La Unión Soviética recobra su hegemonía europea
El baloncesto europeo parece volver definitivamente a las manos en las que estuvo siempre, es decir, a la Unión Soviética, que desde 1947, con algún ligero paréntesis, protagonizó la hegemonía en el Viejo Continente. Consiguió trece de los veintidós títulos disputados. Antes, Letonia, que obtuvo el primer triunfo en 1935 -España alcanzó la medalla de plata-; Lituania ( 1937 y 1939) y Checoslovaquia (1946) fueron sus predecesores. Después de seis años (1971-1977) -tres títulos-, la URSS fue campeón en 1979 en Italia, y el viernes revalidó su título de forma concluyente. Por su parte, la selección española mantiene un tono francamente bueno, dentro del ámbito europeo.
La Unión Soviética no sólo ganó, sino que arrasó en este último europeo. La selección española fue el único equipo que le plantó cara y la que, por menos puntos perdió (101-110) ante unos hombres que se mostraron imparables y que poco a poco van adquiriendo imaginación para sustituirlo por el baloncesto-máquina que siempre lucieron, y que le dio buenos resultados hasta que los de más, fueron despertando. El «despertador» fue precisamente España, que en el europeo de Barcelona les desbancó de la final, después de que los soviéticos obtuviesen la medalla de oro en ocho ocasiones consecutivas, es decir, desde 1956 a 1971. Tras seis años -tres títulos para Yugoslavia- volvió a conseguir el oro en 1979 en Italia y ahoara lo ratificó de forma contundente en Praga.El campeón se mostró autoritario, mandón y no hizo la más mínima concesión. Seguro de sí mismo, salió a ganar cada partido y tan sólo tuvo que apretar el acelerador como queda dicho frente a España. La renovación llegó poco a poco y en ese aspecto lo más destacado en el conjunto soviético fue la presencia de Valters, un estudioso ingeniero, descubierto en Riga, que se puso el número diez en la camiseta y que podría ser el sucesor de Belov. De momento, sólo podría, po rque antes de compararlo siguiera, con ser ya un fenómeno, tendrá que hacer muchas cosas para poder entrar en el tema. El historial y la gloria de Belov será muy difícil de igualar. Sería difícil recopilar sus éxitos, tanto a nivel de selección como de clubes, donde con el T.S.S.K.A. de Moscú llegó al máximo. Sergel Belov fue todo un ejemplo de clase y pundonor.
El éxito de la URSS en este torneo se debe, en gran parte, a que se decidió a cambiar un poco sus moldes y, apoyado en la rapidez de Valters, contraatacó y, al menos, aparentó un juego más moderno. Myskhin, Belostenny, Eremin, e, incluso los Lopatov y Takaranov, que no están ni mucho menos en su mejor momento, han logrado una fuerza, una potencia y una velocidad increíbles. Salvo en raras excepciones no hicieron un baloncesto bonito, pero sí tremendamente eficaz. Capítulo aparte merece el gigante (2.19) Tkachenko. Nunca sale en el cinco inicial, parece como si no existiese en los cálculos de su entreriador, pero es indiscutiblemente pieza importante y decisiva en el equipo.
Buena actuación española
El cuarto puesto conseguido por el equipo español hay que considerarlo como bueno. Sin más. No hay que lanzar las campanas al vuelo, pero tampoco rasgarse las vestiduras por no haber conseguido medalla.Es cierto que la selección actual tiene entidad como para ganar a cualquiera y así lo demostró -cosa que otros no pudieron hacer- frente a la URSS; pero después de haber ganado seis partidos consecutivos -el último ante Italia-, no tuvo nada de particular que perdiera. Yugoslavia siempre debe vencer al equipo de Díaz-Miguel, porque también tiene inspiración e imaginación. Son armas más similares a las de España y es evidente que son superiores.
Nervios de Díaz-Miguel
Antonio Díaz-Miguel, importante protagonista en la buena marcha del baloncesto español, necesita serenarse en el momento de sentarse en el banquillo. Allí pierde los nervios y se los hace perder a los demás. Lluis, su ayudante, tampoco apoya mucho en el sentido de calmarle y a veces aquello se convierte casi en un gallinero. No es eso. Díaz-Miguel busca y busca justificaciones cuando no tiene ni por qué ni de qué justificarse. Antes no había hombres altos, ahora los hay y buenos; hay aleros y bases y tres o cuatro hombres de los que quedaron aquí podrían haber estato perfectamente en Checoslovaquia.Wayme Brabender, un verdadero number one, no está ahora mismo para jugar cuarenta minutos, pero tampoco es lógico que no juegue ninguno. Por otro lado hay que preguntarse cuál era la idea del seleccionador cuando originó la polémica con el temá de Fernando Martín, al que utilizó muy poco en relación a la calidad y sobre todo al momento que atraviese el jugador. Romay y Solozábal quedaron inéditos ante Checoslovaquia. No se trata de censurar, se trata de que si ahora hay banquillo y el reglamento te permite utilizar a doce hombres, ¿por qué vas a jugar tan sólo con siete u ocho?
Es cierto que si se mira hacia atrás -que no se debe mirar- se ha mejorado y se ha evolucionado mucho, pero al margen de esto, una vez que se tiene un equipo como el de hoy, no hay por qué conformarse con nada.
Seis estilos distintos
Resultaría interminable dedicar un detenido análisis a cada equipo; pero, en pocas palabras,a los seis que se clasificaron para la fase final se les podría definir así: URSS, fuerza, potencia y facilidad; Yugoslavia, el baloncesto fácil, apoyado en sus hombres fuera de serie; Checoslovaquia, un gran juego, técnica y tácticamente; España, corazón, moderno y demasiado afán por una buena clasificación, por el qué dirán; Italia, falta de punch, demasiado exquisito en ataque y muy duro en defensa; Israel, los despropósitos incomprensibles de unos grandes jugadores que a nivel de selección no acaban de cuajar.
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