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María Asquerino

La actriz reina del escepticismo y la desconfianza espera que finalmente se le haga justicia

"De todas formas, pienso que en esta situación mía no sólo las circunstancias sino mi propia actitud, mi manera de ser, que soy una persona poco dada a moverme, no, que de repente estoy bien en un sitio y me quedo diez años. Yo admiro mucho a Núria Espert, que es capaz de concentrar todos sus esfuerzos en una sola dirección, y por eso últimamente hago lo mismo que ella, convertirme en empresaria. Sin embargo, a mí me gusta tanto dispersarme, me gusta tanto la vida. Y pienso que para una actriz, o, por lo menos, para mí, es importante nutrirse de la vida". En el teatro, esa dama del alba que es María Asquerino -la noche le gusta más que un caramelo a un niño- ha hecho muchas cosas y bien, aunque de lo que guarda mejor recuerdo es de Anillos para una dama, "porque era el primer personaje reivindicativo que yo hacía, y esa época fue muy, muy feliz para mí".Con el cine es otra cosa. Esta mujer, que ha hecho docenas de películas, dice que el cine es como esos amantes a los que quieres mucho y no hay manera de que te correspondan. Y eso que todo empezó muy bien. A los 14 años -"que yo era muy alta y muy desarrollada"- hacía papeles de mayor, como en Aventura, que hacía de mujer de Pepe Nieto, que podía ser su padre. "Yo allí hacia de buena y Conchita Montenegro, de mala, que me robaba el marido. Claro que, al final, me lo devolvía, qué no estaban los tiempos para dar ejemplos nefastos".

Su madre era Eloísa Muro, actriz, y su padre, el catalán Mariano Asquerino, actor. "Yo nací en Madrid por casualidad, si llego a venir al mundo más tarde lo hago en San Sebastián; dependía del itinerario de la compañía". Dice que desde siempre fue muy suya. "Yo, en la guerra, con 8 años, me iba todas las tardes al cine, desafiando las bombas". Ya los 17 años se casó, y se separó a los 19, porque aquello no funcionaba. Luego vino una lista bastante considerable de hombres, que ha sido María amadora impenitente, aunque exigente. El idilio que más le duró, el más feliz, fue con un italiano, el coreógrafo Ricardo Ferrante: siete años. "Los extranjeros dan mucho mejor resultado que los españoles", dice María.

Ahora está escéptica, como decía al principio, respecto al trabajo y a los hombres. Aunque el trabajo es lo que más me importa "porque el amor cada vez me produce menos desazones, lo que más vivo queda en estas cosas es la memoria, más que el cuerpo". En cuanto al trabajo, se ha acorazado lo bastante para no sufrir. "Te da la vida tantas bofetadas en ese aspecto, que llegas a protegerte. Y ahora compruebo con satisfacción que casi nada puede hacerme daño. Mejor dicho, nada. Además, quién sabe. Cualquier día puede producirse el milagro". Entre tanto, espera. Sentada en su mesa de siempre de la noche bocacciana, rodeada de amigos, con un gesto irónico en su cara de gata, espera que se le rinda finalmente justicia. Y se consuela pensando que su admirada Bette Davis no siempre tuvo buenas rachas.

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