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Reportaje:

Salnikov: "Mi rival es el cronómetro"

El nadador soviético, Vladimir Sainikov, recordman mundial de los 1.500 metros libres y campeón olímpico, está en Madrid. Lleva muchas horas compartidas con los medios de comunicación españoles. Ayer se sometió a una larga conferencia de Prensa y después de visitar, entre otras cosas, el Museo del Prado, dentro de unas horas hará el saque de honor del encuentro de fútbol entre la Unión Deportiva Salamanca y el Atlético de Madrid. En unos Juegos Olímpicos polémicos y devaluados, Salnikov brilló con luz propia, y a falta de serios rivales, como casi siempre, supo luchar contra el cronómetro y alcanzó un récord mítico al bajar de los quince minutos en la citada distancia: 14.58.27.

Cuando parecía imposible, el equipo de relevos norteamericano de 4 por 200 bajó de los ocho minutos en los Juegos de Tokio; también logró lo «imposible» el atleta Jim Hines, al hacer 9.9 en los 100 metros lisos y, para colmo, ahí están aún los 8.90 de Bob Beamon, en longitud. No parece exagerado incluir a Vladimir Salnikov en la lista de «monstruos».Vladimir Salnikov nació en Leningrado, el 21 de mayo de 1960. Tiene, por tanto, veinte años, mide 1,86 y pesa 79 kilos. Es rubio, tiene aspecto de buen deportista y viste de sport. Dice que no se considera el deportista más famoso de su país: «En la Unión Soviética hay muchos y muy famosos campeones»; y que su vida no ha cambiado mucho de antes a después de ser campeón. Su niñez fue normal: «Pertenezco a una familia que tiene unos ingresos medios. Empecé a nadar a los seis

años, pero una enfermedad me hizo dejarlo. Después volví, a los ocho».

Salnikov, que sabía que iba a ser muy preguntado en pocas horas, nada más bajar las escalerillas del avión que le dejó en Barajas, hizo una pregunta: «¿Dónde podré entrenarme?». Salnikov está en una constante lucha consigo mismo: «Posiblemente, si hubiera tenido en las pruebas rivales más peligrosos, hubiese hecho mejores marcas». Sí, efectivamente; en los 1.500, al principio iba pendiente de las otras calles, pero cuando ya no les veía no hacía más que mirar al reloj. En ese momento, como siempre, era mi enemigo».

A sus veinte años confiesa haber estado enamorado -no tiene novia- y nadar no más de cinco horas diarias. Le gustan mucho las mujeres, bailar, y el viernes por la noche probó por primera vez las angulas y le encantaron. Las acompañó con un solemne solomillo, un soufflé y chirimoyas, que le delataron como un gran goloso. No es religioso -la política, ni tocarla- y afirma que, pese a ser recordman del mundo, opina y piensa, como el resto de los humanos, del amor, del sexo y del mundo.

Salnikov es un hombre sencillo y agradecido: «Gran parte, por no decir toda de laculpa de mi éxito la tiene mi entrenador, Igor Koshkin, que me ayuda constantemente». Se siente un poco abrumado y muestra preocupación por una serie de temas no relacionados con el deporte. Quiere conocer Salamanca porque tiene fama de un ambiente universitario similar al de su ciudad natal, Leningrado.

Viene a Madrid a recoger un premio más, el de la Unión de Periodistas Deportivos, pero aun así... «¿Dónde podré entrenarme?». «Sí, quiero participar en los europeos de Split; pero es muy pronto para saber si estaré en Los Angeles».

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