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Reportaje:

El día en que 'Isidoro' se hizo con el PSOE

El 11 de octubre de 1974 el congreso de Suresnes (París) elegía como líder a un desconocido, Felipe González, quien ahora celebra, en campaña electoral, su octavo aniversario al frente del partido socialista

La reunión del comité nacional el 14. de julio de 1969, en Bayona, iba a ser de amargo recuerdo y peores consecuencias para Rodolfo Llopis. Aquel día el PSOE iba a empezar a cambiar.En la oscuridad de la posguerra española, el socialismo había ido transformándose en una referencia al pasado mucho más que en una realidad presente. Rodolfo Llopis, el secretario general del PSOE, era una figura casi tan mítica como lejana, a caballo entre su domicilio en la localidad francesa de Albi y las modestas oficinas, muy adecuadas a su espíritu austero, del número 21 de la Rue de Tauré, en Toulouse, cedidas por los socialistas galos.

Los asistentes a las reuniones del comité nacional en Bayona eran, en definitiva, casi los mismos que participaban en las tertulias de café en Toulouse. Aprovechando las severas medidas de seguridad, el secretario general lograba, dando muestras de su especial astucia, que los hombres procedentes del interior apenas interviniesen en las reuniones.

La sola presencia de aquel muchacho en la reunión del comité nacional de Bayona constituía una gran novedad. Las cosas empezarían a ser diferentes. Aquel joven de veintinueve años protestaba airadamente porque la organización que él y otros compañeros montaban en Sevilla era sistemáticamente marginada. Los dirigentes de Toulouse habían decretado incluso la disolución del núcleo sevillano aglutinado en torno a Alfonso Fernández Torres. No se fiaban de su independencia de criterio y optaron por un viejo periodista sevillano, apellidado Calderón, perteneciente a la masonería y que, por años, achaques e instrucciones recibidas, mantenía la delegación del partido en la más; completa inactividad.

Sin embargo, paso a paso, iba naciendo en la capital andaluza un número de jóvenes militantes socialistas decididos a acabar con el aislamiento. Allí estaba una buena parte de los dirigentes actuales del PSOE: Felipe González, Alfonso Guerra, Guillermo Galeote, Luis Yáñez, Rafael Escuredo... Cuando supieron que había sido convocado el comité nacional decidieron enviar un representante a Bayona. Felipe González salió de Sevilla el día 12 de julio, por la mañana, en un R-8 propiedad de Alfonso Guerra. Llegó a la ciudad francesa al día siguiente. El 14 asistía, en el Club Náutico, a la reunión del comité nacional. La realidad que describió de la federación andaluza era muy distinta de la que presentaba Rodolfo Llopis. Mientras unos guardaban las esencias de la representación oficial con un espíritu estéril, crecía autónomamente una organización que se reclamaba socialista.

No todos los reunidos comprendieron que acababa de surgir la chispa que iba a cambiar el rumbo del partido. Lo entendieron de inmediato Nicolás Redondo y Enrique Múgica, tal vez porque eran los más jóvenes de los presentes y tenían un conocimiento más dírecto de la cambiante realidad del país. Cuando el recién llegado, del que sólo sabían que se hacía llamar Felipe y que era sevillano, abandonó la reunión tras una acalorada discusión, el líder sindical urgió a su compañero para que no le dejase escapar.

"Esto que ves no es todo el partido; los años de exilio les condicionan. En el interior hay algo más, distinto de esto".

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"No te preocupes; después de todo, creí que sería peor".

El contacto entre los dirigentes socialistas del interior iba a marcar el inicio de la renovación del partido, que, en trece años, pasaría de la clandestinidad más absoluta e inoperante hasta las puertas del poder.

Redondo y Múgica se habían conocido a finales de 1964, en una reunión de las Juventudes Socialista que dirigía Miguel Boyer, celebrada en una academia propiedad de Mario Tanco, en la calle de Bravo Murillo, de Madrid. Habían llegado juntos a la dirección del partido en el congreso de 1967. Y juntos habían tenido que cruzar clandestinamente en alguna ocasión la frontera, con los pantalones en la mano y el agua al cuello, por un lado del Bidasoa. Entrar y salir no era fácil en aquellos tiempos para socialistas o comunistas. Y los unos y los otros lo hacían con frecuencia para peregrinar, respectivamente, a Toulouse o París.

