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Entrevista:Mis queridos monstruos

Pilar Miró

Esa cosa que ha tenido siempre, y que sigue teniendo, de niña castigada que viene de mala gana a dar la lección. "Tú a mí siempre me has caído bien, Umbral: por eso estoy aquí. Tú eres interesante". "Ah. Pero yo, lo que quería era hacerte una cosa para el periódico". Estamos en uno de esos restaurantes nuevos que imitan lo viejo, que nos venden nuestra propia nostalgia como un lujo y nuestro pasado *como un espejo, y i que, finalmente, invitan a los famosos a "una copita de la casa".-Pilar, malvada, quiero hablar de la niña que eres/eras.

-Fui una niña de Argüelles, recuerdo los cincuenta, el colegio de las monjas, que eran como todas las monjas, pero a mí me metieron muy dentro su asunto, de modo que, luego, me ha costado mucho tiempo librarme de todo aquello, porque además estaba la cosa familiar.

-¿Y qué era la cosa familiar?

Se revuelve el pelo como el chico malo que no quiere contar nada, pero que está deseando contarlo todo. Pilar Miró es nuestro James Dean femenino, una rebelde sin causa (aunque tengamos, todos, tantas causas) que, en vez de interpretar películas, las filma.

-La cosa familiar era el ejército, la milicia. Yo tenía que haber sido novia de un cadete y haberme casado con un militar.

-En mi infancia, Pilar, y quizá también en la tuya, el modelo masculino era el cadete. Nadie éramos nada frente al cadete.

-Ya. Pero a mí no me gustaban los cadetes.

-¿Quién te gustaba?

Toma consomé y carne, como yo, pero la carne la pide sin sal, y entonces recuerdo que Pilar, una vez, estuvo mala. "No vamos a hablar de ésas cosas, ¿eh, Umbral?". Me dice que hace todo lo que no debería hacer, ni como enferma ni como directora generala: trasnochar, beber, viajar.

-No sé quién me gustaba. Siempre he buscado alguien, algo.

-¿No eres la mujer que se ha propuesto la multiplicidad de los hombres como una cosecha que hay que recoger?

-No. Siempre he buscado un hombre. Y no lo he encontrado. Y, si lo he encontrado, he destruido yo la relación, por maldad, por exigencia, por exceso de crítica.

-¿Te arrepientes de algo de eso?

-No me arrepiento de nada.

-Entonces, eres absolutamente mala. El mal es no arrepentirnos del propio mal que nos hacemos.

-Soy absolutamente mala, Umbral, y lo sé, y asumo mi maldad.

-Me gustaría volver a la niña dé Argüelles y postguerra, Pilar.

A lo mejor ahí nos salvamos un poco.

-Mira, en Rosales había una pipera que tenía las mejores pipas de Madrid. En Rosales había unas sillas alquiladas que nosotros no alquilábamos nunca, porque no teníamos dinero.

-¿Por qué no haces una película con todo eso, Pilar? Todo eso eres tú.

-No, qué va, qué asco. La postguerra. No me interesa nada.

-A mí, que vivo atravesado por el tiempo, sí que me interesa. Pero sigamos con la cronología: la niña de Argüelles y postguerra se convierte en la primera progre de los setenta, en la progre/piloto, como ya he dicho, que tiene una vida sentimental y profesional propia, que ella rige y dirige.

-Yo no era feminista ni progre ni nada. Eso son cosas que veías tú. Yo quería hacer mi Escuela de Cine, mis películas, mi televisión, y nada más.

-La Escuela de Cine.

-Nada, que los mismos ujieres que me reñían por mala, en la Escuela, son los que tengo hoy a mi servicio, en la Dirección General. Naturalmente, no se levantan para nada cuando yo paso. Entonces, la Escuela nos parecía una mierda, claro. Y siempre estábamos haciendo huelgas. Hoy pienso que seguimos viviendo de los directores que se formaron en aquella Escuela. Luego no ha surgido nadie. Una Escuela de Cine me parece importante y por eso quiero reabrirla. Aunque me encúentro con muchas dificultades técnicas y económicas. La Escuela la cerró aquel ministro cristalógrafo que salió por equivocación, don Julio Rodríguez, sí, ése.

-Me gustaría saber y contar, Pilar, amor, cómo la niña de Argüelles y postguerra, cómo la primera progre de España llega a director general.

-Bueno, verás, la sensación más clara de eso la tuve un día que unos chicos de Ciencias de la Imagen vinieron a manifestarse delante de mi casa, para pedir algo, y yo miré por la ventana y allí estaban los guardias, disolviéndolos, y ellos corrían delante de los guardias, y yo, que me había pasado la vida corriendo delante de los guardias, comprendí de pronto que ya estaba del otro lado, y que ahora los chicos y las chicas corrían por culpa mía.

