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Los embajadores huyen de la 'jungla' de Beirut

El caos y la inseguridad que reinan en Beirut, sobre todo desde la conquista, a principios de febrero, de la mayor parte de la ciudad por las milicias musulmanas, ha incitado a numerosas embajadas a parapetarse detrás de sacos de arenas y alambradas, mientras otras emigran al sector cristiano y algunas incluso cierran lisa y llanamente sus puertas para trasladarse a países vecinos hasta que lleguen tiempos mejores de paz. Precediendo o siguiendo las huellas de los miles de civiles que los contingentes norteamericano, británico e italiano de la ahora desaparecida Fuerza Multinacional evacuaron en febrero, los diplomáticos se marchan, y de las 84 embajadas o legaciones acreditadas en Líbano, 30 se han trasladado fuera del país en los últimos tiempos, según el último número del semanario Al Usbu al Arabi, mientras otras 32 están dirigidas por encargados de negocios y sólo 22 embajadores permanecen aún aquí, en su mayoría occidentales y del Éste, y uno sólo árabe, el representante de Marruecos.

Ante el vacío diplomático creado por el éxodo de los embajadores acreditados en Beirut, el Ministerio libanés de Asuntos Exteriores, palacio Bustros, se consuela señalando en sus comunicados que ningún cierre es definitivo, e invitando a las fuerzas de orden público, de las que se ríen las milicias, a reforzar la seguridad de las embajadas y sus funcionarios, mientras las fuerzas libanesas (milicias cristianas unificadas) intentan sacar partido de esta situación aconsejándoles que se trasladen a las regiones liberadas del denominado reducto cristiano, "donde el terrorismo ha sido extirpado", e incluso la pornografía está siendo "duramente combatida".Antes de tomar estas decisiones, que incrementan el aislamiento de una capital cuyo puerto y aeropuerto permanecen cerrados, pero que en sus días fue la puerta obligada de entrada en Oriente Próximo, los diplomáticos han sido víctimas en la jungla beirutí de numerosas anécdotas tragicómicas o de auténticos dramas, que les han incitado a transformar las embajadas en auténticas fortificaciones o a hacer las maletas.

Desde el asesinato, en 1976, del embajador de EE UU, Francis Meloy, y de su consejero económico, Robert Owaring, hasta el homicidio en septiembre de 1981 del de Francia, Louis Delamare, pasando por la voladura el pasado mes de abril del edificio de la Embajada norteamericana, con un saldo de 63 muertos, entre los que figuran 17 ciudadanos estadounidenses, la lista de los atentados contra diplomáticos se acaba aún de alargar el pasado mes de marzo con los pequeños ataques contra la cancillería francesa, el tiroteo del agregado cultural galo, Sauveur Gliozzo, y el secuestro del tercer secretario norteamericano, William Buckley.

Mil peripecias

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Al margen de estas acciones espectaculares, de las que sólo son víctimas los representantes de las potencias que desempeñan un papel en la región, la vida cotidiana de los diplomáticos, que, junto con los periodistas y la numerosa servidumbre originaria del Extremo Oriente, son los únicos extranjeros que permanecen en este antiguo centro del cosmopolitismo, está compuesta de mil peripecias no siempre divertidas.

Quién más quién menos, todos tienen su pequeña aventura que contar, empezando por el propio embajador de España, Joaquín Castillo, cuya residencia, ahora transformada en cancillería, ha sido dañada dos veces en los seis últimos meses por la artillería drusa, hasta el de Canadá, David Jackson, que fue obligado a punta de pistola a entregar a dos individuos un aparato de radio para transmisiones a corta distancia instalado en su coche.

Los elementos armados que deambulan por Beirut oeste muestran especial predilección por los automóviles diplomáticos, de los que se apoderan encañonando simplemente al conductor, y que hasta hace poco ofrecían la ventaja de inspirar confianza con su matrícula blanca y amarilla y permitían pasar más fácilmente los controles de las innumerables milicias.

Para proteger y facilitar la vida de sus diplomáticos, víctimas de una auténtica sicosis de secuestro desde la desaparición de Buckley a mediados de marzo, la Embajada de EE UU, que evacuó a principios de febrero a 150 funcionarios a Chipre, aconseja ahora a la cincuentena de miembros de su reducido staff en Beirut que se alojen en sus instalaciones custodiadas por un centenar de marines. Pero más de un súbdito norteamericano teme que pronto o tarde el edificio- búnker de la cancillería conozca la misma suerte que el cuartel general del contingente militar estadounidense, destruido en octubre en un atentado que costó la vida a 250 soldados.