"En una ocasión", recuerda Múgica, "pasé, junto con Basilio Rodríguez, un militante de Santander, metido en el maletero de un Citröen modelo de 1964. Era propiedad de un portugués que se dedicaba a pasar emigrantes de su país hacia Francia. Cuando llegué al otro lado vi unos agujeros en la carrocería. Resulta que eran impactos de bala, porque una vez le echó el alto la Guardia Civil, y como no paró, se liaron a tiros".

"Me caso en 24 horas"

El Felipe que había llegado a Bayona no tuvo que recurrir a tales peripecias. Cruzó la frontera normalmente, con el pasaporte que ya había utilizado años antes, cuando viajó hasta Lovaina (Bélgica), en cuya universidad permaneció varios meses. Allí conoció a dirigentes socialistas de otras partes del mundo, entre los que se encontraban Camilo Torres y Jaime Paz Estenssoro. A su regreso a España había traído dentro de la maleta, hasta Madrid, algunos ejemplares del libro de Santiago Carrillo Después de Franco, ¿qué? Se lo pidió el responsable del PCE en Bruselas, Antonio Galán, y ni se le ocurrió leerlo.

Para el joven que se presentó ante el comité nacional del PSOE había empezado también una peripecia personal de un alcance entonces insospechado. Pocas horas después de cumplir con la misión que le encomendaron sus compañeros de Sevilla, regresaba a España. En Santander recogía a una hermana de la que dos días después sería su mujer, Carmen Romero. El día 16 llega a Sevilla y, por la noche, comunica a su madre que se casa en veinticuatro horas.

"No me das tiempo ni de ir a la peluquería", replicó, impasible, su madre, todo un carácter.

En su ausencia, Luis Uruñuela, entonces un viejo amigo, tuvo que representarle en el juzgado durante la ceremonia civil. Como en una carrera frenética, el día 17 contraía matrimonio y el 20 emprendía viaje de bodas en un viejo Dyane-6, con rumbo a Toulouse.

A finales de julio se celebraba en la ciudad francesa una reunión de las Juventudes Socialistas. Felipe y Carmen decidieron asistir, aprovechando el viaje de bodas y el consiguiente paréntesis en el trabajo del despacho de abogados laboralistas que tenían en la sevillana calle de Cabeza del Rey Don Pedro.

Nace 'Isidoro'

El segundo encuentro con Rodolfo Llopis es frío, aunque correcto y sin la tensión del primero. El viejo dirigente sabe dominar las situaciones y conocer a las gentes; comprende que no le será fácil controlar al visitante. En un diálogo insólito, quiere enterarse, ante todo, de su nombre: desea saber a quién tiene en frente.

"Eso de Felipe será tu nombre de guerra".

"No, no. Me llamo Felipe González".

Llopis está perplejo. ¿Cómo es posible que no utilicen nombres falsos? Era algo que prácticamente formaba parte del ritual de la clandestinidad. Incluso Nicolás Redondo se hacía pasar por Júan, y Enrique Múgica por Goizalde.

Carmen Romero asiste, divertida, al diálogo. Para ella y su. marido, aquella historia de los nombres falsos constituye una especie de broma. Felipe jamás había conocido él color de los calabozos policiales, ni siquiera un interrogatorio hasta entonces. Tan sólo en una ocasión le habían pedido el carné de identidad a la salida de la casa del abogado sevillano Alfonso Cossío, donde se celebraban reuniones a las que era asiduo. Pero Carmen, entre socarrona y queriendo llevarle la corriente al viejo dirigente, reacciona de inmediato y, por un extraño reflejo, se acuerda de un pariente lejano.

"También le suelen llamar Isidoro".

"Está bien; para nosotros serás Isidoro en lo sucesivo", zanja Llopis.

Hasta aquel momento, Felipe González Márquez había sido un joven abogado laboralista, criado en el barrio de Bellavista, situado a cinco kilómetros del casco urbano de Sevilla, sin alumbrado ni alcantarillado y con una población que procedía en gran medida de los antiguos presos políticos condenados a trabajos forzados que construían el canal del Guadalquivir, más conocido por el canal de lospresos. De allí le vino unaespecie de compromiso moral-social. Se sentía de izquierdas. No entró al PCE, primero, porque nadie se lo propuso, y después, porque su estancia en Lovaina le permitió seguir muy de cerca la expulsión de Fernando Claudín y Jorge Semprún.

"Ellos son los responsables de que yo no sea comunista", conflesa el actual secretario general del PSOE.

