Climatizado
No es fácil creer que los responsables de los locales públicos con sistemas de refrigeración pertenezcan a otra especie. Si pertenecieran a otra especie y con los años que llevan actuando es seguro que habrían sido descubiertos y reducidos. Pero admitiendo que no pertenecen a otra especie se hace más arduo el problema. ¿Cómo no siendo de otra especie podrían mostrarse tan indiferentes al helor? ¿Y si no son indiferentes a ello qué resultados pretenden inflingiendo ese castigo? Incluso un ser de otra especie que abriera un local público se habría informado sobre las características biológicas de los ciudadanos para no provocar una morbilidad que le perjudicara. Claro que esto contando con que el negocio no escondiera un plan de experimentos criminales. De otras especies es imposible saberlo todo. Pero ¿y se se trata de partícipes de nuestra misma especie? ¿Será más sencillo comprender así lo que les induce a atormentarnos con una temperatura polar justo en el momento en que llegamos esperanzados con la promesa de la "climatización"? Es muy delicada esta pregunta.A primera vista no es sencillo adivinar por qué los dueños de los lugares con refrigeración podrían sentir alguna animadversión hacia los visitantes. ¿Es concebible un rencor oculto? ¿Es explicable que se deleiten con el espectáculo de personas inermes, súbitamente ateridas y humillantemente agarrotadas? Aunque la perversión humana es de por sí insondable, no sería en ningún caso esta siniestra hipótesis la más recomendable. Aceptándola como como pertinente, los comensales de un restaurante o los espectadores de un cine serían doblemente víctimas: objetos palmarios de la actual congelación, pero ademas personas inexplicablemente odiosas para esos tipos de la refrigeración. Es pues preferible plantearse el asunto de otro modo. Simplemente, si es verdad que nos hielan las entrañas, lo hacen sin darse cuenta. O incluso lo hacen con la idea de agradarnos. Cuesta creerlo, es cierto, pero vale la pena. De otro modo nos veríamos obligados a enfrentarlos por la fuerza. Pero así, ya encarnizados en la lucha, ¿quién nos protegería contra el el terror de descubrirlos corno seres de otra especie?
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