Mary Kaldor
Una ensayista brillante con cara de niña incómoda que transmite a sus hijos su esperanza en el pacifismo
Su verdadera edad, 38 años, pasa casi inadvertida bajo una melena negra intensa que la dota de un perfil menos dramático que el de Ana Magnani, pero lleno de extrañas connotaciones mediterráneas. Por línea materna tiene conexiones españolas, ya que algunos antepasados judíos fueron expulsados por Isabel y Fernando de la España católica. Su padre emigró, en cambio, voluntariamente de su Hungría natal, atraído por las ideas que los fabianos propagaban desde el Reino Unido. Dos hijos de nueve y cuatro años y un marido que investiga la guerra química en la Universidad de Sussex -el mismo centro donde Mary Kaldor trabaja sobre tecnología de la armas- completan este breve retrato de familia.Se crió en Cambridge, donde Nicholas Kaldor enseñaba, y en Oxford, donde Mary estudió economía. No es extraño que, habiendo oído hablar de desarme desde su más tierna infancia (su madre militaba activamente en el CND británico), pasara casi directamente de la universidad al Instituto de Investigaciones para la Paz de Estocolmo (SIPRI), donde trabajó a finales de los años sesenta. Recuerda que los delegados soviéticos en una ronda de las importantes conversaciones Pugash, que reúnen a científicos e intelectuales del Este y del Oeste, protestaron en una ocasión porque el equipo británico había incluido en sus filas a una niña incómoda que, claro, era ella misma.
Con ocasión del seminario sobre Euromisiles y pacifismo, celebrado la semana pasada en Segovia, Mary Kaldor demostró que también puede soliviantar a diplomáticos británicos y norteamericanos porque es capaz de asegurar que "las elecciones ya no cuentan, porque la gente sabe que, vote a quien vote, todos los Gobiernos hacen lo mismo, por limitaciones burocráticas" o de afirmar que "la preocupación por los números es muy peligrosa, ya que sirve de pretexto para no hablar de los problemas políticos que subyacen a las armas y constituye una buena receta para mantener la carrera armamentista".
Acepta que el pacifismo tiene difícil traducción en términos electorales y piensa que el movimiento pacifista nunca se transformará en partido político. Su interés deriva más bien, opina, de que, junto a otros fenómenos como el del feminismo, junto a ciertas corrientes de pensamiento surgidas de la crisis del marxismo, y por su propio ámbito internacional, que ha comenzado a saltar la barrera entre los bloques, el pacifismo representa la gran esperanza para la evolución social de Europa.
Se sitúa en la izquierda moderada del laborismo y se declara feminista. Admira a las mujeres de Greenham Corrimon, "porque todo movimiento necesita de fanáticas, aunque yo no lo sea". Dice, por ejemplo, que no es partidaria de que las mujeres hagan el servicio militar ni de que asuman otras tareas masculinas, "porque a ese paso terminaríamos todos como la señora Thatcher".
Finalmente, se preocupa de transmitir su herencia. Cuenta que el día en que comunicó con alegría el triunfo de Mitterrand a su hijo menor, éste le preguntó: "¿Y va a quitar los misiles?". Evidentemente no ha sido así, y Mary Kaldor tiene hoy menos simpatías por el Gobiemo socialista de Francia.
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