El eje Bilbao-Sevilla

Todavía tendrían que pasar cinco años hasta que el recién nacido Isidoro se hiciese con el control del partido. Desde que se conocieron en Bayona, Múgica y Redondo mantienen contactos frecuentes con Felipe González y el grupo sevillano. Entonces empezaría a cuajar lo que se concerá por pacto del Betis, el eje Bilbao-Sevilla, que acabará con el control del partido por Rodolfo Llopis y sus colaboradores.

En el transcurso del XI Congreso, en el mes de agosto de 1970, en Toulouse, el sistema de dirección del partido sufre un vuelco decisivo. Después de horas de debate, a propuesta del interior, se aprueba que las cuestiones de política nacional las decida la parte de la comisión ejecutiva que reside en España, mientras que las internacionales se reparten al 50% con el exilio. Rodolfo Llopis quedó contra las cuerdas, y el partido, al borde de una ruptura, que se consumaría dos años después.

Desde ese momento, los contactos se multiplicaron en el interior. La organización de Madrid estaba dividida. Las caídas y los recelos de Toulouse hacia algunos militantes destacados, como Antonio del Villar Masó, hoy gran oriente de la masonería española, habían debilitado la estructura madrileña. Los hombres de Llopis en la capital se resistieron a la ofensiva de renovación lanzada conjuntamente desde el Norte y el Sur. Militantes como Luis Gómez Llorente llevaban ya varios años en el partido, pero tenían una escasa influencia en la dirección del mismo. Cuando Felipe González, Enrique Múgica y Nicolás Redondo fueron detenidos en Madrid, el 31 de enero de 1971, entrará en escena en el PSOE el abogado Pablo Castellano. De verbo incendiario, pasaba por ser el socialista público en los cenáculos de la progresía madrileña. Aunque había ingresado en la UGT en septiembre de 1969, no llegaría al partido hasta los comienzos de 1971.

Entre los dirigentes del interior se procede a un reparto de tareas. Ramón Rubial actúa como presidente en funciones; Nicolás Redondo hace las veces de responsable político; Enrique, Múgica de organización; Felipe González, de Prensa; Alfonso Guerra, de propaganda, y Pablo Castellano, de relaciones internacionales.

La ruptura de 1972

La ruptura entre interior y exilio quedaría consumada en agosto de 1972 con la celebración del XII Congreso, al que Rodolfo Llopis se negó a asistir. Sin duda, no tenía alma de perdedor. Alfonso Guerra sería el hombre clave en toda su preparación. Si resulta imposible entender al PSOE de hoy sin tener en cuenta la imagen de modernidad y moderación que proyecta Felipe González, tampoco puede comprenderse la consolidación del partido sin la personalidad de Alfonso Guerra.

Guerra se desplazó a Toulouse con tiempo suficiente para preparar el XII Congreso de agosto de 1972. Controlando El Socialista, se las arregló para soliviantar a la vieja guardia del partido con un polémico articulo, titulado Los enfoques de la praxis. Con el estilo vitriólico que le caracteriza, decía entre otras cosas, que "los socialistas tienen una doble tarea que desarrollar: la lucha contra el sistema capitalista que los oprime y la lucha contra ciertas estructuras de su propia organización, que amenazan con la esterilización de sus acciones". Los dirigentes del exilio pusieron el grito en el cielo, exigieron rectificaciones y que se sancionara al responsable del desaguisado. No obtuvieron nada. Reaccionaron negándose a convocar el congreso. Pero una parte del exterior se sumó a la opinión del interior y se hizo pública la convocatoria.

- Ramón Rubial y Nicolás Redondo intentaron sin éxito, hasta el último momento, convencer a Rodolfo Llopis de que cambiase de actitud y acudiera a la reunión El veterano líder convocó su propio congreso para el mes de diciembre. Contó con la presencia de Enrique Tierno Galván, entonces secretario general del desaparecido PSP. Pero la escisión ya se había materializado.

El problema se trasladaba ahora a la Internacional Socialista, que debería decidir a quiénes reconocía como legítimos representantes del socialismo español. El nuevo equipo, que declinó nombrar, por el momento, un secretario general y optó por trabajar colectivamente, tuvo la habilidad de contar desde el primer momento con Francisco (Curro) López del Real.

A Curro le brillan los ojos cuando habla de Felipe y Alfonso. Les considera como sus alumnos más aventajados. Se enorgullece de ser el único joven dirigente socialista que no se pasó con armas y bagajes a las filas del comunismo en el curso de la guerra.

