_
_
_
_

La fantasía de Solsona frenó al candidato

José Luis Núñez quiso el domingo seguir las viejas tácticas psicológicas de Helenio Herrera y antes de subir al palco con su puro de palmo y medio, junto a Ramos Costa, bajó al campo y se dio un garbeo por el césped para recoger los gritos desgarrados del público valenciano. No le salió bien la estratagema. Primero, porque sus jugadores llevaban media hora larga calentándose sobre el propio terreno de juego y habían recibido ya toda la gama de improperios imaginables, hasta el punto de que el público comenzaba ya a pesar de ellos. Segundo, porque en lugar de quedarse afónica con Núñez, a la afición valenciana la presencia del presidente barcelonista le sirvió para afinar las cuerdas vocales y calentar pulmones. El trompetista Rudy Ventura, que desde lo alto de un graderío entonaba al principio los compases iniciales del himno del Barça, se las tuvo que oír luego de todos los colores y tamaños. Y si en algún momento los fans valencianistas se sentían agotados o afónicos, echaban mano de la traca que todo valenciano que se precie lleva bajo la faja, ceñida a la cintura, para que el estrépito y la fiesta no decaigan.Esta puesta en escena parece que desconcertó al Barcelona que se durmió en Mestalla y cuando quiso despertar ya era tarde. Al principio, los azulgranas, mejor escalonados sobre el campo, con una defensa infranqueable y un contragolpe terrorífico, dieron todo un recital y Morán en dos ocasiones sembró el pánico en el área valencianista. Pero el Barcelona no supo remachar con goles su fulgurante juego del comienzo. Su fútbol fue un precioso castillo de fuegos artificiales. El Valencia temeroso al principio, acabó perdiendole poco a poco el respeto y, en lugar de disparar carcasas de colores, prefirió la contundente y efectiva mascletá que le permitió llegar al descanso con ventaja, pese a no superar el juego catalán.

El Valencia jugó con un catalán infiltrado en sus filas. En efecto, a Daniel Solsona tuvieron que inyectarle un calmante antes del comienzo, para que no sintiera molestias en el dedo del pie que tiene averiado. Solsona, al que Núñez quiso probar un día como condición sine qua non para el fichaje, le volvió a amargar la tarde al Barcelona como tantas veces ha hecho. Santamaría, presente en el partido, debió tomar buena nota de los nudos, enredos y quebrantos que Solsona le produjo a su marcador Víctor. Ante el desgarbado internacional aragonés, Solsona dio un recital, para escarnio de quienes un día no le quisieron y sonrojo de otros que siguen sin tenerle en cuenta. Un paso suyo le permitió a Botubot abrir el marcador, cabeceando un balón que el catalán dejó muerto, quieto, clavado, como suspendido en el aire. Y antes, un cabezazo inapelable de Alexanco, fue salvado in extremis por Solsona, bajo los palos, cuando Sempere: estaba ya batido. Lo cual demiiestra que el catalán jugó en todilas las zonas del campo y obligó a Víctor a perderse muchas veces inútilmente tras sus pasos.

La tripleta de centrocampistas integrada por Castellanos, Solsona y Subirats, que la pasada temporada con Pasieguito funcionó a la perfección, apenas sí ha jugado este año. El domingo ante el Barcelona fue una de esas escasas ocasiones en que estuvo en liza y el Valencia comenzó a funcionar. Contaron con la valiosísima ayuda de un Arnesen sensacional y trabajador a destajo. Esa vez, el danés del Valencia fue muy superior a su compatriota azulgrana, Siinrionsen. A Simonet apenas se le vieron cuatro o cinco detalles de su gran clase en los inicios del pa.rtido. A medida que éste avanzzlba, el Valencia fue asentándose sobre el campo y como tuvo la suerte de marcar en una de sus primeras ocasiones de peligro, acabó superándose a sí mismo y a un Barcelona alicaído a medida que iban llegando los goles.

Esta vez el Valencia también fue "más que un club". Su triunfo fue el triunfo sobre el invasor catalán. A éste, en cuanto llegó a Mestalla, una gran pancarta le recordaba: "Esteu en el regne de Valencia", por si había algún despistado. El partido, por lógica, era también "algo más que un partido". Senyeras de todas las marcas -coronadas, sin coronar, azules y sin azul- ondeban al viento en oleadas. Incluso dos banderas danesas destacaban en medio de la uniformidad cuatribarrada. Reinos, principados y países se daban cita en las gradas representados por sus más preclaros hijos y súbditos. Como juez de este enfrentamiento entre catalanes y valencianos, un aragonés. El rey Conquistador debió saltar de su tumba, admirado por la facilidad con que el fútbol confedera lo que a él tantos sudores le costó.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_