. Ni previsible ni siquiera deseable, pues el primer lugar en el grupo podría causar más complicaciones que el segundo en los encuentros restantes. Claro que tampoco era deseable recibir una soberana paliza. Caben, eso sí, algunas disculpas. La de los árbitros es muy contabilizable.

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