La sociedad, descrita a través del mito del mayordomo
Vuelve el señor Hudson y su entrañable señora Bridges; vuelve la familia Bellamy, y la residencia de Belgravia, Londres, a la pantalla de la televisión. Arriba y abajo tiene 63 episodios: fue uno de los mejores espacios de la segunda cadena, y pasa ahora a la primera, a las 16.05 de cada sobremesa. Una balada del tiempo que pasa, una elegía por una civilización que muere poco a poco, y que es razonable que muera.
La jerarquía de las clases altas
Parece una costumbre inglesa describir su sociedad a través del enorme y poderoso mito del mayordorno, desde -por lo menos- las Instrucciones a los domésticos, de Swift -hacia 1730- hasta el increíble Jeeves de Woodehouse, pasando por el Admirable Crichton, de Barrie. Hoy, las cocinas y los cuartos de downstairs, de abajo, están habitados por un pueblo de robots. Y quién sabe quien ocupa ya los cuartos altos.El Reino Unido construyó una sociedad democrática a base de un orden y una jerarquía -el orden victoriano, la jerarquía de las clases altas- sobre unos millones de esclavos lejanos, en los algodonales de Egipto o en las minas de la India. A los docks de Londres llegaba una inmensa riqueza descargada sin que nada quedase entre sus manos por los harapientos irlandeses, por los personajes miserables y tiernos que Dickens haría suyos. Con esa riqueza se elaboró un complejísimo código de costumbres, una sociedad donde las apariencias y las formas tenían un valor dramático por encima de la moral (Manners before morals), pero impregnada al mismo tiempo de una cierta ética.
Curiosa ética, en la que los distinguidos miembros del servicio -separados también por clases sociales, según a qué amos sirviesen- podían y debían ser más conservadores que los señores, liberales: porque a ellos correspondía la vigilancia estricta sobre el traje y la corbata para cada ocasión, la elección de los vinos para cada comida, el orden impecable de la casa y de sus habitantes.
El señor Hudson, mayordomo de los Bellamy, es un hito en la literatura de domésticos: inflexible, patriota, guerrero, seguro de que las jerarquías proceden de un orden divino, y de que el Reino Unido se hundirá el día en que no haya criados.
La presencia de la nostalgia
La serie Arriba y abajo es una perfección de relato. La nostalgia está siempre presente, pero no a toda costa: las injusticias, la realidad de un despotismo disfrazado de gran educación, la tremenda trivialidad de las clases dirigentes, la brutalidad de la guerra y la insensatez con que sus propias víctimas la disfrazaban de grandeza y heroísmo, están presentes en todos sus capítulos, cuya anécdota o argumento empieza y termina en cada uno de ellos: la continuidad la dan el carácter de los personajes y la permanencia del decorado. La televisión inglesa -en este caso, la London Weekend- ha alcanzado una perfección absoluta en sus relatos, y Arriba y abajo es un modelo.La creación del guión, la profundidad de las cámaras, que consiguen el retrato personal de cada personaje, la cuidadísima ambientación -trajes, música, interiores, las breves excursiones hacia un espacio exterior a la casa de Belgravia- y una interpretación enteramente fuera de serie en un reparto donde apenas existen los caracteres secundarios hacen que esta serie -que antes fue novela- pueda proponerse como un modelo y una lección de cómo debe narrarse en televisión. Sin olvidar que no todo el mundo tiene la antigua experiencia, la abundancia de profesionales y la facilidad de medios que tienen los británicos para hacer televisión.
Arriba y abajo se vuelve a emitir por la primera cadena de Televisión Española a partir de las 16.05 de hoy.
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