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Miret Magdalena, protector de menores

Hoy se dedica en Madrid un homenaje al teólogo, escritor y empresario

Un grupo de intelectuales, universitarios, periodistas y hombres del mundo de la cultura dedica hoy un homenaje nacional a Enrique Miret Magdalena, presidente del Consejo Superior de Menores de la Administración socialista. Madrileño, nacido en 1914, Miret ha cubierto a lo largo de su vida dos profesiones que en él han sido sobre todo actitudes: ha sido empresario y teólogo, y ni una cosa ni otra han chocado jamás. El homenaje tiene efecto esta noche, a partir de las nueve de la noche, durante una cena que se ha organizado en el hotel Eurobuilding de la capital de España.

Tiene un despacho de pico de proa desde el que se ve el horizonte de la sierra y el verde-gris del campo Madrileño."Si visitara uno por uno todos los centros de menores que dependen de mí se acabaría la legislatura antes de que pudiese hacer otra cosa...".

Enrique Miret Magdalena tiene un contrato -o un nombramiento, no sé- de los que está haciendo este Gobierno: por los años de la legislatura. La presidencia del Consejo Superior de Menores ve crecer cada día el número de conflictos. Una inmensidad. El puesto necesita algo más que una abnegación y una bondad innatas. Miret le añade un sentido de empresa. Para lo cual abandona, definitivamente, la empresa propia, heredada, antigua, hasta galdosiana. Quizá haya sido demasiado humanista para ser empresario; pero puede ser empresario para conducir una obra humanista.

Tiene una nariz antigua y unas antiparras oscurecidas que pueden darle un aspecto inquietante. No son ni siquiera una máscara: no intenta protegerse de su propia bondad. Es ligeramente vegetariano, ligeramente yogui, profundamente religioso, y tiene una impresionante biblioteca teológica en el sótano acondicionado de su casa de Colmenar.

Precursor

Fue así como comenzó su vida pública: como un divulgador teólogo, en la revista Triunfo, en los años muy difíciles. Era el precursor de unas corrientes de pensamiento que cuajarían en el pontificado de Juan XXIII y en el Concilio. Su clave principal es la comprensión, y quizá va más allá de esa palabra que entraña una cierta condescendencia o una tolerancia. Este creyente no se siente superior o inferior, ni siquiera distinto, de los que no lo somos; ni siquiera de las conductas no sacramentales, aunque él cumpla voluntariamente con los sacramentos.Su último artículo a propósito del aborto en EL PAÍS ha evitado, probablemente, algunas firmas en la convocatoria del homenaje que se le tributa esta noche, y quizá ampare algunas ausencias con otros subterfugios. Han cambiado los tiempos, y tal vez algunos que compartían la teología popular de Miret busquen ahora un alejamiento. Sin embargo, esta posición no es nueva para él: está acostumbrado a que se alejen de él, a que le discutan agriamente sus ponencias, a que le busquen dificultades. A veces graves.

No está solo. Nunca lo ha estado. En sus artículos, sus libros o sus conferencias ha tenido siempre la compañía de citas teológicas, algunas de grandes conservadores de otros tiempos, otras de la más estricta actualidad. Su cultura es tan inagotable como su memoria. Tampoco está solo en la vida.

Tiene la amistad y el reconocimiento de los que se han formado leyéndole (las generaciones que apuntan) y los de quienes han sido testigos -o beneficiarios- de su conducta; de una protección que ejercía antes de ser, oficialmente, protector.

"Hay muchos funcionarios que comprenden perfectamente; otros, claro, más reacios a hacerse una configuración mental de lo que es el menor. Tienen demasiado arraigada la noción de pecado y de delito...".

Lo primero que hizo Miret Magdalena al llegar al consejo fue suprimir las celdas de castigo. Era un primer paso para acabar con un concepto represivo, para que la palabra protección no fuera una hipocresía, un encubrimiento de cárcel o de reformatorio.

Ahora se debate entre presupuestos, transferencias autonómicas, reuniones, conceptos policiacos y judiciales, y el mundo tremendo de drogas, abortos, maternidades, familias, medio ambiente; a todo le quiere dar la dimensión humana que él mismo tiene de la vida. No conseguirá probablemente lo que quiere: nadie hoy, en ningún puesto, consigue lo que quiere. Tiene la enorme ventaja de que no es un utópico. Ningún otro, probablemente, conseguiría más que él.

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