A Chipre y Grecia

Los pequeños países, especialmente los latinoamericanos, como Uruguay, Brasil y Colombia, que tienen escasos intereses en Líbano, aprovecharon los acontecimientos de febrero para mudar sus representaciones a Chipre o incluso a Grecia, aunque el embajador colombiano, Alberto Cardona, aterrado por los bombardeos, intentó primero refugiarse en la zona bajo la autoridad de las tropas italianas, a cuyo atónito comandante en jefe, general Franco Angioni, pidió asilo político para poder hospedarse en su cuartel general.

El embajador de Uruguay, Guillermo Stewart, no pudo salir de Líbano por sus propios medios, y fue la Cruz Roja Internacional la que le sacó del hospital americano de Beirut, donde había sido internado días antes, al resultar herido en una pierna por una granada lanzada en el vestíbulo del lujoso hotel Carlton.

De esos días agitados de febrero en los que también quedó paralizado a causa de una bala perdida un miembro del servicio de seguridad de la Embajada de la RFA, guarda también mal recuerdo Imelda Miers, esposa del embajador británico, que quedó atrapada durante casi 48 horas en su residencia, de la que no pudo ni siquiera ser rescatada por los tres escoltas armados hasta los dientes que le envió su marido.

La intensidad de los combates callejeros les obligó a permanecer en la residencia, en la que intentaron entrar algunos elementos armados, que después exigieron las llaves del Range Rover blindado del embajador aparcado en la puerta, a lo que los guardaespaldas británicos se negaron. Los milicianos abrieron fuego contra el automóvil y contra la casa hasta que consiguieron forzarlo y apoderarse del equipo de transmisión.

Quizá sea, entre todas las representaciones extranjeras, la de Argentina la que ahora se encuentra en situación más insólita, al estar ubicada en plena línea de demarcación que separa los sectores enemigos de la capital, al Oeste, musulmán, y al Este, cristiano. Su estratégica posición ha, incluso, incitado al Ejército regular a utilizar sus sótanos como cuartel.

Eduardo González Plaza, encargado de negocios argentino, al que también robaron su boyante Alfa Romeo a punta de pistola, ha multiplicado las protestas verbales y formales por esta flagrante violación de la extraterritorialidad y para tratar de obtener el desalojo de la villa Doña María, que en 1950 se convirtió en una de las más espaciosas y señoriales embajadas de Argentina. Pero mes y medio después del inicio de la ocupación, González Plaza reconoce, entre cortinas y muebles agujereados por las balas y ante unos teléfonos y un télex que han dejado hace tiempo de funcionar, que el palacio Bustros ha contestado a sus notas con silencio.

Tiro en el jardín

Lo único que ha conseguido el joven diplomático de 34 años de edad, negociando directamente con el teniente musulmán Jihad Abu Masha, que manda en la Embajada-cuartel, es que cesen los ejercicios de tiro en el jardín.

"Durante una década de guerra civil, las milicias palestinas o izquierdistas libanesas", afirma indignado González Plaza, mientras se oye el ruido del generador eléctrico de la Embajada y un cercano tiroteo, "han sido más respetuosas de la inmunidad diplomática de esta representación que el Estado libanés, cuyo Ejército se permite, por primera vez, ocupar una embajada" que tuvo ya la mala suerte de resultar parcialmente destruida por un bombardeo israelí durante el cerco de Beirut en 1982.

González Plaza, que se niega a seguir el ejemplo de otras cancillerías y a abrir una sucursal en el reducto cristiano, porque esto "supondría una opción política a favor de una determinada comunidad", pide a sus empleados que, en la medida de sus posibilidades, vengan tres veces por semana por la Embajada para cumplir un horario reducido.

Víctor Soler Sala, un catalán director regional de la Unicef (Fondo de las Naciones Unida para la Infancia) para Oriente Próximo y Norte de África, sostiene "que no se puede trabajar en estas condiciones", y ha ordenado el traslado de la sede de su organización a Animan, "una ciudad más pacífica".

Nada más arrebatar al Ejército regular el control de Beirut oeste, Nabih Berri, jefe de la milicia chiita Amal, pidió por radio a sus militantes que "no ataquen a las embajadas", y más recientemente, su aliado Molisen Daloul, vicepresidente del Partido Socialista Progresista (movimiento armado druso), aseguraba a los embajadores que no tenían nada que temer, tras lamentar que "el Gobierno se haya esforzado por convencerles de que se muden al Este (sector cristiano), al tiempo que nos describían como bestias sedientas de sangre diplomática".

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