La gran decepción
Pocas veces una expectación se ha visto defraudada de tan mala manera. Bien mirado fue una lástima que no lloviera, que el público hubiera recuperado el importe de su entrada y vuelto a casa con la agridulce frustración de no haber visto a un mito que ayer tuvo los pies de plomo, barro y miseria.No es que Simon y Garfunkel dejaran de triunfar. De hecho, sus estadísticas se habrán engrosado con la gran cantidad de bises que reclamó el publico. Pero es que apenas habían tocado una hora cuando dispusieron la despedida. La gente había pagado 1.500 pesetas por algo más, al menos de trabajo. Puede argumentarse también que hubo aplausos. Y sí, los hubo, pero no era aquel rugido emocionante que surge de las masas cuando, frente a ellas, está sucediendo algo grandioso. No era la expresión de un sentimiento profundo, sino el cumplimiento de una costumbre, tal vez el rendido homenaje a un puñado de grandes canciones. No, Simon y Garfunkel no lograron romper el hielo de su propio muro.
Las versiones que ofrecieron eran lentas, lentisimas, tanto que, cuando empezaban a sonar palmas, éstas se apagaban imbuidas del intenso muermo que manaba el escenario. Incluso los arreglos sonaban desgalichados, sin la menor intensidad, un verdadero desperdicio de tanto buen músico.
Solo hubo un momento de éxito real, convincente. El más patético de la noche. Cuando Art Garfunkel entonó Bridge Over Troubled Waters de una manera agónica, huyendo de todos y cada uno de los agudos, recurriendo a que, desde la mesa, le elevaran el sonido para conseguir un crescendo imposible de alcanzar con sus propios recursos. Y, bien mirado, aquel resultó el único momento sincero de la noche, el que mostraba la verdad de una impotencia que se perpetúa hoy en la esperanzada nostalgia de quienes tratan de escuchar el pasado.
No había salvación, ni con sus propias canciones ni cuando acribillaban a Buddy Holly o a Chuck Berry, ni en las baladas ni en los medios tiempos, ni por alto ni por bajo.
Ayer, en la noche vallecana, no se escuchó el sonido del silencio. Los antiguos magos perdieron sus poderes y ya no pueden hechizar. Hoy es hoy.
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