-¿Qué era tu primer largo, La petición?

-Un cuento de Zola.

-¿Y qué querías decir con La petición, aunque sea una pregunta estúpida?

-Quería decir que determinada educación que se le ha dado a la mujer la convierte en maligna, la convierte en todo eso que es en la película.

-El hombre es culpable, eternamente culpable.

-No, el hombre no, la tradición.

-La tradición es masculina. Las mujeres no tenéis tradición. O sea que el hombre. ¿Qué pasa con los hombres y las mujeres?

-Que sois unos ingenuos y las mujeres siempre os utilizan.

-Eso lo saben hasta los tontos de tiza, Pilar. La protagonista de La petición utiliza incluso a un muerto, y a un tonto. Todos somos ese muerto y ese tonto. Más el otro tonto, que es el prometido.

-Bueno, pues ya está, ya ves que no soy exactamente una feminista.

-Tú, como he escrito alguna vez, parece que tenías vocación de contarte, en el cine, de contar tus problemas. Sin embargo, tu película de mayor repercusión, y sin duda la mejor hecha, es El crimen de Cuenca, o sea un hecho objetivo, histórico, ajeno a ti.

-Lo que pasa es que lo autobiográfico funciona siempre, aparece por donde menos se espera, y quizá en esa película también hay autobiografía, aunque ya sé que no triunfó por eso, sino por razones extracinematográficas. Pero no es del todo cierto que yo quiera siempre contarme, Umbral.

-Perdona, Pilar. ¿Hablamos del Gary Cooper?

-Hablamos.

-Vuelvo a la pregunta estúpida. ¿Qué quisiste decir con esa película? Yo recuerdo que una vez, en mi casa, una vez que fuiste a verme, me dijiste que, cuando una persona es amada, exige que se le adivinen los deseos. La protagonista/tú de Gary Cooper parece que también exige escy. ¿No?

-Es la historia de una mujer que se encuentra sola, y sola ante la muerte. Pero se ha ganado esa soledad a pulso. Es culpa de ella.

-Todos los hombres quedan allí como unos gilipollas que no han entendido nada.

-Verás, Umbral, tú no te vas a acordar, pero yo a ti te hablé por primera vez en un ascensor de una clínica. Me sorprendió que me conocieras. Te mentí, te ,dije que iba a ver a una amiga. Tú también me mentiste. Cada uno de los dos ocultaba su propio dolor. Yo salí muy mal de aquel ascensor, preguntándome por qué nos habíamos mentido. La protagonista de Gary Cooper también miente. Por eso digo que ella se ha ganado su soledad.

-Pero en Gary Cooper utilizas mucho tu dolor. A mí me sorprendió, incluso, lo que pudiera haber allí de autocompasión. Te creía más dura.

-Sólo utilicé el dolor en la medida en que me pareció que podía ser común a todos.

-Una ética muy PSOE. Pero todos sabíamos que era tu dolor, tu problema. ¿Qué película harías ahora mismo?

-Tengo varias ideas. Me gustaría hacer un Werther, una Larra, y también un tema muy de ahora mismo: los niños que se suicidan.

-Los tres temas son el mismo: el suicidio. ¿Por qué se suicidan los niños, Pilar?

-Porque están solos.

-¿Vistes bien y mucho el cargo de directora general?

-Esta misma noche tengo que ponerme de largo para una recepción oficial.

-La última vez que te vi en una recepción oficial, Pilar, llevabas un traje de chaqueta con los hombros anchos, y estabas muy elegante.

-Una de las cosas que me gustan de ti, Umbral, es que eres

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muy observador. Eso se nota leyéndote. ¿Cómo pudiste fijarte en lo que llevaba aquel día?

-A lo mejor es que soy muy observador, pero sólo observador de Pilar Miró. Otra cosa que ha cambiado en ti, Pilar, es que, de particular, me mandabas flores, y tu primer envío como directora generala, en respuesta a una observación/crítica mía, fue un cactus que picaba mucho. A mis gatos les encantó, porque un alimento que ofrece resistencia es ya un enemigo, para un cazador nato y neto como el gato, de modo que se debatieron heroicamente con el cactus.

-¿Y se lo han comido? -me pregunta Pilar con cierta melancolía.

-No, mujer, pero algún zarpazo le echaron, y algún mordisco. El cactus está en casa. Pilar, es el primer día del verano. ¿Nos vamos a tomar algo al aire libre?

Y la llevo de modo suspecto a Rosales, en un taxi, a su viejo barrio de Argüelles. Quiero suscitar en ella, obviamente, el pasado contra el que se defiende:

-Mira, allí estaban las monjas, y allí la pipera, y allí...

Ha entrado en el juego, ha caído en la trampa. (Voluntaria y conscientemente, claro.) Nos sentamos en una terraza de Rosales y tomamos wodka con limón. El viento de junio le levanta el flequillo/insignia: Pilar tiene una frente despejada y pura.

