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Reportaje:

La fábrica de Sófrinov suministra millones de objetos litúrgicos a las diócesis de la Iglesia ortodoxa rusa

«Este año fabricaremos once millones de crucecitas, dos millones y medio de iconos, de seiscientas a ochocientas pilas bautismales, doscientos candelabros para altares, 35 toneladas de incienso, de seiscientos a ochocientos incensarios, 1.055 toneladas de velas de catorce o quince tipos diferentes ... ». Pablo Vulíchov, director interino de la fábrica de objetos litúrgicos de Sófrinov (ciudad situada a hora y media de carretera desde Moscú), va desgranando las cifras como si recitara un poema épico.

Vulichov es un hombre inmensamente corpulento, de espesas cejas grises y muy coloradote. El rosario de cifras va saliento como truenos de su boca hasta que el padre Sergio -mediana edad, ojos claros y dorada barba afilada-, arcipreste y miembro de la dirección económica de la fábrica, le interrumpe con una sonrisa y una beatífica ironía: «Sergio, no digas todos los secretos de la empresa ... ».De la fábrica de Sófrinov, inaugurada hace seis meses en un gris polígono industrial, salen velas para 62 de las 73 diócesis que tiene la Iglesia ortodoxa rusa. Pero las once diócesis que no se abastecen de Sáfrinov no son tampoco completamente autónomas. «Sin nosotros no podrían funcionar. Desde aquí les mandamos las mechas y la parafina », aclara el padre Sergio.

La factoría pertenece al patriarcado de Moscú, pero su funcionamiento no difiere gran cosa del de cualquier centro de producción soviético. «Nosotros no dependemos de los planes quinqunales sino que elaboramos anualmente nuestros propios planes en función de los pedidos que vamos recibiendo de las parroquias», aclara el ingeniero Vulichov.

«Naturalmente», prosigue, «hay productos que sólo se necesitan en una determinada época del año. Por ejemplo, los cirios pascuales, que son de color rojo».

Vulichov parece orgulloso por la sección de la factoría dedicada a la fabricación de velas. «La Iglesia no puede vivir sin velas; por eso las velas son el producto que se fabrica en mayor cantidad», concluye el padre Sergio.

Seiscientas personas trabajan en esta empresa, que cada mes factura cerca de 3.800.000 rublos (más de 450 millones de pesetas). En Sófrinov se reciben pedidos desde lugares tan lejanos como Estados Unidos, Siria y Marruecos.

Después de recorrer la fábrica, nos sentamos a la mesa del padre Sergio y el ingeniero Vulichov. «Estamos en Cuaresma y es época de ayuno, discúlpeme, pero no podremos comer cosas tan sólidas como la carne o el queso», dice el padre Sergio.

La mesa, a pesar de la Cuaresma, transparenta la prosperidad de la fábrica. Las fuentes de caviar y ahumados, las sopas agrias al estilo ruso y los platos de esturión serán regados con champaña húngaro y un vodka local que nos harán ver entre nebulosas las toneladas de crucecitas, iconos, pilas bautismales, candelabros, incienso, velas y coronas doradas nupciales que siguen saliendo como truenos de la boca del ingeniero Vulichov.

«Hasta la Revolución de Octubre», dice satisfecho el padre Sergio, «nuestro país no tenía empresas de estas dimensiones. Pero ahora, gracias a Dios», añade con una ligera inclinación de cabeza, «contamos por fin con esta factoría que cubre nuestras necesidades».

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