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El Real Madrid no pudo con el Bayern

No hubo revancha sobre el Bayern en la final del Trofeo Santiago Bernabéu. Pese a que el Real Madrid jugó unos veinte primeros minutos soberbios y fue algo superior al campeón alemán durante el resto del partido, el segundo Trofeo Santiago Bernabéu se fue también a Baviera. Los pecados del Real Madrid fueron esta vez su afición a la pelea, que le hizo despistarse en el segundo tiempo, y sus reiterados fallos en los lanzamientos desde el punto de penalti (cuatro de ocho). Pese a que García Remón estuvo en su sitio, pues detuvo dos y marcó el suyo, no pudo, compensar los errores de otros compañeros.Fue fulgurante la salida del Madrid. Con Cunningham inspirado, Santillana acometedor e inteligente y la media firme, el Bayern se veía desbordado. Se sucedían los ataques, los córneres y las felices intervenciones de Müller, meta que ha heredado de Maier no sólo el extravagante concepto de la elegancia, sino también sus conocidas cualidades bajo el marco, que incluían la suerte. A los veinte minutos, el Madrid había marcado su gol y había estado a punto de hacer otros dos más, y el Bayern parecía entregado.

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Aunque bajó algo el ritmo de juego del Madrid, su neta superioridad se mantuvo y, como fruto de ella, fueron goteando nuevas ocasiones de gol. En la otra área, García Remón paso algunos sobresaltos, porque Benito empezó inseguro sobre Hoeness, pero el central acabó afirmándose y desapareció el peligro, ya que Camacho sujetó bien (y con leña) a Rummenige, y García Cortés, en su presentación, se mostró como un defensa seguro, muy firme en su papel de secante de Duernberger.

El público se las prometía felices en el descanso; pero si ante el Benfica el Madrid malgastó su superioridad por buscar el preciosismo, ante el Bayern dejó escapar el partido por hacer la guerra y olvidar el fútbol. Al minuto del segundo tiempo abrió las hostilidades Dremmler, con una impresionante entrada sobre García Hernández, sin que el incompetente árbitro portugués que trajo el Madrid para esta final le amonestara. García Hernández decidió desquitarse, pero no se conformó con devolverle al agresor la patada (cosa que hizo con descaro), sino que empezó a buscar gresca con otros. Por su parte, Rummenige y Camacho tuvieron otra espectacular agarrada, con codazo de Rummenige al madridista y alucinante salto de éste sobre la espalda del alemán. Pronto se apuntaron más jugadores de uno y otro equipo a la pelea, y durante un buen rato allí no hubo más que patadas. García Hernández, que cumple la función de Del Bosque, la de marcar el ritmo del equipo; era el epicentro de aquel embrollo de patadas, y así, difícilmente podía funcionar el Madrid. Rummenige valoró más sus piernas que ninguna otra cosa y, enfadado con Camacho y el árbitro decidió por su cuenta marcharse a la caseta. Le sustituyó Del Haye.

Cuanto más entusiasmado es taba el Madrid en la gresca, un pase clarividente de Horsmann la banda derecha permitió al lateral Weimer colarse tranquilamente hasta el área, para allí disparar a gol una décima de segundo antes de que Gallego llegara al cruce. Fue entonces cuando los madridistas volvieron en sí y trataron de ganar el partido otra vez. Boskov sustituyó a Juanito, al que se veía agotado y sin lucidez, por Pineda, que dio una buena nota en su presentación, y a García Hernández (que debió salir del equipo mucho antes), por el voluntarioso Isidro. Había cierta fatiga en el equipo, pero de nuevo volvió a pasar apuros el Bayern.

Fue entonces cuando paulatinamente fue creciendo la figura de Gallego, el nuevo libero. Hasta entonces había hecho simplemente un buen partido, con colocación, talento y dureza también cuando hizo falta; pero, poco a poco, en los últimos minutos su papel fue creciendo en importancia. Empujó al equipo hacia adelante, movió el balón siempre hacia la zona más conveniente y dio un par de goles hechos con sendos perfectos lanzamientos desde sesenta metros, colocando blandamente el balón por detrás de la defensa: el primero, para García Cortés, que se plantó solo ante Müller y le pegó un balonazo tremendo, y el segundo, para Stielike, a quien acompañaron en la carrera Cunningham y Santillan para apoyarle; pero, incomprensiblemente, el alemán resbaló en el momento de pasarles el balón. Con estos dos incomprensibles fallos se llegó a la prórroga, en la que Gallego se hizo definitivamente el dueño del equipo. Subió y se erigió en preciso lanzador de todas las faltas y córneres. El Madrid creó ocasiones, pero no pudo marcar, y en los lanzamientos desde el punto de penalti purgó sus culpas. Dos enormes detenciones de García Remón, que a su vez transformó su lanzamiento, quedaron sin valor por los fallos de cuatro de sus compañeros, y la copa se fue para Baviera.

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