Sequía mitológica
Una televisión sin mitos es más insufrible que una novela sin personajes, una película sin guión o un ensayo sin ideas. Seguramente una televisión desmitologizada resulta muy interesante como experimento comunicacional de laboratorio, incluso como provocación vanguardista.Pero una televisión así no hay quien la aguante, aunque en teoría tampoco nada se opone a que existan aventuras sin héroes, argumentos cinematográficos sin guión o ensayismo de hermosa gramática pero de estrepitosa sindéresis, como es fama tediosa en nuestra cultura culta, todavía extraviada en el laberinto del vanguardismo senil.
Todo el mundo habla de la fabulosa disposición del medio para crear mitos multitudinarios, capaces de contagiar todas las conversaciones del día siguiente. Lo cierto es que hace ya mucho tiempo que TVE es completamente estéril. Más todavía. últimamente parece dedicada a interrumpir sin contemplaciones cualquier embarazo mitológico.
Telefilmes de muchedumbres
No sólo suprime drásticamente los telefilmes de muchedumbres, de enorme audiencia, en una medida sin precedentes en televisiones bastante más sensatas y progres que la nuestra, sino que encima maltrata a los pocos dívos que le quedan. Me refiero a los dos últimos casos de protagonismo existentes: José Maria Iñigo y Jesús Hermida.
El uno condenado a la segunda cadena perpetua, y el otro, por lo que nos contó la semana pasada, desengañado y a punto de abandonar para siempre la pantalla.
Sin telefilmes, sin ídolos populares, con películas de cine-club y charlas de cine-fórum, todo parece indicar que vamos disparados hacía una televisión de arte y ensayo. Respeto profundamente tan noble idea regeneracionista, pero el aparato rechaza por naturaleza -por artificio- esa clase de santos mensajes magistrales, pedagógicos, redentoristas.
El error, quiero insistir otra vez, está en confundir la cultura popular con la cultura de masas. Y la televisión, para bien o para mal, que en eso no me meto yo ahora, pertenece con todas las de la ley -ley histórica materialista, por más señas- a la geografía de la cultura de masas. De idéntica manera que la economía de este país pertenece sin discusión al ámbito del consumo de masas, y la estructura social y mental del ciudadano español no se diferencia en nada -por el momento- a la que es común para el resto de los pueblos occidentales atrapados en las leyes del mercado.
La cultura de masas no sólo es un hecho originado por la televisión. Es consecuencia directa de la Ramada segunda industrialización; del mismo modo que gran parte de esa llamada cultura popular fue resultado de la primera revolución industrial. Luchar contra la cultura de masas desde un modelo económico, social e histórico como el nuestro -productor de cultura de masas- no sólo es una flagrante contradicción económica, social e histórica: es una batalla perdida de antemano.
Contra los telefilmes petroleros hay que ofrecer telefilmes de la misma envergadura mitológica -si se empeñan, si existen, de diferente nacionalidad-, pero nunca ofrecer la nada o, lo que es igual, pedagogismo de coros, cerámica, danzas, paisajes y casticemas de hace un siglo. Y contra el protagonísmo, la alternativa es más protagonismo. No hay más bemoles televisivos, porque lo que de ninguna manera puede hacer el chísme es aburrir a las piedras.
José Maria Iñigo y Jesús Hermida, para volver a los ejemplos de ayer y anteayer, son dos profesionales del medio cuya sola presencia en pantalla es garantía de fervores, odios, polémica, rumores, identificaciones y rechazos masivos. Y eso es mucho en estos momentos de sequía mitológica.
Por lo que sea, TVE ha sido incapaz de fabricar en estos años divos de la audiencia que les hicieran sombra. -Por qué no aprovechar como es debido, sin cortapisas absurdas, a estas dos figuras de la cultura de masas. Por qué ese exilio y ese eclipse total. Dónde están los nuevos mitos alternativos.
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