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Falleció Joe Louis, uno de los grandes deportistas de todos los tiempos

Joe Louis Barrow, tal vez el mejor pugilista de todos los tiempos, falleció el domingo de un fallo cardíaco en un hospital de Las Vegas, un mes antes de cumplir los 67 años. Unas horas antes había presenciado, desde la silla de ruedas en que ya estaba postergado, la victoria por puntos de su compatriota Larry Holmes, en defensa de un título mundial de los grandes pesos, ahora devaluado, tanto en calidad como en objecciones al lamentable deporte del boxeo. Sin embargo, Louis, en su época gloriosa, la década de los cuarenta, cimentó una fama sólo comparable a la de Cassius Clay y a la de las grandes figuras del deporte mundial.

El corazón de Joe Louis, conocido como el Bombardero de Detroit, ciudad a la que su familia se trasladó desde su lugar de nacimiento, Alabama, cuando sólo tenía diez años, no pudo resistir las emociones de un homenaje más en su vida. Anteayer, antes de iniciarse el combate por el título mundial de los grandes pesos -que él dominó como nadie, desde 1937 a 1948-, entre Larry Holmes, actual campeón versión Consejo Mundial, y el canadiense Trevor Berbick, subió al cuadrilátero del hotel Caesars Palace de Las Vegas -donde recientemente perdió el español Castañón- y recibió la última gran ovación de la nostalgia. Poco tiempo después, un parte médico del hospital Desert Springs, de Las Vegas, indicaba que la muerte le había sobrevenido a consecuencia de un fallo cardiaco. Hace unos meses, Jose Louis había sufrido ya un ataque al corazón y no podía levantarse de una silla de ruedas. La edad no perdona y su imagen era bien distinta a la del atleta casi perfecto que, con una técnica también depurada, había alcanzado la cúspide de la fama en el durísimo y censurable deporte de las doce cuerdas.

Caso típico

El caso de Joe Louis fue uno más de los muchos ejemplos típicos de promoción personal conseguida gracias al boxeo. Pero luego de su triunfo en un principio también lo fue de la ruina posterior, al no saber mantener su fortuna. Como él dijo más de una vez, sólo conocía una manera de ganar el dinero que necesitaba: con sus puños. Nacido el 13 de mayo de 1914, en una pobre cabaña de algodoneros de Lexington, en Alabama, fue el séptimo hijo de un matrimonio muy humilde, cuyos esfuerzos en el trabajo resultaron inútiles para salir de la miseria y las privaciones. Su padre se volvió loco y acabó muriendo. Su madre, Lily Barrow, volvió a casarse y Pat Brooks, el nuevo marido, decidió marcharse con la familia a Detroit, donde le habían ofrecido un puesto en la Ford y podía encontrar un futuro mejor.

Única salida

Joe Louis, con diez años, se convirtió en el típico golfillo callejero, que llegó a ayudar a su familia cargando barras de hielo, pero al que sólo el boxeo -ya había leído que Jack Dempsey ganaba mucho dinero- iba a permitir salir de la pobreza. Por un amigo que también quería ser boxeador, Thurston McKinney, de origen irlandés como tantos otros, conoció el mundillo y a los dieciséis años, cuando en él se apreciaron unas condiciones notables, debutó como aficionado. Una enorme paliza, paradójico comienzo, no le desanimó y en la categoría ganó 50 de 54 combates, 41 de ellos antes del límite, síntoma inequívoco de su tremenda pegada. Tras quedar campeón nacional en los pesos semipesados dio ya el paso al profesionalismo, en el que alcanzaría definitivamente la fama.Desde el 4 de julio de 1934, fecha de su debú en el nuevo campo profesional, no pasaron dos años sin que llegara ya al último peldaño antes de disputar el título mundial de los grandes pesos. En ese plazó de tiempo disputó nada menos que 31 combates, más de uno por mes, y con el impresionante saldo de que únicamente cuatro adversarios pudieron terminar de pie, aunque también vencidos por puntos. El 19 de junio de 1936 le derrotó por KO en doce asaltos el alemán Max Schmelling, pero se vengaría dos años más tarde en dos minutos y cuatro segundos históricamente demoledores. En esos momentos ya era campeón mundial, pues había arrebatado el entorchado a su compatriota James Jim Braddock, el marinero boxeador. Joe Louis, pese a su derrota con Schmelling, se aprovechó de la negativa de Braddock a enfrentarse al alemán, excesiva amenaza europea. El 22 de junio de 1937, fecha y mes curiosamente repetidos en el historial del Bombardero, acabó en ocho asaltos con su rival y comenzó así una impresionante racha de triunfos que unió a sus primeros famosos: Primo Carnera, Max Baer, King Levinski y el español Paulino Uzcudun, todos puestos fuera de combate.

Doce años campeón del mundo

El reinado le duró doce años, algo insólito, sólo comparable a Cassius Clay, a lo largo de los cuales defendió el título veinticinco veces, siete de ellas -caso también único- en 1941. En 1949 dejó el trono vacante y se retiró casi aburrido, sin rivales. Su historial era impresionante: 61 combates, 51 ganados por KO, ocho por puntos, uno por descalificación y tan sólo una derrota, la que le infligió Schmelling. Sin embargo, parte por añoranza, parte -sobre todo- por las dificultades económicas -el fisco norteamericano amenazaba ya con arruinarle- volvió en 1956. Se cumplió el refrán y su segunda parte nunca fue buena. El 27 de septiembre, lento y pesado, fue vencido por Ezzard Charles, que le había sucedido, y el 26 de octubre de 1951, el terrible pegador Rocky Marciano terminó con su carrera -tercera derrota-, al tumbarle en ocho asaltos. El título volvía a los blancos -aunque sólo por un tiempo- cuando Joe Louis se había convertido en el primer negro campeón mundial desde 1910.Su final fue triste y de los cuatro millones de dólares ganados en su época acabó endeudado por los impuestos de luchador y contando sus andanzas de feria en feria. Incluso tuvo trastornos mentales. Problemas sobrados para minar, a la larga, al mejor atleta.

Tragedias de un "juguete roto"

Además del fisco, la droga, internamientos psiquiátricos, daños irreversibles en el cerebro castigado habían sido sus tragedias. Medio paralítico y mudo, condenado a estar en una silla de ruedas por un ataque cardíaco tras ser operado en Houston por el eminente cardiólogo doctor Debakey en 1977, el que fue considerado por muchos mejor boxeador de todos los tiempos era la viva imagen del juguete roto. Según sus íntimos, había perdido toda ilusión y sólo quería morir.

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