_
_
_
_

Smith y Carlos, contratados para promocionar los Juegos Olímpicos de Los Ángeles

En 1968, en el estadio olímpico de México, los atletas Tommie Smith y John Carlos, primero y tercero, respectivamente, de la final de 200 metros, subieron al podio para recibir sus medallas. Se habían sacado las zapatillas y quedaban a la vista sus calcetines negros. Mientras sonaba el himno de su país, Estados Unidos, ambos levantaron el puño enfundado en un guante -también negro- al tiempo que miraban al suelo. La actitud de Smith y Carlos ha quedado fijada para siempre como la imagen de la lucha por la integración racial que se estaba librando en su país. Ahora, ambos han sido contratados para la organización de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles.

La inclusión de John Carlos en el aspecto organizativo del movimiento olímpico le ha convertido en un perfecto diplomático. Procede de una familia de origen español. Su madre habla perfecto castellano y su abuelo paterno era cubano. Dice que el gesto de México no lo repetiría ahora. "Las circunstancias han cambiado. No haría lo mismo en estos momentos, pero volvería a hacer algo si creyera que de esta manera ayudaba a los míos. Pero la situación ha cambiado radicalmente desde 1968. Nadie que viviera aquellos tiempos puede negar que se ha producido una integración radical considerable en Estados Unidos. Los problemas son otros ahora. La crisis económica ha perjudicado a los más pobres y da la casualidad que son los negros, pero éste es otro problema".Su trabajo con el comité organizador consiste en dar conferencias en los barrios y propagar la imagen del movimiento olímpico, pero sobre todo, en trabajar con los jóvenes de los barrios más pobres y convencerlos de que encaminen sus energías hacia el deporte y se alejen de la degradación del gueto, de la droga, de la violencia. Para esta labor su imagen es perfecta. "Les hablo de mis ideales y de la necesidad de que establezcan una meta en la vida. Creo que se fían de mi, ven a John Carlos como un héroe y saben que no soy una persona que se da fácilmente por vencido".

A sus 38 años, su aspecto físico no ha cambiado demasiado desde entonces. Ahora viste un impecable traje azul de raya ancha que le confiere una prestancia de alto ejecutivo. No se arrepiente de nada, aunque pagó cara su audacia de México. Perseguido por su fama, sin trabajo, su vida privada sufrió las consecuencias. Su mujer se suicidó pocos años después de los juegos. "Decían que era un terrorista, incluso mi padre me echó en cara lo que hice. En realidad yo no era más que un joven americano que creía en los ideales de su patria: libertad y justicia para todos en un país de hombres libres".

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_