La bicicleta puede superar sus limitaciones actuales e integrarse en la vida diaria
La Fiesta de la Bicicleta pasó y se mostró-, una vez más (quizá con mayor motivo al ser ya la tercera edición), como un espejismo. Volvió la realidad, y de los 100.000 ciclistas que se estima participaron el domingo pasado ruedan ya por Madrid una parte insignificante; tal vez, además, los que ni siquiera montaron ese día, porque una cosa es el folklore y otra la vida diaria. La utilización de la bicicleta debe pasar por una serie de cauces razonables, de manera que, poco a poco, se puedan superar las limitaciones actuales. No es lógico, en cualquier caso, distorsionar el tema e ir contra corriente de una sociedad hostil.
Al igual que para hacer cualquier deporte o ejercicio lo normal debería ser que el practicante se hiciese un elemental reconocimiento médico previo, y sin embargo, en los últimos tiempos del boom del deporte popular esto no se lleva a cabo, el caso de la bicicleta resulta en su realidad actual bastante parecido. Se debería plantear, por ejemplo, en qué momentos concretos es factible su utilización sin desbordar los límites que imponen tanto los agentes internos como los externos. Los primeros son claramente las posibilidades físicas y psíquicas de cada individuo, y los segundos, la peligrosidad por el tráfico, las dificultades del terreno o las climatológicas. En este punto conviene incidir en la separación del uso de la bici como ejercicio más o menos violento o como simple paseo. En esa diferenciación puede estar el vestirse con atuendo deportivo o normalmente de calle, sin mayor preparación.En otras ocasiones se ha insistido en que el tráfico o el terreno no deben ser tanto obstáculo si se tiene prudencia y si se rueda bien, con conciencia de las propias limitaciones. En esta misma página se citan ejemplos prácticos. En principio, para que el paseo en bicicleta sea agradable, la distancia a recorrer debe ser corta. Aunque en cualquier atasco es «rentable» el vehículo de dos ruedas (pues puede eludirlo con mayor facilidad), tiene que quedar clara la idea de no correr ni esforzarse al montar, porque eso equivaldría ya, como mínimo, a jugar un partido de tenis o a correr y, en resumen, a sudar. Y sin propugnar que para rodar en bicicleta como paseo el atuendo ideal sea un traje, sí es perfectamente factible un pantalón y una camisa con jersei, porque la bicicleta puede ser solamente una ampliación de andar. Ello no quita que para hacer más kilómetros y ejercicio, el que lo prefiera vista una indumentaria más apropiada de ciclista. Pero son cosas distintas. Para montar en bicicleta no hace falta «disfrazarse» de nada, porque la mayoría no tiene que emular a Merckx o a Bahamontes. Y, desde luego, un ciclista vestido «de competición» es contraproducente. Parece un antipropagandista del uso de la bici para un paseo normal.
Por todo ello, una vez claro que las distancias a recorrer deben ser cortas y sin forzar, la consecuencia lógica para cada uno es encontrar el momento adecuado. Resulta ridículo pensar que un ciudadano residente en Móstoles venga a trabajar al centro de Madrid en bicicleta. Pero sí es razonable que en sus ratos libres, o para resolver asuntos por su zona, deje el automóvil o incluso el transporte público y vaya en bicicleta. Y no es menos normal, siguiendo esa línea, que otros muchos ciudadanos con el trabajo cerca de casa (aunque, tal como están planteadas las capitales y la adecuación de trabajo-residencia, no sea lo habitual) puedan ir en bicicleta. En cualquier caso, si tampoco es posible esto, porrazones de tiempo (raras, porque en trayectos cómodos y cortos es siempre más útil), el uso de la bicicleta es factible en multitud de ocasiones donde el coche es absolutamente innecesario, antieconómico y antisaludable.
El problema del aparcamiento
Con ello podemos llegar al punto quizá más cla.ve actualmente en el tema de la bicicleta. Si se han superado todos los obstáculos anteriores (incluidos el miedo a la circulación, que si se monta, bien no debe ocurrir nada, como no les ocurre a los motoristas, aun a falta de carriles «bici», que deben llegar, o a la orografía, si se buscan los recorridos adecuados, como se señala aparte), el punto problemático es el aparcamiento. ¿Dónde dejar una bicicleta sin peligro de robo? Si se va a una casa donde puede quedar «a cubierto», no haycaso. Perosise debe dejaren la calle, sólo los aparcamientos públicos, como ya existen en los países donde el tema nos va dando ejemplos, pueden ofrecer la mínima seguridad. En zonas céntricas, donde existen cines o lugares de reunión masivos, se hacen, imprescindibles. En zonas más períféricas, como la plaza de Castilla, por ejemplo, adonde lleguen personas de fuera de la. capital y puedan «enlazar» con bicicletas allí aparcadas y vigiladas, sería una solución de futuro. Conviene no olvidar que en Tokio, por poner sólo un caso, se produce esto para no congestionar el centro. En muchas ciudades europeas se «prestan» gratuitamente bicicletas, que se facilitan en aparcamientos vigilados.
Sí es evidente, pues, que, con sus limitaciones, la bicicleta puede ser útil en circunstancias apropiadas. Sin correr, sólo como paseo, sin premuras de tiempo; sin esforzarse en cuestas o largos recorridos fuera del alcance normal; con precaución y destreza., pues el civismo del automovilista «debe ser» cada día mayor, cabe pensar en las soluciones y ventajas; que ofrece la bicicleta.
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