-Nunca me había fijado en tu frente, Pilar, por el flequillo.

Pilar tiene unos ojos inteligentes y duros, obstinados y fijos, casi de chico malo, más que de chica mala.

-Éstos son mis barrios, Umbral. Esto es todo lo que te contaba.

-¿Por qué no haces una película con todo?

-Que no.

Pero la ha transido un poco la nostalgia, como los trenes de allá abajo, en ese puerto de trenes que es Príncipe Pío, nos traspasan con el grito de su despedida. Los trenes, cuando se despiden, tienen un grito melancólico, agudo y desacordado, como de pavo real. Uno ha escuchado mucho los pavos reales (arzobispado de Valladolid, Campo Grande de Valladolid) y conoce su grito y sus matices. Pilar calla y pasa el barquillero.

-¿Quieres barquillos, Pilar?-No quiero barquillos, no me da la gana.

Curiosa criatura que se resiste a la nostalgia y a los tiempos perdidos, o que tiene el alma vaginal seca para ellos. "Pero sólo nos alimentamos del pasado, de nuestro pasado, Pilar: no tenemos otra cosa de la que nutrirnos, para hacer cine, para hacer literatura o para esa otra manera de hacer cine que es, simplemente, vivir". "Bueno, déjalo, lo autobiográfico, si sale, ya saldrá solo".

-Hemos hablado algo de tus temas, Pilar, como realizadora. ¿Y tu estética?

-No creo en la estética por la estética.

-Yo, sí, Pilar. Ya, casi, no creo en otra cosa. Y no otra cosa es el cine.

-A ver, ponme un ejemplo -dice de pronto, volviendo a la niña adorable y rebelde que siempre es.

-Orson. Welles. A Orson Welles no le importa nada la tragedia de Otelo, que es ridícula. Le importa -su película. O Sed de mal, que, como sabes mejor que yo, fue sólo un encargo, y de la que él hizo una gran obra de arte. O Antonioni.

-Antonioni, hoy, ya no vale.

(Y aquí entrar los secretos códigos de la gente del cine, que uno intuye, pero no descodifica.) El encanto de Pilar, la posibilidad que ella ofrece de pasar "al otro lado de la mujer", como Rilke pasaba "al otro lado de las cosas" comunicando su corriente humana con la corriente vegetal de un árbol, en Ronda, es que en seguida se deja convencer, blandamente, o hace como que tal. Esto a los machos nos conforta mucho.

-Mira Buñuel, Pilar. Buñuel es un gran narrador, un gran escritor, pero el cine lo hace de cualquier manera.

-Sí, casi siempre lo hace de cualquier manera. Y las historias son siempre las mismas, en eso tienes razón. La diferencia está en el modo de contarlas.

(Y aquí estamos, en Rosales, de novios imposibles, disfrutando uno el encanto relajado y poblado de encontrar un amigo casi de su generación, o de la siguierite, con quien. compartir gustos y recuerdos, y con la ventaja de que el amigo es una amiga, cosa que siempre se agradece. El barquillero nos ha dejado un perfume antiguo y democristiano a barquillos/obleas.)

-¿Tú crees, Pilar, que tu óptica cinematográfica de Rosales, por ejemplo, sería radicalmente distinta a la de Gutiérrez Aragón, pongamos por caso?

-Sí, absolutamente. ¿Y a ti qué te parece cómo lo está haciendo el PSOE, Umbral?

Me encanta, porque vuelve a ser una conversación- de progre de los setenta, puesta al día.

-Bien, a mí me parece que el PSOE lo está haciendo bien, pero no tiene nadie que lo diga.

-Quizá es que se venden mal.

-Quizá es que no tienen dónde venderse, Pilar.

-Quizá. A ti no te gusta la ópera, Umbral. Yo te tengo que llevar a la ópera.

-Si es que me duermo, Pilar.

-No. Tú estás bloqueado por prejuicios sociales. La ópera te parece una cosa elitista. Y claro que es así. Pero la ópera es importante.

-Ya sé que es una limitación mía, Pilar.

-No es una limitación. Es que estás bloqueado.

-Pues desbloquéame.

-Bueno.

-Pero, a ser posible, que no salga Montserrat Caballé.

-Ya comprendo que te saca de situación.

-Eso.

Paseamos un poco por Rosales. La llevo a su despacho. "Llego tarde por tu culpa, Umbral".

"Perdona". El taxi, lejos ya de Rosales, se interna por Madrid. Dejo a Pilar Miró casi a la puerta. "¿Qué te ha parecido este viaje a tu pasado de niña de Argüelles/postguerra, Pilar?". "Me ha encantado". Como despedida, me da dos besos protocolarios de director general.

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