"Me enviaron a la URSS para que me convenciese. Y volví convencido, pero de lo contrario".

El papel de este hombre fue decisivo en el ámbito internacional para conseguir que el PSOE renovado fuese reconocido como único representante. Jugaba con la ventaja de conocer a una buena parte de los principales dirigentes sindicales y políticos de la Internacional en aquel momento. Además, y sobre todo, Curro era el viejo rostro de un partido nuevo, en emergencia. A Llopis le ocurría lo contrario. El propio Miguel Pedro que mantiene viva. la llama del PSOE histórico, lo reconoce: "Los viejos dirigentes del socialismo europeo, con quienes Llopis sostuvo largos años de amistad y confianza, habían sido retirados de la vida política activa y sus sustitutos posiblemente no veían en él a la persona adecuada que requerían las circunstancias".

La Internacional Socialista acabó por dar la razón a los hombres del interior y reconocer su congreso de agosto de 1972. Inmediatamente era convocado el XIII Congreso, que debía confirmar el camino iniciado el 14 de julio de 1969. La consolidación de Isidoro se acercaba.

El congreso de Suresnes

A mediados del mes de septiembre de 1974, Curro López del Real entró clandestinamente en España. No era la primera vez que lo hacía: trece años antes había viajado directamente desde Bruselas, en un vuelo charter, camuflado de seguidor del Standard de Lieja. En estas ocasiones, los aduaneros tenían menos precauciones. Pero esta vez entró por la frontera de Portugal, adonde llegó desde París, después de decir a su mujer que se quedaba en la capital francesa porque se había torcido un tobillo. Luis Alonso Novo se encargó de pasarle por Puebla de Sanabria y, junto con él, dio una conferencia de Prensa en el despacho de Pablo Castellano para anunciar la convocatoria del XIII Congreso.

Salió por el mismo camino que entró. Entre tanto, le dio tiempo a cenar con Javier Solana y Luis Gómez Llorente, en casa del periodista Pedro Altares, y de visitar a Bert Carlson en el hotel Puerta de Hierro. Todo estaba listo para el congreso. Felipe González, Alfonso Guerra, Guillermo Galeote. Pablo Castellano, Nicolás Redondo, Enrique Múgica y Eduardo Gómez Albizu se habían reunido en el restaurante Jaiz Kibel, de San Sebastián, para ultimar las líneas generales del informe político que habría de presentarse a los delegados.

Los militantes que llegaron a Suresnes, municipio socialista de las afueras de París, fueron alojados en su mayoría en edificios dependientes de la alcaldía. El alcalde era Robert Pontillon, secretario de relaciones internacionales del PS17 y gran amigo del socialismo español. El congreso se iniciaba el 11 de octubre de 1974 en la Casa de la Cultura. Lo presidía José Martínez Cobo, hijo del que fuese tesorero de UGT y buen amigo de los socialdemócratas nórdicos. Pero el vicepresidente y hombre fuerte del congreso fue Alfonso Guerra. Si bien es cierto que la mayor parte de las agrupaciones socialistas del exterior seguía fiel a Llopis, sobre todo la de México, no es menos cierto que las del interior apoyaban el congreso.

Entre los invitados destacó la presencia de Carlos Altamirano, el dirigente socialista chileno, que fue recibido con una gran ovación; algo más sonora, sin duda, que la dedicada al mensaje dirigido a los congresistas por Santiago Carrillo en nombre de un PCE que seguía con lupa la evolución del nuevo equipo dirigente, al cual consideraba más unitario y menos anticomunista que sus predecesores. Uno de los oyentes más atentos fue Rafael Calvo Serer, entonces de la Junta Democrática, que escuchó emocionado el canto de la Internacional. Por Suresnes pasó también el actual presidente de la República Francesa, FranQois Mitterrand.

El pacto del Betis funcionó de nuevo a la perfección. Alfonso Guerra y Enrique Múgica negociaron la composición de la nueva comisión ejecutiva. Lo del secretario general era algo más complicado. Múgica y Castellano eran los que sonaban con insistencia, pero el primero tenía la desventaja de proceder del PCE y el segundo apenas tenía una organización que le respaldase, además de que había sido tildado en algún momento de socialdemócrata por sus compañeros. Nicolás Redondo había desempeñado las funciones de secretario general sin serlo, pero no aceptaba el puesto. El líder sindical fue quien propuso a Isidoro para ocupar la secretaría. Era el 13 de octubre de 1974. De aquello hace ahora ocho años.

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