Las autoridades andorranas cifran entre 40 y 50 el número de víctimas por las inundaciones
El número de víctimas registrado en el Principado de Andorra como consecuencia de las inundaciones producidas el pasado fin de semana, al desbordarse el río Valira, puede situarse entre cuarenta y cincuenta. El trágico balance ha sido calculado por las autoridades andorranas a partir de las diferentes comunicaciones recibidas de testigos directos de la riada, que vieron desaparecer ante sí coches arrastrados por la corriente o tiendas de campaña y caravanas engullidas por las aguas.
Estas estimaciones fueron confirmadas ayer a EL PAIS por Albert Pintat, cónsul menor del Comú (organización municipal similar a las parroquias en Galicia) de Sant Julià de Lòria, segunda ciudad andorrana por el número de habitantes. Es difícil, en estos momentos, en opinión de las autoridades de este pequeño país, ofrecer una información más detallada sobre los desaparecidos, a pesar de que en todos los ayuntamientos se están recogiendo y contabilizando los testimonios directos. "Andorra es un país de paso o de fin de semana. Tenemos constancia de que el agua se ha llevado coches repletos de gente, y lo más lógico es que los cadáveres tarden tiempo en aparecer. Algunos igual están ya en el pantano de Oliana", señaló Albert Pintat.El pequeño pueblo de Xuvall, de algo más de cincuenta habitantes, ofrece un paisaje casi lunar. Las aguas, que han atravesado el pueblo por todas las direcciones, han arrasado los verdes campos de esta villa. Arinsal, pueblo que da nombre a una famosa estación de invierno para la práctica del esquí, ha sido totalmente desalojado ante el temor de quedar sepultado por una de las montañas que lo rodea y que puede desplomarse de un momento a otro. Las únicas dos parroquias que no han sufrido daño alguno en todo el Principado son las de Ordino y Canillo.
"Ha sido algo espantoso. El cambio de apreciación de lo que ha sido Andorra durante todos estos años es abrumador. Hay que reconstruirlo todo: la red de agua, las instalaciones eléctricas, las comunicaciones y las instalaciones deportivas", repiten las autoridades andorranas.
La gente de todo el Principado trabaja a marchas forzadas para intentar reconstruir el país arrasado. La milicia popular sigue patrullando por las noches las calles de Andorra con una escopeta de caza al hombro para impedir el pillaje. Sin un salvoconducto del ayuntamiento, no se puede circular después de las nueve de la noche. Durante el día, patronos y obreros sacan agua de los establecimientos comerciales y limpian las calles en una labor que parece que núnca va a acabar. Las máquinas excavadoras y los camiones cargan escombros entre los que se mezclan botellas de whisky rotas, quesos, paquetes de tabaco, y todo tipo de objetos de contrabando. En algunos almacenes, como el Hiper, nada se puede aprovechar y las pérdidas ascienden a unos setecientos millones de pesetas. Pero las compañías aseguradoras ya han anunciado que no van a pagar nada.
Ayer se restableció una vía de acceso a Andorra por España, a través de un camino vecinal utilizado hasta ahora únicamente por los contrabandistas españoles. La carretera general tardará muchos días, quizá semanas, en ser reparada. Esta es ahora una de las mayores preocupaciones de los andorranos, que, como buenos comerciantes, no piensan ya en la catástrofe irreversible, sino en el día en que empezarán a trabajar de nuevo. "Salvo en los lugares donde todo ha quedado destrozado, podríamos volver a abrir los comercios en quince días; pero, ¿para qué?, si aquí no va a venir nadie?", comentaba desolada una familia española que desde hace diecisiete años era propietaria de un pequeño establecimiento en Andorra la Vella del que, después de la riada, únicamente quedan las cuatro paredes y la caja fuerte que milagrosamente no fue arrastrada por las aguas.
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