Felipe de Borbón, un joven de quince años
Aquel niño festeja hoy su cumpleaños en un país libre, cuya Constitución estudia en los periódicos y en la escuela, haciendo justamente lo que más ama: está con su familia en Baqueira Beret, esquiando.Si le tuvieran que regalar algo, reclamaría un telescopio más grande que el que le regaló su padre, el Rey, en fecha reciente, y sí tuviera que reclamar un festín para marcar tan importante fecha en la edad de un adolescente, pediría pollo asado. Si le fuera facilitado ese gesto, trasladaría a su lugar de recreo a todos sus compañeros de colegio y haría de las pistas nevadas el patio del colegio de Rosales donde estudia con ahínco y convencimiento el segundo año del Bachillerato Unificado Polivalente. Su madre le hubiera regalado una flauta y su padre una moto. Al final de sus días ambos le dejarán una corona, para cuyo uso se prepara.
Como los gestos del carácter no se pueden arreglar con los regalos de cumpleaños, el príncipe heredero seguirá siendo por algún tiempo el adolescente que aparece tímido en público pero que en la escuela se relaciona sin trabas con quienes le rodean y tiene la fuerza personal suficiente como para rebelarse ante el profesorado y reclamar mejores notas que las buenas que ya suele obtener.
Era tan tímido antes que incluso los fotógrafos que le trataban en los actos públicos llegaron a pensar que era hosco; en realidad es todo lo contrario, dicen los que le conocen de cerca, y citan sus buenas relaciones colegiales para explicar que es competitivo y bienhumorado, amante del trabajo en grupo y feliz jugando con quienes le rodean. Los que le observan aseguran que le perturba del protobolo la rigidez que impone; ha hecho lo posible para que esa rigidez se distienda, y se le ve en el patio del colegio compartiendo sus ratos de ocio con sus escoltas.
La extrañeza ante el protocolo, que es casi una cuestión de familia, ha dado origen a una anécdota televisada: El periodista Miguel de la Quadra Salcedo, que hizo un reportaje sobre el príncipe para Televisión Española, recurrió en su conversación al plural mayestático; Felipe de Borbón entendió que su interlocutor se refería, con ese plural, a su grupo de amigos, y prosiguió sus respuestas sin percibir que las preguntas le iban dirigidas personalmente.
Felipe de Borbón sabe que va a ser el Rey, y se prepara para ello, pero no oculta pasiones que le hubieran llenado la vida. Entre esas pasiones, la de la ciencia es la principal; en los ratos de asueto, sin embargo, la historia y las novelas de Salgari llenan su inquietud intelectual, además de la música, una devoción en la que ha sido introducido por la melómana reina de España, su madre.
Antes esa relación con su padre era aún más frecuente e imprevisible, porque el entonces niño Felipe de Borbón no reparaba en las visitas que el Rey estuviera despachando; se introducía en el despacho, a la vuelta del colegio, y se convertía en uno más del grupo que el Monarca tenía a su alrededor. Ahora pregunta si se puede pasar, y eso ha introducido una cierta formalidad en las relaciones entre el Rey y su heredero.
De todos modos, esa formalidad es aparente y pública, porque la familiaridad reina en privado; el príncipe suele decir que él tiene la gran suerte de ser amigo de su padre, con quien discute y habla como con un compañero de juegos o como con un colega de estudios.
Ayer, alguien que le conoce bien en el palacio de la Zarzuela, su casa, definió su carácter con una frase que resume una historia: "Es competitivo pero sabe ganar con gallardía y perder con orgullo". A lo largo de la vida de este país se ha visto que esa conducta responde a una larga herencia que algún día tendrá que administrar el joven que hoy cumple quince años.
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