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Los madrileños entregan a diario cuatrocientos objetos perdidos

Los madrileños devuelven diariamente de trescientos a cuatro cientos objetos perdidos, según cálculos del jefe del almacén municipal de la calle de Santa Engracia, donde luego son depositados. Los taxis, los autobuses y la calle son los lugares de origen de cosas de naturaleza tan dispar como un tomavistas y un par de muletas de minusválido. Todo lo que ingresa en el gran almacén puede permanecer en depósito hasta dos años, a la espera de reclamaciones de los dueños. Transcurrido este período, los objetos son adjudicados a la persona que los encontró.

Los cinco servidores del almacén general de objetos perdidos sacudieron ayer sus guardapolvos azules cuando comprobaron que llovía. Empezaba para ellos la temible estación de los paraguas. A partir de ahora, un diluvio paralelo de bastones, varillas y tela engomada comenzaría a caer sobre las viejas instalaciones municipales de Santa Engracia, 120, antes Joaquín García Morato, «porque los objetos perdidos específicos son aquellos que suelen llevarse en la mano y en los entretiempos, y el paraguas es uno de ellos», comenta Valeriano García, el jefe de la sección.

Casi siempre, objetos manuales

Los ingresos que se contabilizan en el gran almacén proceden de tres puntos de origen: el depósito de objetos perdidos en taxis, abierto en Chamberí, 4; el almacenillo de la Empresa Municipal de Transportes de Alcántara, 24, o «la vía pública», que dice Valeriano, mientras reúne varias etiquetas troqueladas y nivela un montón de impresos.En el depósito de taxis, los conductores entregan «de diez a quince cosas por día», según Benigno Ingelmo, jefe de la sección administrativa de transportes del ayuntamiento. «Los llaveros y las carteras de bolsillo son los más abundantes». Allí son retenidas de diez a quince días, a la espera de que el perdedor las reclame. La dotación del departamento es una sala-despacho con estanterías y mostrador, a la que el ambiguo perfume de los objetos abandonados convierte en una naturaleza muerta. «A mí, en realidad, me recuerda a la oficina siniestra», dice, sonriendo, Benigno.

En el almacenillo de la Empresa Municipal de Transportes de la calle de Alcántara, un ordenanza y un especialista clasifican y conservan durante veinte días, como máximo, las cosas que la gente olvida en los autobuses. «Cada época del año tiene su objeto perdido. A comienzos de curso, por ejemplo, recibimos una avalancha de cartapacios y equipos escolares, y en días normales, unas veinte o cincuenta cosas de otros tipos. Con referencia a cantidades de dinero, nuestro récord es un cheque por valor de 1.700.000 pesetas que devolvimos recientemente».

Sin pretenderlo, Valeriano García, el jefe del almacén de la villa, ha elaborado una psicología de la devolución después de mirar durante cinco años a los visitantes por encima de la armadura de sus gafas. «A fuerza de recibir de nueve a una a todos los que dicen haber encontrado algo, uno acaba por llegar a una conclusión: los ciudadanos de la clase media, jóvenes o viejos, son la gente más honrada y devuelven inmediatamente lo que llega a sus manos, independientemente de su valor. Convendría pedir a todo el mundo que escriba su dirección en algún lugar del objeto que pueda perderse con facilidad; en muchos casos, las entregas que se nos hacen no pueden ser devueltas a sus dueños porque no sabemos quiénes son ni dónde viven. En este último caso conservamos los objetos hasta dos años, y luego, sí no hay reclamaciones, se los adjudicamos definitivamente a las personas que los han encontrado. Tenemos un doble sistema de fichas y etiquetas para no perder la cuenta: cobramos a los beneficiarios una cantidad simbólica en concepto de ocupación de espacio, seis pesetas por metro cúbico, más o menos. Cuando se trata de dinero efectivo y el propietario aparece, damos al que lo encontró la proporción que marca la ley: la décima parte de las cantidades menores de 2.000 pesetas y la vigésima de las cantidades mayores. En realidad no es mucho; así que los que devuelven las cosas que encuentran deben actuar con verdadera honradez, dados los escasos beneficios».

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Dos abanicos estampados, varios sobres con radiografías, una balancita de pesar oro, una caja de chorizos y tocino, la novela La alternativa del diablo y el libro de familia de Emilio González, una cartera-portafolios con documentos de trabajo del Partido Comunista de España, una botella de whisky escocés «doce años» y varias cámaras japonesas forman parte de la relación de objetos perdidos. Por lo visto, los objetos fotográficos son las cosas perdidas de más valor medio en la temporada de verano, pero no las más insólitas. «Nada tan insólito, creo yo, como esta colección de muletas de minusválido, que buena falta debían hacer a sus dueños». A menos que hubieran sido abandonadas en Lourdes.

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